Creado
por Stan Lee y Joe Orlando a mediados de los sesenta, El Búho
nunca ha sido un personaje que me sugiera demasiado, más allá de lo
que cualquier otro hampón de aspecto estrafalario pueda aportarme.
Da igual que vaya a la misma peluquería que Lobezno, se
empeñe en poner la misma cara de cabreo y -de vez en cuando- incluso
llevar garras. El corvo, menudo y con posible panza incipiente Leland
Owsley es al canadiense, lo que Grumpy Cat a un Tigre de Bengala.
Tampoco
voy a negar que he disfrutado de varias historias en las que el
villano de Daredevil participaba, ya sean los 'Enemigos
Superiores de Spider-Man' o los primeros números del 'Marvel
Knights: Spider-Man' de Mark Millar. Pero en general, la
sensación es que Owsley estaba ahí como podría haber sido
cualquier otro. Que no era más que un eterno aspirante a Kingpin
y un pájaro carroñero, de esos que alzan el vuelo en cuanto un ave
más gorda entra en el corral.
Aun
siendo uno de los principales antagonistas del Diablo Guardián,
cualquier comparativa con los grandes villanos del Caballero
Oscuro solo serviría para dejarlo más en evidencia. Pero
entonces llego el Búho de Mark Waid, que en Daredevil está
haciendo algo equiparable al trabajo de Paul Dini en 'Batman: TAS' o
Brian Michael Bendis en 'Ultimate Spider-Man', y con una facilidad
pasmosa dejó en evidencia lo que ninguno nos habíamos percatado
hasta entonces: El Búho es el antagonista perfecto del Daredevil.
No
hay más que pensar en esos ojos vidriosos e inhumanos brillando en
mitad de la noche. No hay nada que pueda escapar a su vista mientras
prepara las garras para saltar sobre la presa desde la cima de su
atalaya. Ojos acechantes y perennemente abiertos, que nos observan
silenciosamente en nuestra intimidad, sin emitir ningún tipo de
juicio salvo el de su severa ominipresencia.
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