A
pesar del lastre que supuso quedar inconclusa, Ultimate Comics:
The Ultimates es una de las obras más interesantes firmadas
por Jonathan Hickman para Marvel Comics. Y en el centro
de ella, Reed Richards, personaje al que en su versión
Ultimate Hickman aprovechaba los acontecimientos de Enemy
para convertir en una imparable fuerza de progreso que lo arrasaba
todo, dando imagen a un nuevo futuro allá donde llegasen sus
interminables dedos. Pieza clave en una compleja trama a nivel
mundial narrada a ritmo del último minuto para el fin del mundo,
la serie de Hickman dejaba patente la herencia del feroz aspecto
social de Millar, así como del gusto acelerado por ir siempre en
busca del siguiente paso de los Authority de Ellis. Y sin
embargo, quedó en agua de borrajas cuando el guionista se vio
seducido por una oferta más suculenta, dejándole a un desbordado
Sam Humphries las riendas de un caballo de batalla desbocado que no
podía controlar.
Con
la marcha de Hickman, el fuego que había inyectado a la colección
se evaporó, dejando como resultado un universo Ultimate
atemperado, en el que hasta el propio Richards volvió a ser
condenado al rol pedestre del genio al servicio del sistema, con
todas las neuras, complejos e inseguridades que acompañan al cargo.
El nihilista supergenio -cuya obsesión por usar su intelecto para
remodelar el mundo alcanzó niveles de terrorismo genocida-,
enterrado bajo interminables capas de aplastante cotidianidad made
in Bendis.
Esta
versión mansa y servil del líder de los Cuatro Fantásticos que
quedó tras su marcha es con la que nos lo presenta en su regreso al
universo Ultimate, por medio de la trama de las incursiones en el
número 41 de su etapa en Vengadores. Un universo
Ultimate que al igual que Richards acepta la sumisión frente al
universo cinematográfico, y su condición de sucedáneo
venido a menos en lugar de la impredecible vanguardia con la que
vivió sus mejores días. Guionista y personaje doblegados al
clasicismo inocuo y fácilmente digerible del consumo de masas.
Los
cojones. Apenas hacen falta cuatro páginas para que Mr. Fantástico
se libre de su piel de cordero y el guionista nos recalque la única
gran verdad: Que son las cicatrices las que nos definen, y que una
vez recibidas no hay vuelta atrás. De aquel Reed Richards
adolescente de pijama azul que miraba el firmamento con una sonrisa
de optimismo mientras hacía manitas con la Mujer Invisible
solo queda la carcasa, siendo la marca fea y horrible que adorna su
rostro todo lo que queda junto a todos los planes para demoler la
anquilosada jaula del statu quo y dar forma a su precisa máquina
universal.
Porque como bien dice a través del propio personaje, cuando un hombre ha soñado con un milenio de evolución humana, ya no hay reconciliación posible con la vulgar rutina. Una declaración de intenciones en forma de sonora bofetada, con el que guionista e interprete se niegan a aceptar el yugo de lo fácil y accesible, y que si Marvel busca a alguien que escriba cómics de superhéroes que se limiten a amoldarse a los clichés y lugares comunes de siempre habrían contratado a otro. Las miras de Hickman van mucho más lejos. Tan lejos como nos sugería aquellos primeros números de la mini-serie Reinado Oscuro: Cuatro Fantásticos, y que ahora -tras tanto tiempo- al fin de consuma en este número.
No hay comentarios:
Publicar un comentario