domingo, 12 de abril de 2015

Daredevil en tres dimensiones


Es muy triste tener que arrancar una entrada con una cita a un anuncio de Axe, pero aquello de que -en un mercado en continuo in crescendo- a veces la clave puede estar en el minimalismo de lo básico, es perfectamente aplicable al gratificante hallazgo que está siendo la nueva serie de Marvel Studios. Porque Matt Murdock no dispone de la fortuna de Batman o Iron Man, nunca ha estado vinculado a ideales tan altos como los de El Capitán América o Superman (no confundir con su primo de republicano, El Hombre de Acero) y sus poderes quedan muy por debajo de personajes como Thor o Hulk. Un héroe que no lucha contra dioses cósmicos, conquistadores mundiales ni supervillanos con el poder de centrales nucleares, sino contra especuladores, corruptos y otra fauna habitual de los criminales comunes que tan a menudo se dejan ver por televisión.

Pura fórmula Marvel, la humanización del superhéroe gestada por Stan Lee empapa toda una serie que toma el testigo donde lo dejó el 'Batman Begins' de Christopher Nolan, llevando la proximidad del diablo guardián más allá de la debilidad de su ceguera. Porque Daredevil es mucho más que un traje y el hombre que está debajo, y Steven S. DeKnight ha sabido entenderlo al erigir la Cocina del Infierno en un entorno vivo en el que la precariedad del sistema sanitario americano, el precio del terreno, las profesiones obsoletas, la falta de completos morales, la corrupción en el sistema y la escarnio del samaritano hacen imposible establecer una línea clara que separe el bien del mal.

Enfrentando constantemente a Daredevil al reto de ejercer como héroe en un mundo en el que no cabe la máxima del “Si te disparan, son de los malos”, y con la Claire Temple de Rosario Dawson como representación de la cruda humanidad que lo envuelve todo, hay dos momentos clave que definen a la perfección las virtudes del Daredevil de Marvel Studios. Contenidos ambos en el segundo episodio la primera temporada, me refiero tanto a la escena en la que que Foggy relata a Karen las historias de los figurantes del Bar de Jossie, como en la que ambos caminan por la calle cuando -llegados a un cruce- la cámara enfoca la lejanía, mostrando el tejado en el que Matt está haciendo frente a unos malhechores.

Dos escenas con las que se muestra el barrio de Nueva York en el que Daredevil lleva a cabo su cruzada, como algo más que un simple escenario. Un marco tridimensional en que cada delincuente o policía corrupto tiene un hermano o hija por el que preocuparse, y toda víctima era vecino, familiar o amigo de alguien. Y en medio de todo, Daredevil. El superhéroe que trepa por fachadas y escaleras de incendios, pero que al final siempre termina regresando al suelo para acabar con los puños manchados en sangre, el uniforme lleno de mugre y la cara partida.

Algo que ya estaba presente con el poderoso simbolismo del personajes creado por Stan Lee -aquel abogado tan ciego como la propia justicia y que tenía el superpoder de escuchar, sentir e implicarse con el entorno que le rodea- y que gracias a su serie televisiva se eleva, recuperando el espíritu de todos los Miller, Mazzucchelli, Bendis, Rucka y Brubaker. Superhéroes auténticos, no con aspecto satírico como pudieran hacerlo 'Super' o 'Kick Ass', sino reivindicando la figura del benefactor anónimo. Ese dispuesto a mancharse las manos por el barrio, como pequeño reducto que a diario nos brinda la oportunidad de intentar hacer del mundo un lugar mejor.

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