viernes, 22 de mayo de 2015

El humor de los Vengadores de Busiek

Hablando ayer con O.M.M. sobre los Vengadores de Busiek, llegamos a la conclusión de que la etapa del guionista de Conan adolece de una serie de vicios que -al menos en mi caso- hacen bastante difícil tenerla entre mis etapas favoritas del grupo. El tipo era un gran conocedor de la continuidad clásica y no solo le gustaba subrayarlo, sino que erigió a los héroes más poderosos de la tierra como una burbuja de nostalgia con su epicentro en la era Shooter. El bastión de la vieja guardia. 


Tanto es así que al pensar en los Vengadores de Kurt Busiek, la imagen que se le viene generalmente a uno a la cabeza es la de unos señores reunidos en el interior de una mansión barroca -ni siquiera en los cómics de mi infancia recuerdo que lo fuera tanto como con Busiek y Pérez-, atendidos por un mayordomo a manos llenas y que de vez en cuando se les ve practicar el arte ecuestre o pasear por la gran avenidas con sus melenas y ostentosas compras.

También pelean contra panteones de otras dimensiones, Ultron Hussein, cultos de la cienciología y aristócratas europeos con perilla y ambiciones megalómanas, claro. Pero la imagen del portón con verja cromada que se abre automáticamente mientras una limusina lleva a sus miembros al interior de la mansión está muy presente.

Y entonces es cuando reparas en algo. Algo muy chungo. Algo tan chungo que está presente desde el primer número y el inefable recurso cómico que Busiek usa para los “Jajajas” y el “Qué divertido es todo”. Porque qué puede ser tan hilarante que asistir a una reunión de todos los Vengadores habidos y por haber, y comprobar como todos y cada uno de sus miembros se muestran incómodos ante el Hombre Demolición, esquivándolo y manteniendo la distancia con tal grado de sutileza que se vería desde el HUBBLE.


Porque claro -os vais a reír- el Hombre Demolición ¡ES POBRE! Y como todos los sin-techo, pues apesta, huele mal y todas esas cosas que cualquiera con una mansión en pleno centro de Nueva York, mayordomo y Quinjet sobre el tejado debe saber. Y aunque probablemente ni siquiera se hiciera con esas intenciones, recordar aquella escena dentro de su contexto, es cuando menos para echarse las manos a la cabeza.

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