Aunque me es imposible
negar que la experiencia de Warcraft: El Origen ha sido
en gran parte agridulce, tampoco es menos cierto que la película me
ha resultado lo suficientemente interesante como para salir del cine
con ganas de volverla a ver. La culpa de esto último se la reparten
entre los muy lúcidos destellos que nos recuerdan que Duncan
Jones no es ningún cualquiera -si es que Moon y Código Fuente
no lo dejaban suficientemente claro-, y la sensación de que entre
tan masiva sobreexposición a un universo que no estoy tan
familiarizado, hay multitud de detalles que se me han escapado.
Centrándome en las
escenas que me hicieron pensar que -en su primera internada
cinematográfica- Blizzard había conseguido una película muy por
encima de la media, destacaría la que tiene lugar alrededor de una
fogata entre Khadgar, Lothar
y la semiorca Garona. No deja de ser la clásica parada en
pleno viaje que permite estrechar los lazos entre los compañeros
circunstanciales, retratando al Khadgar de Ben Schnetzer como
un aprendiz de mago disidente cuya experiencia apenas va más allá
de las bibliotecas, mientras que el Lothar de Travis Fimmel se
muestra como un guerrero a vuelta de todo y la híbrido orco-humana a
la que da vida Paula Patton como el ancla con un mundo brutal y
salvaje, en el que pasó la mayor parte de su vida como esclava.
Lo interesante de esta
secuencia es la introducción de una conversación subida de tono,
aparentemente concebida para poner a Khadgar en una situación
incómoda mientras Garona explica porque orcos y humanos no son
buenos compañeros de tono. Y digo aparentemente, porque lo que
conforme nos llega da la impresión de ser el clásico
sketch para aliviar tensiones, en el que se fuerza la convivencia
entre un personaje proveniente de un contexto más desinhibido en
cuanto a temas sexuales, frente a otro mucho menos experimentado
(para provocar el rubor del segundo). El hallazgo de las escena
de Warcraft llega cuando
reparamos en que lo que está dejando caer Garona no solo no es
divertido ni algo liviano y jocoso, sino algo tan terrible y dantesco
que te va a hacer sentir culpable por cada ocasión que le reíste la
gracia a Futurama.
Algo que la propia película constata cuando un más que curtido
Lothar con guerras suficientes como para saber de lo que la semi-orca
esta hablando, responde en consonancia en una de las mejores
pinceladas de humanidad del personaje de Fimmel.
Ocultando
una crudeza inusitada para un blockbuster de las características que
nos ocupa, este fue el punto de inflexión que me hizo empezar a
pensar que Warcraft: El Origen no
se iba a contentar con ser un taquillazo al uso. Algo que vuelve a
aflorar en diferentes puntos de la cinta (la perturbadora secuencia
de Gul'dan y el prisionero...), pero que finalmente parece quedar
constreñido a momentos aislados desperdigados por toda la cinta más
que ser una constante. Ya habrá oportunidad de revisar, no sea que
estos destellos estén mucho más presentes de lo que la primera
aproximación me ha transmitido.
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