Ambientada
en una época implacable en la que los hombres no tenían más opción
que luchar encarnecidamente por cada minuto de supervivencia, y
apenas había lugar para la mujer más allá del hogar y las
servidumbre, decir que la
nueva película de Alejandro González Iñarritú
y Leonardo DiCaprio
está muy lejos -lejísimos- de obtener siquiera opción para
revalida en el Test de Beschel es recalcar una evidencia. Esto no es
una ficción sin más objeto que la catarsis, donde puedas aumentar
el papel de Arwen o sacarte una Tauriel de la manga, por lo que El
Renacido habría hecho muy poca justicia a la Historia de haber
sustituido al personaje de Domhnall Gleeson por Charlize Theron o
haberle dado el papel de Will Poulter a Saoirse Ronan.
No
se trata ya de la fidelidad o no fidelidad a la vida
de Hugh Glass, ya que
según el artículo de Pedro Sanmartín compartido por el compañero
aficionado Luis Fernando GC todo apunta a que Gonzalez Iñarritu se
tomó unas generosas licencias para adaptar la historia a su relato.
Se trata principalmente de un asunto de perspectiva, que más que
glorificar idealizadamente los vicios de una era pasada, debe
mantener su coherencia por respeto a todas las mujeres y hombres que
se dejaron la piel para conseguir una sociedad más igualitaria, y
los incontables obstáculos a los que tuvieron que hacer frente en el
camino.
Pero
aunque apenas hay mujeres
en El Renacido, si que
hay un papel muy destacado para una integrante del género femenino,
que demuestra cómo por mucho que hayamos avanzado siguen quedando
cuestiones en las que a nivel de subconsciente todavía hay mucho que
trabajar. Plantígrado de la familia de los úrsidos, la bestia que
arremete contra Glass en la estremecedora escena del ataque ha
sufrido una masculinización mediática similar
a la cometidas contra las dinosarios de la saga Jurassic Park, siendo
bautizada unánimemente como “el
oso”. Algo que
seguramente no sea fruto de la malicia, sino más bien uno de esos
detalles que se pierden en la traducción de los nombres de un inglés
sin género al español con una separación de géneros muy marcada.
Como
aquel antiguo acertijo anglosajón del doctor, nuestro subconsciente
ha terminado convirtiendo en varón a un animal por sus
características fieras, masivas y temibles. Esas que generalmente
relacionamos con el género masculino frente a la calidez, ternura y
sumisión que tradicionalmente se ha relacionado con el femenino.
Pero si algo debería quedar claro para cualquiera que creciera con
El Bosque de Tallac
(más conocidos como Jackie y Nuca por estos lares) de Ernest
Thompson Seton en cuanto el animal entra en pantalla con sus dos
oseznos, es que no se trata de “un oso”, sino de “una osa”.
Fecundar a la hembra suele ser el único papel que el género
másculino de esta especie tiene para su prole, y si en algún
momento vuelven a aparecer en sus vidas suele ser para devorarlos.
Animales
solitarios por mucho que se empeñase Jean-Jacques
Annaud en idealizarlo de
otra manera, no es algo para nada habitual la paternidad responsable
en el mundo de los osos, estando además documentado en este caso que
lo que atacó a Glass fue una hembra que no pretendía otra cosa que
proteger a su camada. La territorialidad es otro rasgo distintivo
-particularmente de los grizzlies americanos- en una especie en la
que la descencencia no solo es escasa, sino que además las
probabilidades de caigan en las fauces de un lobo u otro oso son
bastante altas, por lo que encontrarse en la espesura con un ser
cubierto de pieles mientras sus oseznos caminaban plácidamente no es
algo que debiera hacerle particular gracia.
Con
esto tampoco quiero decir que los que en algún momento hayamos
asumido subconscientemente al animal que ataca a Glass como un oso de
género masculino -hasta caer en la cuenta de que no solo tiene
muchos más huevos,
sino que los tiene mucho más adentro- debamos sentirnos avergonzados
por haberlo asumido de otra forma, pero si que debería invitarnos a
que nos replanteasemos como el subconsciente que arrastramos sigue
pesando mucho en como vemos el mundo, y como las separaciones de
género que demasiadas veces damos por ciertas en realidad están muy
lejos de serlo.
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