Al
pensar en Superman, es probable que la imagen que se venga a la
cabeza no sea de los cómics de Curt Swan, John Byrne o -Dios no lo
quiera- Dan Jurgens, sino a Richard Donner con música de John
Williams y el rostro de Christopher Reeves. Y aunque el
malogrado actor de 'Superman' no fue el único capaz de
emular a su personaje en la pantalla, son muy pocas las ocasiones en
las que el interprete llega a eclipsar a la contrapartida de viñetas.
Pero
así fue en el caso de Reeves, como si al vestir el traje se
convirtiera en la viva imagen del superhombre empequeñecido por la
tragedia cotidiana, las raíces rurales del inmigrante alienígena
adoptado, el desafío al padre y todo ese etc parte intrínseca de la
esencia del personaje, pero que nunca había brillado como en la
película de Donner.
En el
caso del 'Amazing Spider-Man' de
Marc Webb, Andrew Garfield me resultó antipático como
Spider-Man y Peter Parker en la primera entrega. Pero cuando
estrenaron la secuela únicamente me hizo falta verlo descender desde
las alturas, balanceándose energéticamente entre los rascacielos
para asistir al ciudadano de a pie, para que me ganase por completo.
Más
allá del brío con el que se movía, aquel Spider-Man que se detenía
en medio de una persecución para ayudar al viandante con sus cosas y
preguntarle que tal el día, era más amistoso vecino de lo que
hayamos visto en los cómics en la mayoría de las ocasiones. El
heroísmo de la solidaridad conciudadana en toda su expresión, como
una presencia hiperactiva que lo mismo te echa una mano y da una
palmada en la espalda cuando se te complica al día, que inspira a un
crío frente al bullying o se pone al frente de la multitud para
negociar con el malo y evitar que la situación se vuelva violenta.
Un
Spider-Man dialogante y entregado más allá de lo sano o humano, y
que es incapaz de dejar atrás el traje por complicadas que se pongan
las cosas para él. Porque sí. Porque el heroismo está tan
arraigado en su persona, que no sabe actuar de otra forma que
soltando un suspiro de resignación, colocárse la máscara y
proclamar “Aquí vamos otra vez”. El ciudadano universal
como alma de Nueva York que tan bien supieron plasmar Webb y
Garfield, y que ahora perdemos con un nuevo acuerdo entre Marvel y
Sony consecuencia de los fallos acumulados.
En
medio de todo el jolgorio por el regreso a casa del Hombre Araña, es
imposible quitarse la amargura de haber perdido a un Spider-Man que
-independientemente de que la película no estuviera a su altura-,
había brillado como pocas veces lo había hecho en cualquier tipo de
medio. Por este Spider-Man y el Christopher Reeves que no pudo
ser, bien vale guardar un ficticio luto, con la esperanza de que
quienes cojan el testigo sepan mantener los aciertos y no caer en sus
mismos errores.
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