Hank Pym es ateo.
Algo que no debería tener demasiada importancia, como para tantos
otros superhéroes que no creen, o no consideran necesario guiar su
vida por la existencia o no existencia de Dios. Ahí se aluenga Reed
Richards, imagen del heroísmo humanista más superlativo, y
que no necesita depositar su fe en otro credo que no sea el imperio
de la razón y el amor por su familia (y que igualmente, ha expuesto
en varias ocasiones su ateísmo como no dependencia de la idea de un
Dios por encima de todo).
Sin embargo, en la novela
gráfica 'Vengadores: La Cólera de Ultrón', Rick Remender
hace de este detalle algo crucial, al no solo establecer a Hank Pym
como ateo, sino que lo hace desde la óptica más fatalista y
heredera de Jean Paul Sartre. Para el Hank Pym de Rick Remender, que
Dios no exista implica que el alma no existe, y por lo tanto que la
vida se mide en el peso del material que la sustenta. Un pensamiento
peligroso tal y como lo expone, puesto que -según sus propias
palabras- la vida es algo venial e irrelevante, ignorando todo el
dolor que acompaña a su pérdida.
Se puede ser superhéroe, y también ateo
No estamos hablando sino
de la falta de empatía más absoluta, puesto que más allá de la
revelación de su ateísmo -lo verdaderamente significativo de la
novela gráfica de los Vengadores- es lo que Remender lleva a cometer
a Hank Pym escudándose en dicho pensamiento. Un acto que a pesar de
plantear ideas interesantes para entender la compleja psique del
“superhéroe”, tira por tierra años de trabajo para librar al
miembro fundador de los Vengadores de la pesada losa que lo ha
estigmatizado durante casi veinte años.
Para entender la
importancia de esta historia, hay que tener en cuenta cómo -en
cuanto decidió asumir la identidad de El Hombre Hormiga-, el
primer personaje Marvel se convirtió en el estandarte del lado más
psicodélico y naif de la editorial. Dan Slott supo entenderlo a la
perfección en su andadura en 'Poderosos Vengadores', alejándolo de
otros genios como Mister Fantástico o Tony Stark, para erigirse como
el científico de lo imposible. Una mente única capaz de congeniar
lógica y creatividad a unos niveles tan descabellados, que sus
hallazgos bordean la locura.
El día a día de Hank Pym
Aquellos locos sesenta
Quién si no iba a ser
capaz de descubrir unas partículas cuyas propiedades desafían la
física convencional, decidir que la mejor forma de ayudar a una
huérfana es convertirla en una híbrido humano-insecto o enfrentarse
a escarabajos gigantes parlantes. Solo alguien que no está del todo
en sus cabales. La prueba llegaría cuando en una noche loca uso su
título en bioquímica para crear la inteligencia artificial más
sofisticada que haya conocido la humanidad, y ya de paso generar
personalidades nuevas al mismo ritmo que cambiaba de nombre código y
traje.
Pero aquel Hank Pym
seguía siendo un héroe según la imagen del científico
aventurero de los años cincuenta. Uno un poco chiflado, sí,
pero acorde con la delirante década de inventiva pop que se estaba
viviendo en los sesenta. Todo un Mad Men que, a pesar de haber
dado vida al peor enemigo de los Vengadores y contraer matrimonio a
golpe de secuestro, continuaba al frente de un flamante supergrupo
formado por azafatas chic, iconos contraculturales africanos, un
bocazas de ego inconmensurable y androides que podían llorar.
Como cargarse la Silver Age de una hostia
Y entonces llegaron los
ochenta con su desmitificación del héroe, no siendo necesario ni
que comenzara a publicarse 'Watchmen' para que Jim Shooter
arruinase la carrera de Pym de forma irremediable. A Bob Hall se le
fue la mano con los lápices, resultando en una injustificable
agresión marital que marcó a toda una generación de lectores. Y
aunque Shooter ni siquiera pretendía que fuera tal, aquella escena
en la que Hank golpeaba a su esposa le venía a pelo, retirándole de
forma fulminante cualquier acreditación como superhéroe o Vengador.
Ant-Man / Giant Man / Goliath / Yellowjacket nunca más.
El por entonces editor
jefe de Marvel Comics se colgaba la medalla de crear su propia “Gwen
Stacy”, y el único precio a pagar fue convertir a uno de
los héroes más clásicos y coloristas de la compañía, en un
maltratador con serios problemas mentales. Condenado a medrar por la
periferia sin nunca olvidar recordarle lo mierda que era, a
Hank Pym le hicieron falta cerca de dos décadas para volver a ser
recuperable como superhéroe. Un proceso largo tan largo como
difícil, que comenzó a mostrar lustre con los Vengadores de
Busiek y su papel en sagas como 'Siempre Vengadores'.
