A
pesar de ser denostado esa parte del fandom que todavía no le ha
perdonado la muerte de cierta rubia, guardo bastante simpatía por
las historias de Gerry Conway para la franquicia arácnida
(también en la de Thor, pero eso es otra cuestión). Basta con
recitar nombres como Lápida, los Hermanos Lobo o el Gibón, y
entrarme un entusiasmo loco por las sesiones de trabajo del Daily
Bugle, el laboratorio de Jonas Harrow, la licantropía del
astronauta, villanos de temática arácnida, clones, máscaras con
agujeros equivocados, jarrones en la cabeza y películas de Steve
McQueen.
Es
por eso que cuando Marvel anunció que el creador de Punisher
firmaría un arco argumental para la cabecera del trepamuros, una
sonrisa de satisfacción se dibujó en mi rostro al son de las
palabras “guerra de bandas”. Sobretodo, tras disfrutar de la
historia corta firmada por el guionista para la saga Spider Verse,
y por la interesante situación en la que se encuentra el crimen
organizado de Nueva York en el universo Marvel. Un crimen organizado
que ha perdido a Kingpin como cabeza visible, dejando un enorme
agujero en donde antes se alzaban la vigilancia totalitaria de
Superior Spider-Man y las maquinaciones del Rey Duende.
Con
la Gata Negra como nueva pieza clave dentro de la jerarquía
criminal de Manhattan y personajes como Cabeza de Martillo, Mister
Negativo o el citado Lápida peleando por su parte del pastel, todo
sonaba a la perfección en un arranque que otorga más protagonismo a
la nueva Espectro -oficial de policía de día, justiciera
anónima cuando las barreras de un sistema corrupto se convierten en
un obstáculo- que al propio Spider-Man. Las aptitudes de Conway
apenas parecen haberse deteriorado con el paso de los años, y el
guionista conoce el lenguaje del género como algo que le resulta
familiar y con lo que se siente cómodo.
Un
género en el que los superhéroes pueden vestir máscaras o llevar
placas sobre su pecho, y la amenaza de los criminales se mide más en
influencias que por sus variopintos poderes. Las calles como eterna
frontera en la que las fuerzas del orden luchan para mantenernos a
salvo de los que elevan el estandarte de la codicia sin miramientos,
y en el que la burocracia puede jugar a favor del bando equivocado en
un sistema corrupto.
Con
todos esos elementos, Conway lo tiene todo para hacer de este Amazing
Spider-Man #16.1 el primer capítulo de una saga que recupere el
buen sabor de sus anteriores sagas ambientadas en los bajos fondos
del universo arácnido. Sin embargo, es imposible leerlo sin tener la
impresión de que Marvel ha errado en la elección de Carlo
Barbieri para hacerse cargo del apartado gráfico. Un dibujante
que si bien había mostrado una visible mejora en sus últimos
trabajos para la franquicia X, ni es el más adecuado para esta
historia, ni se ve demasiado beneficiado por el no muy agraciado
acabado que le otorgan el entintado de Juan Vlasco y los
colores de Israel Silva.
Una
lástima, porque con cualquier Michael Lark, Marco Checchetto, Lee Weeks o
Stefano Casselli, el regreso a Spider-Man de Gerry Conway con
'Spiral' habría lucido mucho mejor de como lo hace con esta primera
entrega de su arco para la cabecera arácnida. Al menos, siempre nos quedarán las portadas de Arthur Adams para consolarnos.
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