Teniendo
todavía reciente la conversación sobre como las visionarias obras
de George Ornwell y Aldous Huxley fueron capaces de desentramar el
funcionamiento de la sociedad y el futuro hacia el que estaban
avocadas, la tercera entrega de 'Prez' ha tenido en su haber
recordarme una de esas incontestables verdades que se te quedan
grabadas a fuego cada cierto tiempo: Las distopias como '1984' o 'Un
Mundo Feliz' pueden ser peligrosas.
Lo
son, dentro de su función natural para hacernos pensar. Algo
indudablemente bueno cuando funcionan como ese relato de advertencia
para el que son creadas, pero catastrófico si caen en manos de algún
desgraciado que decide usarlas como manual de instrucciones. Esta
idea es la que he tenido constantemente en la cabeza mientras Ben
Russell y Mark
Cadwell nos introducían en los engranajes de Smiley Enterprises,
esa multinacional encabezada por un logo sonriente y que basa su
éxito en ofrecer el tiempo como producto.
Siempre caras sonrientes
Equivaliendo
a ser capaz de satisfacer los pedidos de sus clientes con una
velocidad y eficacia con la que ninguna otra compañía puede
competir, lo que para el consumidor puede ser una práctica ventaja
se transforma en una pesadilla sin fin para unos operarios forzados a
trabajar con un asfixiante control milimétrico de sus tiempos de
respuesta. Conometrando desde las décimas de diferencia entre
cada empleado de producción, hasta los segundos que pasas en el
servicio o el peso de tus heces -para asegurarse que no estás
acudiendo más de lo debido-, la sobreindustrialización del sistema
laboral actual queda reflejada con un demencial programa de “logros”
en el que el trabajador se ve bombardeado por un constante flujo de
caritas sonrientes o tristes según cumpla los tiempos estipulados.
Mantente
dentro de las primeras y conservaras tu trabajo, acumula una mala
racha de las segundas y acabarás en la calle. La implacable
aproximación al trabajador a sueldo como una pieza intercambiable de
usar y tirar, explotándola hasta romperla y sustituirla con un
interminable fondo de recambios. Una finísima sátira que se mueve
elegantemente por los límites de los derechos de los trabajadores, y
que resultaría hilarante si no fuera porque se antoja terriblemente
real.
El estado del mundo ahora
Sin
embargo, la política interna de esta Smiley Enterprises no es
la única idea peligrosa que incluye esta 'Prez', donde vemos lo que
ocurre cuando una adolescente cualquiera se erige como presidenta de
esta distopia dominada por la masificación de los medios. Algo que
estamos condicionados a pensar que supondría un grave problema para
nosotros, los pobres ciudadanos gobernados -una muchacha sin
experiencia política controlando el gobierno en lugar de los
sobradamente cualificados gobernantes actuales-, pero que bien
podría ser al revés. Sobre todo cuando esta decide tirar de la
meritocracia y elegir a gente verdaderamente preparada para cada uno
de los cargos, en lugar de tirar de dedo entre los amiguetes,
esbirros y lacayos del partido.
Con
guiños como sacar a Neil deGrasse Tyson de un continuo
círculo de conferencias frente a una audiencia en muchas ocasiones
iletrada -para ponerlo a cargo del ministerio de ciencia y
desarrollo-, 'Prez' sigue siendo una estimulante lectura empeñada a
no dejar títere con cabeza. Lo es, a pesar de un caos narrativo que
sabe llevar con gracia por medio del hiperactivo carácter febril con
el que tira bombas contra todo, y que no parece encontrar techo en su
incendiaria deconstrucción de los andamiajes de la sociedad
occidental.
Cuestiones habituales sobre la ciencia
Cómics
de los que meten el dedo en la llaga y se atreve a lo inconcebible:
Sacarnos de la zona de confort y hacernos pensar. Un gratificante
escándalo para ejercicio de nuestras amodorradas neuronas.
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