De
entre las nominadas a mejor película de los Oscars,
'Whiplash' y 'Birdman' son con toda seguridad mis favoritas de
este año. Dos films unidos a través de la música de una batería
omnipresente, pero que reflejan dos formas muy diferentes de afrontar
el arte, a su vez ligadas dos de los puntos de inflexión más importantes de la
vida.
De
ritmo nervioso, desenfrenado y con dificultad para domar su propia
impetuosidad, 'Whiplash' de Damien Chazelle es un film
vibrante. Salvaje. Un torrente de energía que te arrastra, golpea y
hace trizas con la arrolladora fuerza de un vendaval, dejándote a
merced de una tormenta de emociones gestada en el choque entre los
dos titanes a los que encarnan Miles Teller y J.K. Simmons.
El
relato de un muchacho a caballo entre la protección del hogar
paternal y su reafirmación como hombre, en busca de una realización
a través de la música. Un aspirante a estar entre los más grandes
del jazz que choca de bruces frente a un severo instructor marcial
dispuesto a hacerlas pasar putas. La fuerza imparable frente a un
objeto inamovible. Una batalla en la que no queda otro remedio que
dejarse la piel la morir en el intento.
Furia
descarnada resistiéndose a doblegarse frente a la mano para la que
el sometimiento equivale a destrucción, el film avanza al ritmo
frenético con el que el personaje de Teller golpea las baquetas
contra las piezas de su batería, hasta proclamarse a golpe limpio como una de las
experiencias cinametográficas más apasionadas del año.
Por
su parte parte, la percusión que resuena entre los camerinos de
'Birdman' de Alejandro González Iñarritu lo hace con la
cadencia mortecina de unos palillos mecidos bajo el ritmo de su
propio peso. Controla la técnica asimilada durante años, pero no
puede evitar disimular cierto signo de agotamiento. Una fatiga
acumulada a la que rechaza con la obstinación de aquel que lucha
contra una parte intrínseca de si mismo.
Es un
cuento crepuscular ambientado en un laberinto de pasillos tras el
muro de la escena, y cuya única puerta de salida da un callejón que se
pierde entre las brumas del olvido. El último acto de rebeldía de
un artista que se aproxima al ocaso de sus días, y que está
determinado a volver a brillar antes de entrar dócilmente en
la buena noche. El Riggan Thomson de Michael Keaton es un
caballo viejo, anacrónico y oxidado, en el que ni siquiera una
desvencijada montura de sus días de gloria es capaz de cubrir las
cicatrices acumuladas tras una vida de tropiezos.
Ya
sea con la música en 'Whiplash' o 'Birdman' y el estrellato de la
actuación, ambos films usan el escenario como platea para la
catarsis personal. El alarido gutural del joven reclamando su lugar
en el mundo, frente al proto-anciano que rechaza asumir el suyo. En
ambas, las bambalinas juegan el papel del equipaje que llevamos con
nosotros. Padres, hijos, esposas, amantes, enemigos... Todas las
pasiones, rencillas, lamentos y frustraciones que dan forma al hombre
que se interna ante el jurado del público, y que nos acompañan al
plantar cara a la batalla de nuestras vidas.
Ilustración: Melissa Dow para Eleven PDX
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