viernes, 26 de febrero de 2016

El Renacido, una cuestión de género y plantígrados

Ambientada en una época implacable en la que los hombres no tenían más opción que luchar encarnecidamente por cada minuto de supervivencia, y apenas había lugar para la mujer más allá del hogar y las servidumbre, decir que la nueva película de Alejandro González Iñarritú y Leonardo DiCaprio está muy lejos -lejísimos- de obtener siquiera opción para revalida en el Test de Beschel es recalcar una evidencia. Esto no es una ficción sin más objeto que la catarsis, donde puedas aumentar el papel de Arwen o sacarte una Tauriel de la manga, por lo que El Renacido habría hecho muy poca justicia a la Historia de haber sustituido al personaje de Domhnall Gleeson por Charlize Theron o haberle dado el papel de Will Poulter a Saoirse Ronan.


No se trata ya de la fidelidad o no fidelidad a la vida de Hugh Glass, ya que según el artículo de Pedro Sanmartín compartido por el compañero aficionado Luis Fernando GC todo apunta a que Gonzalez Iñarritu se tomó unas generosas licencias para adaptar la historia a su relato. Se trata principalmente de un asunto de perspectiva, que más que glorificar idealizadamente los vicios de una era pasada, debe mantener su coherencia por respeto a todas las mujeres y hombres que se dejaron la piel para conseguir una sociedad más igualitaria, y los incontables obstáculos a los que tuvieron que hacer frente en el camino.


Pero aunque apenas hay mujeres en El Renacido, si que hay un papel muy destacado para una integrante del género femenino, que demuestra cómo por mucho que hayamos avanzado siguen quedando cuestiones en las que a nivel de subconsciente todavía hay mucho que trabajar. Plantígrado de la familia de los úrsidos, la bestia que arremete contra Glass en la estremecedora escena del ataque ha sufrido una masculinización mediática similar a la cometidas contra las dinosarios de la saga Jurassic Park, siendo bautizada unánimemente como “el oso”. Algo que seguramente no sea fruto de la malicia, sino más bien uno de esos detalles que se pierden en la traducción de los nombres de un inglés sin género al español con una separación de géneros muy marcada.

Como aquel antiguo acertijo anglosajón del doctor, nuestro subconsciente ha terminado convirtiendo en varón a un animal por sus características fieras, masivas y temibles. Esas que generalmente relacionamos con el género masculino frente a la calidez, ternura y sumisión que tradicionalmente se ha relacionado con el femenino. Pero si algo debería quedar claro para cualquiera que creciera con El Bosque de Tallac (más conocidos como Jackie y Nuca por estos lares) de Ernest Thompson Seton en cuanto el animal entra en pantalla con sus dos oseznos, es que no se trata de “un oso”, sino de “una osa”. Fecundar a la hembra suele ser el único papel que el género másculino de esta especie tiene para su prole, y si en algún momento vuelven a aparecer en sus vidas suele ser para devorarlos.


Animales solitarios por mucho que se empeñase Jean-Jacques Annaud en idealizarlo de otra manera, no es algo para nada habitual la paternidad responsable en el mundo de los osos, estando además documentado en este caso que lo que atacó a Glass fue una hembra que no pretendía otra cosa que proteger a su camada. La territorialidad es otro rasgo distintivo -particularmente de los grizzlies americanos- en una especie en la que la descencencia no solo es escasa, sino que además las probabilidades de caigan en las fauces de un lobo u otro oso son bastante altas, por lo que encontrarse en la espesura con un ser cubierto de pieles mientras sus oseznos caminaban plácidamente no es algo que debiera hacerle particular gracia.


Con esto tampoco quiero decir que los que en algún momento hayamos asumido subconscientemente al animal que ataca a Glass como un oso de género masculino -hasta caer en la cuenta de que no solo tiene muchos más huevos, sino que los tiene mucho más adentro- debamos sentirnos avergonzados por haberlo asumido de otra forma, pero si que debería invitarnos a que nos replanteasemos como el subconsciente que arrastramos sigue pesando mucho en como vemos el mundo, y como las separaciones de género que demasiadas veces damos por ciertas en realidad están muy lejos de serlo. 
 

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