martes, 21 de junio de 2016

El Expediente Warren 2, make family great again


Un difunto carroza con pintas de novela de Dickens que insiste en cambiarte la tele a discursos de Margaret Tatcher y las homilías del domingo. Como todo buen acosador sobrenatural, su objetivo es una pizpireta preadolescente en pleno umbral de su etapa hormonal. Bienvenida a la pubertad, chica. Todo un mundo de fantasmas y diabletes comienza a hacer cola para poseerte. 

Segundo canto de amor de James Wan al modelo de familia tradicional, El Expediente Warren 2 (The Conjuring) es la historia de una casa en la que como no hay padre y la madre fuma, no funciona nada. Con una panda de endemoniados por hijos y la necesidad de pedir limosna para comprar galletas, la cosa es tan grave que hasta la la policía se lava las manos cuando los vecinos se ven obligados a ofrecerles techo para que no caigan en la exclusión social.

Camina hacia la luz, Caroline...

Siendo necesaria la irrupción de la iglesia para decidir si hay que excomulgarlos o todavía hay esperanza de que acepten la necesidad de un progenitor y volver a formar parte útil de la sociedad, ahí es donde entran en escena el matrimonio Warren como una mezcla entre Mary Poppins y Supernany. Parte de su curriculum como investigador de sobrenatural, Ed Warren vuelve convertirse en el McGyver del bricolaje casero mientras Vera Farmiga le revela a la pequeña poseída el secreto parar no volver a sentirse rara ni solitaria: El matrimonio. Si con esto no tienes suficiente, por el camino hay un demonio con forma de perversión religiosa y encarnación suprema de la renuncia a los esponsales -y que como en todas las películas de la saga tiene como fin destruir la familia-, al protagonista masculino erigiéndose como superpadre con el poder de hacer con un trozo de tubería lo que un inglés orondo y aniñado no puede ni con un hacha, bromas sobre cómo desde que el padre desapareció no hay música en la casa (música que por supuesto el señor Warren se encargará de reponer), Franka Potente ejerciendo del personaje mezquino obtuso que lo enreda todo al ser la única sin familia conocida y seguramente una malfollada, así como una esperanza de luz que los protagonistas ofrecen a la oscuridad decadente de estos británicos decadentes en problemas, por medio de la fe en Cristo y el descubrimiento de que todo es mucho mejor cuando hay un padre y una madre

Todo lo que se sale del modelo rockwelliano de la familia Warren
es considerado sobrenatural. Y probablemente satánico

A pesar de todo este discurso en que se aprecia una palpable exaltación de una época pasada en lo que a todo lo que tenía que ver con demonios y condenaciones eternas -y por extensión su contrario- se le aplicaba la etiqueta de basado en hechos reales, James Wan vuelve a demostrar que conoce su oficio. No es La Bruja, pero esta tampoco La Bruja era Lords of Salem, y desde luego el tipo tiene más recursos que los cuatros sustos de siempre. Aun así, está más cerca de la primera entrega de Poltergeist que de El Exorcista con el que quiere jugar a veces, y todo está rodeado por un envoltorio de producto prefabricado más sintético que el pelo de Patrick Wilson. Tanto es así, que hasta la amenaza no encarna sino la perturbación de esta tranquilidad de catálogo de Ikea, y los supuestos abismos a los que se cae si tu foto de familia no sigue el modelo de la que preside el Salón de Alabarderos del Palacio Real.

- Señora Warren, estoy como poseída. 
- Err.. ¿Has pensado en buscarte un hombre? Un hombre como el mío

Visible a pesar del abuso de un CGI que pinta poco o nada en una película del género. O al menos, si ignoras que Wan flirtea constantemente con un folletín panfletario que haría sentirse orgulloso a Donald Pierce Trump.

Para otras opiniones, la crítica de Juan Luis Daza en Transgresión Continua

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