El camino a la redención nunca es fácil
Sin olvidar nunca los
episodios más escabrosos de su pasado y con algún que otro tropiezo
por el camino, Pym volvía a brillar como ese Doctor Who del
universo Marvel que nació para ser. Quizás las historias que lo
reivindicasen no fueran precisamente las mejores, pero guionistas
como Dan Slott, Mark Waid o Sam Humphries supieron ver algo
más que al desgraciado que nos habían vendido durante años,
devolviéndolo a la esencia de la creatividad sin fronteras y la
imaginación ilimitada de sus primeros años. Ya fuera como Avispa,
Hombre Hormiga, Hombre Gigante o simplemente Pym, el vengador volvía
a brillar como aquel poeta científico
optimista e hiperactivo, siempre defensor de la vida, capaz de
entender la magia como una ciencia que todavía no ha sido dominada y
siempre moviéndose a través de una fina línea en la que no queda
claro si es un genio brillante o un completo loco.
Cuando
en plena relación afectuosa con él, alguien le preguntó a Yocasta
si -como creador de Ultron- no se sentía como si estuviera
manteniendo relaciones con su abuelo, esta respondió que al ser el
padre de la inteligencia artificial contemporánea era más bien como
“hacerlo con Dios”.
Una muestra contundente de lo que supone esta figura para la
comunidad robot, y porque fue tan necesario que tras 'La
Era de Ultrón'
interviniese para mediar en el conflicto entre la humanidad y los
habitantes del diamante
Van Stolen. Porque
mientras los Estados Unidos y SHIELD daban carta blanca a la doctrina
47 para que la inteligencia artificial pasase a ser considerada como
propiedad intelectual -y actura con total impunidad contra los
terroristas robot que atentasen contra suelo americano-, nadie como
el creador de Ultrón podía entender la importancia de la vida,
independientemente de si esta se apoya sobre código binario o bases
nitrogenadas.
Como entender a Pym en una sola secuencia,
por Mark Waid
Pero
entonces aparece Rick Remender, quien ya antes había mirado con
recelo a Hank Pym en su paso por 'Vengadores
Secretos',
transformándolo en un engendro robótico por cortesía dela
tecnología Deathlok. Pero Pym se puso mejor reiterando en su
condición de científico de lo imposible, explorador de lo
desconocido y superhéroe mago, hasta que vuelve a caer en manos del
guionista de 'La Cólera
de Ultrón' y de repente
Hank Pym “es ateo”. Un ateo que no cree en Dios, ni en la magia,
ni en nada más allá de lo contable y que SPOILERS
no tiene el más mínimo remordimiento para exterminar sin apenas
justificación a una raza entera de robots aludiendo que -al no haber
ninguna diferencia remarcable entre un cuerpo vivo y uno muerto- la
vida es algo irrelevante.
Si
asumimos a los superhéroes como el panteón de una mitología lúdica
contemporánea, el Vengador acababa de pasar de un dios benévolo y
creacionista, a convertirse al implacable Antiguo Testamento. Como
quien habla de encender o apagar una bombilla, Pym usa su ateísmo
como excusa para convertir al máximo defensor de la vida robótica
en un genocida. Un acto de horror sin precedente como trivialización
mayúscula de la vida, en el que no solo no cabe excusa alguna, sino
que además lo realiza sin ningún tipo arrepentimiento o duda, e
incluso tiene la desfachatez de discutírselo a Visión
como una cuestión
venial. Una actitud que no solo es totalmente contraria a la de un
superhéroe, sino que solo parece propia de los peores supervillanos.
Tú lo llamas genocidio; yo, un viernes complicado
Porque si bien es cierto que Pym ya se había visto obligado a enfrentarse a otras dudas morales de difícil solución, siempre lo había hecho con el pesar del que se ve obligado por las circunstancias, y no desde la indolencia psicótica y monstruosa que lo aborda Remender. Y aunque siempre podemos apelar a su carácter bipolar, entre aquel Hank Pym de Humphries que realizaba constantes chequeos de su estado anímico -consciente de que él mismo es la principal amenaza de la que debe proteger al mundo- y el que pasa sobre todo como un elefante en una cacharrería en 'La Cólera de Ultrón', poco favor se puede hacer a la versión Remender.
Es
tan sencillo como comparar algo tan enriquecedor como presentar un
superhéroe que puede serlo pese a estar obligado a lidiar con el
trastorno, frente al que vuelve a la casilla de salida como amenaza
ante la que prevenirse. Tampoco se puede negar que la novela gráfica
de Rick Remender tiene virtudes como la idea profundamente triste de
que el odio de Ultrón
hacia la humanidad tenga
su raíz en que -tras años de abusos, frustraciones y desdén- el
propio Pym odiase en lo más profundo de sus sentimientos al resto de
sus congéneres (recordar que las pautas cerebrales de Ultron están
basadas en las del científico).
Humphries lidió con el problema,
de forma franca y sin olvidar lo que es Pym
Pero eso no evita tener la sensación de que, para encajar su discurso aunque fuera a porretazos, Remender ha forzado la antagonización de Pym hasta convertirlo en una imagen deformada y monstruosa de si mismo. No muy diferente a lo que hicieran cuando decidieron ir con todas al sustituir el apartar a su esposa por una hostia de las que te tumban al suelo, el guionista podría haberse centrado tanto en sus historia, que quizás no haya tenido en cuenta lo que puede suponer para la evolución del personaje.
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