Hace mucho tiempo, en una
galaxia muy lejana, se alzaba una temible amenaza que pretendía
convertir a todos sus habitantes en varones anglosajones americanos
de raza blanca, con alguna concesión a los muppets comercializables.
Con apenas un puñado de rebeldes como Leia Organa y Lando
Calrissian atreviéndose a alzarse frente a la tiranía de la
homogeneidad, la derrota del Imperio abrió las puertas a nuevos
horizontes, en los que la diversidad fuera algo más que un efecto
especial.
Treinta y tres años
después, la galaxia libre del imperio presenta una situación muy
diferente a la de aquellos años, como no he podido evitar reparar
mientras escribía un post dedicado a la nueva película de Star Wars y sus muchos personajes. Lo que encontramos es una Guerra
de las Galaxias en la que más allá del envejecido elenco de la
saga original, sus tres nuevos protagonistas centrales son una inglesa nacida
en Westminster, un británico de origen nigeriano y un guatemalteco
de padre cubano.
Una Star Wars en la que
hay mujeres militando entre los Stormtroppers de la Primera Orden,
y en la que el no ser blanco o varón, ya no puede ser considerado
una rareza. A falta de ocho meses exactos para su debut en cine, hoy
la galaxia creada por George Lucas es un lugar mejor. Y que así
dure.
Quizás esto lleve a reflexionar a toda la peña que se desgañita poniendo a parir cambios en razas (y sexo) en adaptaciones de personajes creados hace décadas, en épocas en las que la coyuntura social imposibilitaba la relevancia de todo lo que no fuera varón, blanco y heterosexual. Quizás, pero lo dudo.
ResponderEliminarMás teniendo en cuenta muchas de las reacciones vistas a algunos de estos cambios, que hacen pensar que todavía queda un larguísimo camino que andar. Uno en el que por cada paso que andamos hacia adelante, parece que corremos el peligro de ir tres hacia atrás
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