Un loser
reinventado como máquina de matar pansexual de instintos felinos,
una starlette vieja, demacrada y anoréxica con problemas de demencia
asociados a una marioneta que usa para lanzar chistes obscenos, una
gloriosa transexual armada con un mazo, un héroe caído con una
versión deformada de si mismo, una implacable asesina sin voz cuyo
cuerpo es una cicatriz interminable, un contorsionista de gustos
retorcidos sin genitales ni articulaciones, una antiquísima succubo
irlandesa condenada a creer en el amor, un matrimonio formado por
tres lesbianas que quieren tener un bebé, una adolescente emo con un
secreto mucho más oscuro que cualquiera del resto... Once años
después de que Gail Simone y Dale Eaglesham los
reunieran en las puertas de la Crisis Infinita, los Seis Secretos
se despiden y no de cualquier manera, sino manteniéndose fieles
a un espíritu que por desgracia cada vez es menos frecuente en el
medio que los engloba.
Hace unos cuantos días,
un buen colega de las redes relataba como en una exposición sobre
los valores del cómic se topó con ese muro en forma de afirmación
categórica que se suele invocar con las palabras “El cómic
es una forma de literatura menor”. Un mantra condenado a
repetir hasta el fin de los tiempos, no importando las recaudaciones
millonarias que obtengan las adaptaciones cinematográficas, el
esfuerzo que grandes autores han puesto para demostrar lo contrario,
ni los Roy Lichtenstein o Fredric Wertham de turno que surjan para
proclamar que ellos -al contrario que el resto- no son una mierda.
Bajo la elitista mirada del orden global, el cómic y todo aquello
que le rodea siempre ha sido, es y será visto como una subcultura.
En esta serie guardan secretos hasta las paredes
Como parte de este
mundillo, uno diría que la mejor solución para sobrellevar este
evidente desprecio por parte del resto del mundo es la aceptación
resignadamente. Sin embargo, hubo un tiempo en el que el cómic no
solo no se avergonzaba de su rol como hermano raro, feo, estrafalario
e incómodo, sino que lo asumían con total orgullo. Un orgullo de
subcultura que hizo de estos panfletos pulp una bandera acompañada
por vinilos de Los Beetles, experiencias psicodélicas y las
diferentes locuras de Andy Warhol, pero que se fue perdiendo conforme
fue siendo asimilado por la industria, desapareciendo la imagen de
aquel puñado de tipos reunidos sobre los tableros de dibujo de una
oficina para convertirse en firmas internacionales.
Hoy quizás cueste
recordarlo, pero hubo un tiempo en el que los X-Men no eran
una franquicia superventas con ingresos multimillonarios. Hubo un
tiempo en que aquella extraña congregación formada por una africana
de pelo blanco, un demonio alemán, un soviético comunista de acero
orgánico, un antihéroe feo, psicótico y peludo y un icono
feminista new age de pelo rojo no era considerado referente cultural
de ningún tipo, salvo para gente que no solo no contaba con la voz
para influir en nada, sino que además vivían una situación de
marginación similar a la de los protagonistas de aquellas
historietas. Lejos de aceptar a su condición de medio menor
con sometimiento apocopado, los cómics de aquella época decidieron
afrontar con todo su rol al margen del sistema, dando como resultado
su época de mayor esplendor.
¿Cómo ha pasado el fandom de celebrar la diversidad
a estar en contra de ella?
Una época caótica, de
ideas y planteamientos narrativos que desafiaban a lo aceptado como
adecuado y correcto por la cultura de masas, y que dio pie a una
brecha labrada por freaks curtidos en mil guerras, de movimientos
urbanos, discos de David Bowie y los Ramones, películas de Kevin
Smith, sexo panorámico y porros de contrabando con setas
alucinógenas. Pero en algún momento, el fan medio decidió que se
había hartado de tantas aventuras, reuniendo la suficiente pasta
como para comprarse un sillón reclinable y una estantería de madera
de roble en la que poder colocar sus recopilatorios de lujo. Se había
vuelto un sibarita, y ahora solo quería lo mejor de lo mejor.
El resultado es que a día
de hoy es imposible relacionarse con el fandom sin tener la sensación
de que una preocupante ola de conservadurismo se ha instalado del
mismo. Un conservadurismo que lejos de celebrar que se continúe
apostando por un visible carácter social, parece molestarse por cada
apoyo a las políticas de izquierda, por cada alarde feminista con
superheroínas o con cada reivindicación racial o sexual que le
quite protagonismo a sus personajes blancos, heterosexuales,
anglosajones protestantes.
La imagen mental de los superhéroes según Ennis
Aquel último número de
The Boys en el que el representante de Vought American se aproximaba
a la nueva generación de superhéroes para encontrarse a un puñado
de tipos indefinidos con trajes de Ku Kux Klan a la que tildaba como
“La misma mierda de siempre con un nuevo traje” se ha terminado
convirtiendo en un doloroso reflejo del medio condenado a vivir del
reciclaje constente, no por ellos mismos, sino porque de alguna forma
parece ser lo que busca el consumidor mayoritario. Es por ello que
-pese a sus muchas limitaciones, su caótica irregularidad y que sus
historias puedan definirse en el mejor de los casos como una
disparatada excusa para brindarnos un maravilloso festival de
desarrollo e interacción de personajes- poder disfrutar de series
como este último volumen de los Seis Secretos, es algo por lo que
nunca podremos estar suficientemente agradecidos a su escritora.
Como sus protagonistas,
ha sido una serie fea,
dispersa, sórdida,
desagradable y de mal
gusto, pero también con un
irresistible sex appeal y una desbordante humanidad responsable de
que -en solo 14 números- uno acabe desarrollando más apego por este
grupo de inadaptados que por la mayor parte de iconos DC en sus 75
años de Historia. Y aunque es probable que nadie en el futuro vaya
acordarse ni de la trama del misterioso villano, ni de los dioses
lovecraftianos o la Liga de Asesinos, Simone puede dar por hecho que
con esta despedida de DC nombres como Catman, Strix, Porcelana, Black
Alice, Big Shot, Shauna o Ferdie vayan a despertar en nosotros una
sonrisa cómplice cada vez que reaparezcan en los diferentes rincones
de la editorial.
Un lunes cualquiera dentro de este grupo
Solo
por eso, y por habernos hecho partícipes de sus rarezas, de sus
delirios y miserias cotidianas, de haber conseguido forjar un elenco
de personajes a los que -lejos de hacer lucir como la copia bastarda
de otra copia de una copia- ha logrado insuflar vida hasta hacerlos
casi tangibles, solo cabe darle las gracias por estos años de
disfrute y que sea cual sea su nueva casa (Dynamite) encuentre un
hogar acogedor para seguir rompiendo moldes como con estos Seis
Secretos.
Hasta la vista
y muchas gracias por el viaje
y muchas gracias por el viaje
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