Hace
unos escasos días, discutía con unos compañeros sobre esas
cuestiones sobre la concepción tradicional de géneros que
-afortunadamente- están tan en boga. Entre las ideas puestas sobre
la mesa no pudieron faltar referencia a conceptos como las presiones
sociales entorno a la identidad sexual o los efectos colaterales del
amor heteropatriarcal. Con esta palabra tan larga se suele
referir a las relaciones tradicionales de noviazgo / matrimonio /
formación de una familia a las que llega empujándonos la sociedad
desde antes que el tiempo fuera tiempo.
Algo
normal si nos trasladamos a tiempos de las cavernas, ya que por aquel
entonces el número podía marcar la diferencia entre la vida y la
muerte, no viniendo nunca mal tener un hijo robusto que pudiera
defendernos cuando fuéramos unos desvalidos ancianos o al que
comernos cuando no hubiera mamuts a mano. Sin embargo, mucho han
cambiado la película desde aquellos tiempos, siendo conveniente
plantearse si herencias como el matrimonio o la monogamia
tienen actualmente mucho sentido.
No
voy a ir de cínico cuestionando si es posible o no el amor
exclusivo y eterno, pero conozco demasiados casos de parejas que
sacrifican sus vidas personales el uno por el otro para acabar
divorciados a los pocos años, colegas de farra que desde pequeños
salían no ya a conocer a alguna chica, sino al amor de su vida,
o parejas en las que ella no sentía más interés en el otro que
como molde sobre el que perfilar al actor secundario de la
boda de sus sueños. Ni en mil vidas podré ver como algo sano esas
expectativas a las que nos empuja la vida. Si no las cumples eres
un mierda, si lo sigues fidedignamente este es el camino a la
felicidad (aunque como paradoja sea lo que en muchas ocasiones te
dejes atrás).
A Hank le venía grande
Dentro
de la ficción, pocos casos se me ocurren más significativos en este
aspecto que el de la Avispa y Hank Pym, en sus comienzos uno
de esos amores idealizados fruto del alcahuete Stan Lee, para después
evolucionar hasta convertirse en una relación tóxica perjudicial
para ambos. A toro pasado podremos engordarnos la boca sobre como Jim
Shooter arruinó para siempre la carrera de Hank Pym como hice yo mismo por aquí, pero dejando atrás esas minucias -será por
superhéroes-, para atreverse a reflejar una realidad tan silenciada
como la violencia de género hubo que tenerlos bien puestos.
En lo
bueno y en lo malo, aquella escena quedó grabada como Historia del
cómic de superhéroes, influyendo de forma drástica en el devenir
de ambos personajes. Lo que nunca he entendido sin embargo, es porque
guionistas como Kurt Busiek o Geoff Johns se han empeñado a
volver emparejarlos cuando si algo demuestra su trayectoria es que
ambos personajes están mejor mientras menos decidan implicarse
sentimentalmente. Pudiéndose comparar cualquiera de las etapas en
las Pym andaba con Tigra o Janet liderando los Vengadores de Stern
con las continuas crisis nerviosas, ataques de inseguridad,
reproches, matrimonios a la fuerza o brotes de violencia explosiva
que les ha caracterizado, en el caso de La Avispa esta
adicción a su relación tóxica con Pym le ha servido además de
obstáculo para nunca prosperar de forma individual.
Quién necesitaba a Pym, si todo era más divertido cuando él no estaba
Ser
de los pocos personajes clásicos de los Vengadores que no ha
tenido serie propia -a pesar de ser una de sus fundadoras- ya dice
suficiente del menosprecio general con el que Marvel ha tratado a la
pobre Avispa. Sobre para quien como yo siempre la ha tenido como
personaje central de la gran aventura del universo Marvel.
Al fin y al cabo, ella siempre fue la protagonista de la saga
fundacional de los Vengadores. Esa joven muchacha que abandonó su
hogar en la clase acomodada, para descubrir un mundo de dioses,
gigantes radiactivos, paladines industriales, científicos
microscópicos y caballeros de tiempos remotos. Con su uniforme de
azafata chic con cascos de radiofonía incluidos -o se va a luchar
con la mejor música o no se va a ningún sitio- y las alas
protésicas que le permitían revolotear alrededor de aquellos
apolíneos héroes, la Avispa era la Barbarella de la
editorial. Una viajera en primera clase, sofisticada, coqueta y
siempre en busca de romance, para una promesa continua de mundos
imposibles, colorida ciencia pop, peleas contra pintorescos villanos
de opereta y algún que otro escarceo por las alcobas.
Que
la limitasen a ser la pareja de un no suficientemente interesante
Hank Pym fue una forma de cortar las alas a aquella aguerrida
y pizpireta Campanilla que coqueteaba con Thor o cualquiera
que se le pusiera a tiro, pero que además ejercía como una suerte
de voz de la cordura cotidiana entre tanto superhéroe cargado de
traumas y orígenes altisonantes. Que sus momentos más interesantes
hayan sido aquellos en los que recuperase el espíritu de la Avispa
original, dejaba bien claro que la Janet que funcionaba no era la
entregada a la monogamia de su relación con Pym, sino la que se
trincaba a Tony Stark hasta que la cosa se volvía complicada,
quedaba con Paladín en sus noches de diversión salvaje, le tiraba
los tejos al Caballero Negro, se iba a la cama con Ojo de Halcón por
las risas de lo inesperado o le tiraba los trastos en plan depredador
a Alex Summers.
Nunca cambies, Janet
Al
aguijón polinizador de Janet no había quien lo parase, y aunque se
viera echa de menos en la 'Secret Wars' de Jim Shooter, ahora
está aprovechando para rematar la faena en la revisión de esta a
cargo de Masacre y Cullen Bunn. Sin necesidad de recaer en antiguos
vicios del pasado Magneto mediante, su habilidad para irse a la cama
con el hombre más interesantemente equivocado de la ocasión la ha
terminado emparejando con un handsome Wade Wilson, dando lugar
a un tórrido romance entre la Avispa y Masacre en 'Deadpool's Secret
Wars'.
Consumado
en la tercera entrega de la colección escrita por Cullen Bunn, bien
podría servir de pistoletazo de salida para que -ahora que no esta
el pelma de su ex-, alguien volviese a reivindicar el lado más
juguetón y aventurero de una Avispa que nunca dejará de ser aquella
poppy nacida en plena libertad sexual de los sesenta, siempre en
busca de aventura, y sin ningún tipo de resticciones en cuanto la
amplitud del sentido de la palabra.
Debe ser por el bigotazo
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