Hace no demasiados días,
Joss Whedon expuso sus razones para no finalizar su saga de
los Vengadores y Thanos con 'La Guerra de Infinito', alegando
básicamente que ya no tenía edad para esos trotes, y que era el
momento de que alguien más joven tomara las riendas. Algo que no
resulta fácil de asimilar desde fuera, al hablar de un cineasta que
-con 50 años- tampoco es que sea exageradamente mayor, y que
prácticamente acaba de despuntar en la gran pantalla con un
rompetaquillas y una secuela todavía por estrenar.
Pero entonces me da por
intentar ver parte de 'Indiana Jones y El Reino de la Calavera de
Cristal', y es como si los argumentos de Whedon cobrasen forma en
una única cinta. Ahí está Indie con sus gracietas socarronas, los
acertijos del pasado, las acrobacias en escenas de acción imposible
y el encanto de la ambientación de época. Pero resulta que la
acción no transmite ritmo hiperactivo, sino torpeza y tardar siempre
demasiado en cambiar de plano. Que la ingeniosa fluidez de los
diálogos se ha anquilosado y hasta las bromas a costa de
estereotipos raciales se antojan rancias. Que la fotografía es
mortecina, y que lo que antes era aventura y color hoy es un
cansancio somnoliento.
Lo triste de 'Indiana
Jones y El Reino de la Calavera de Cristal' no es ver a un Harrison
Ford ya casi anciano o un cúmulo de disparates que poco tiene
que envidiar a las anteriores. Lo realmente triste es contemplar como
hasta cualquier Momia de Stephen Sommers la sobrepasa en brío al film de Steven Spielberg. De un
director que antaño nos ofreció lo mejor del director, intentar
volver a calzarse sus bambas de juventud, cuando quizás hubiera sido
mejor dejar los juguetes de alguien a quien con más energía.
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