jueves, 5 de febrero de 2015

Jonathan Hickman vs Marvel


A pesar del lastre que supuso quedar inconclusa, Ultimate Comics: The Ultimates es una de las obras más interesantes firmadas por Jonathan Hickman para Marvel Comics. Y en el centro de ella, Reed Richards, personaje al que en su versión Ultimate Hickman aprovechaba los acontecimientos de Enemy para convertir en una imparable fuerza de progreso que lo arrasaba todo, dando imagen a un nuevo futuro allá donde llegasen sus interminables dedos. Pieza clave en una compleja trama a nivel mundial narrada a ritmo del último minuto para el fin del mundo, la serie de Hickman dejaba patente la herencia del feroz aspecto social de Millar, así como del gusto acelerado por ir siempre en busca del siguiente paso de los Authority de Ellis. Y sin embargo, quedó en agua de borrajas cuando el guionista se vio seducido por una oferta más suculenta, dejándole a un desbordado Sam Humphries las riendas de un caballo de batalla desbocado que no podía controlar. 

Con la marcha de Hickman, el fuego que había inyectado a la colección se evaporó, dejando como resultado un universo Ultimate atemperado, en el que hasta el propio Richards volvió a ser condenado al rol pedestre del genio al servicio del sistema, con todas las neuras, complejos e inseguridades que acompañan al cargo. El nihilista supergenio -cuya obsesión por usar su intelecto para remodelar el mundo alcanzó niveles de terrorismo genocida-, enterrado bajo interminables capas de aplastante cotidianidad made in Bendis.

Esta versión mansa y servil del líder de los Cuatro Fantásticos que quedó tras su marcha es con la que nos lo presenta en su regreso al universo Ultimate, por medio de la trama de las incursiones en el número 41 de su etapa en Vengadores. Un universo Ultimate que al igual que Richards acepta la sumisión frente al universo cinematográfico, y su condición de sucedáneo venido a menos en lugar de la impredecible vanguardia con la que vivió sus mejores días. Guionista y personaje doblegados al clasicismo inocuo y fácilmente digerible del consumo de masas. 

Los cojones. Apenas hacen falta cuatro páginas para que Mr. Fantástico se libre de su piel de cordero y el guionista nos recalque la única gran verdad: Que son las cicatrices las que nos definen, y que una vez recibidas no hay vuelta atrás. De aquel Reed Richards adolescente de pijama azul que miraba el firmamento con una sonrisa de optimismo mientras hacía manitas con la Mujer Invisible solo queda la carcasa, siendo la marca fea y horrible que adorna su rostro todo lo que queda junto a todos los planes para demoler la anquilosada jaula del statu quo y dar forma a su precisa máquina universal. 


Porque como bien dice a través del propio personaje, cuando un hombre ha soñado con un milenio de evolución humana, ya no hay reconciliación posible con la vulgar rutina. Una declaración de intenciones en forma de sonora bofetada, con el que guionista e interprete se niegan a aceptar el yugo de lo fácil y accesible, y que si Marvel busca a alguien que escriba cómics de superhéroes que se limiten a amoldarse a los clichés y lugares comunes de siempre habrían contratado a otro. Las miras de Hickman van mucho más lejos. Tan lejos como nos sugería aquellos primeros números de la mini-serie Reinado Oscuro: Cuatro Fantásticos, y que ahora -tras tanto tiempo- al fin de consuma en este número.

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