viernes, 10 de noviembre de 2017

La saga de Thor, un análisis de Brannagh a Ragnarok


No quiero sonar como si tuviera alguna obsesión malsana tipo personaje de manga de Junji Ito, pero hay un tema que siempre me ha fascinado: Los círculos. Si hablamos de círculos y mitología nórdica ya ni hablamos. Si es que a lo del Thor cinematográfico de Marvel se le puede considerar del todo “mitología nórdica”, claro. Pero aun con todo hay ciertos aspectos relativos a este tema en la saga del personaje interpretado por Chris Hemsworth que me parecen lo suficientemente interesantes como para hablar de ello, y -aun con sus claras carencias- tener esta saga muy en cuenta si nos preguntamos cual es la mejor de Marvel Studios hasta la fecha. Dicho lo cual, lo que viene a continuación trae SPOILERS de Thor Ragnarok, y del resto de películas del personaje, o con el personaje.


Presentado en una fastuosa fiesta con todos los honores -en la que su padre pretende celebrar la gloria de su hijo mientras su hermano contempla desde las sombras- hay tres escenas de Thor (2011) de Kenneth Brannagh, que me parecen especialmente relevantes para el devenir que el personaje tendría después. La primera es cuando -después de la internada de los Gigantes de Hielo para recuperar el Cofre de los Inviernos- Thor discute con Odín. En ella vemos a un Thor altivo, desafiante, hambriento de guerra. Un Thor belicoso que reprocha a su padre haberse vuelto débil con los años, y que el camino para devolver a Asgard a su antigua gloria es imponer su fuerza / justicia en los Nueve Reinos a golpe de martillo.

En la segunda, vemos a Thor por primera vez en acción, acudiendo con sus camaradas al mundo del Rey Laufey. Thor ignora las palabras de su padre para plantar cara a este, y tras enfrentarse a Laufey lidian con sus ejércitos, y la huida de un monstruo de hielo para acabar escapando por el portal del arco iris.

En la tercera de estas escenas, Thor se enfrenta a las consecuencias de estos actos. Llega El Juicio de Odín. En la escena nos encontramos a Thor y su hermano Loki en una estancia vacía bajo la mirada de El Padre de Todos quien -furioso- le arranca un broche de su capa a su hijo, le deja sin martillo y condena al destierro arrojándolo a otra dimensión. Con esta condena, a Thor le tocará emprender un viaje de penitencia con el que recibir una cura de humildad y descubrir quién es.

Antes de pasar a otra película, añadir también que Thor (2011) es también el film donde vemos a Loki emprender su viaje de transformación en villano. Un viaje especialmente interesante, dado que supone una de las pocas ocasiones en las que podemos ver a un villano construirse paso a paso con un mínimo de solidez. O por lo menos, de una forma infinitamente más solida de lo que se hiceria con Anakin Skywalker de la segunda trilogía de Star Wars. Pero escena más relevante de Loki en su camino a la villanía no ocurre en el Thor de Brannagh, sino un año después en Los Vengadores de Joss Whedon. Como parte de la distracción orquestada por el dios de las mentiras para que sus secuaces puedan robar un extraño metal -y de paso él mismo puediera dejarse capturar para manipular al enemigo desde dentro- Loki se pone en modo “Zod” amenazando a la multitud mientras les insta a que se arrodillen ante su nuevo rey.


Tras estas dos películas llegarían El Mundo Oscuro (2013) y La Era de Ultron (2015), dos films en los que vemos a Thor y Loki continuar su senda, con el dios del trueno dejando atrás su exaltación patriotera de asgardiano beligerante, para virar a una actitud más abierta de un dios viajero y “cosmopolita”. Un ciudadano de los Nueve Mundos capaz de ver más allá de las fronteras de su hogar, y al que incluso se le hace difícil mantener sus raíces con Asgard. Mientras, su hermano el dios de las mentiras flirtea con la redención. Pero una redención con trampa, ya que es de esas que parecen buscarse, pero al final acaba demostrando que no puede evitar ser como es.

Así llegamos hasta Thor: Ragnarok (2017) de Taika Waititi, donde de nuevo me gustaría subrayar tres escenas. O mejor dicho, dos que valen por varias de las anteriormente citadas. En la primera vemos a Thor en acción. Sigue siendo la misma figura poderosa e imponente de antaño, pero también con cierto carácter a vuelta de todo fruto de la veteranía ganada. En esta escena volvemos a verlo encarando a un soberano de otro mundo (Surtur), enfrentarse a las hueste de su ejército y acabar huyendo de una monstruosa criatura de fuego a través del Bifrost. Es prácticamente la misma escena que en la que lo veíamos desplegando por primera vez sus habilidades hace seis años, salvo porque: a) lo obvio, sucede en otro reino, no es la misma. b) Vemos a un Thor mucho más suelto que bromea, lanza embates verbales y cuenta con la suficiente experiencia como para hacer frente a esta situación por si solo.

Antes de pasar a la segunda escena que nos ocupa, sería necesario hablar de un interludio en el que es Loki quien se suma a la película. Retomando a su personaje desde donde lo dejo El Mundo Oscuro, comprobamos que -definitivamente- el dios de las mentiras solo aprovecho su conato de redención para seguir cayendo en sus antiguos vicios. Pero como Thor con su heroismo, Loki tampoco parece abordarlos con la misma solemnidad de antaño. Es un Loki mucho más suelto, y que asume su papel de dios problemático sin complejos. Es tras el encuentro de ambos dioses cuando emprendemos la búsqueda del desaparecido Odín, la cual culmina con la muerte de El Padre de Todos -que ya desde hace unas cuantas películas venía avisando que su salud no andaba muy allá- y la entrada en escena de Hela, personaje interpretado por Cate Blanchett el cual descubrimos es la hermana mayor de Thor y Loki.


Más allá de donde deja esto a Odín, quien habría tenido a una hija encerrada en otra dimensión durante miles de años sin que nadie en Asgard supiera de ella -se ve que lo de desterrar a sus hijos no es algo que comenzara a hacer con Thor-, me parece mucho más interesante el que Hela no aparezca hasta que El Padre de Todos muere. Pero sobre todo, ¿cómo se nos presenta Hela? Como un personaje altivo, desafiante, hambriento de guerra. Una Hela belicosa que reprocha a su padre haberse vuelto débil con los años, y a la que posteriormente descubrimos como el azote de Asgard, que extendería el terror por los nueve mundos, cabalgando sobre los lomos de su lobo Fenrir con el Mjolnir en su mano.

Dicho de otra forma, Hela es Thor. O mejor dicho, aquello en lo que se habría convertido Thor de haber continuado siendo el personaje que nos presentaba Brannagh al inicio de su primera película. Un Thor que no hubiera recibido la cura de humildad que supuso para él su exilio en Midgard, y que hubiera proseguido con su actitud violenta e iracunda. Pero ahí no acaba la cosa, ya que, ¿qué es lo primero que hace Hela al liberarse de su encierro? Dirigirse a Thor y Loki en modo “Zod”, ordenándoles de se arrodillen ante su reina. ¿Os suena?

Probablemente sí, teniendo en cuenta que es de la que hablábamos unas líneas más arriba. De nuevo nos encontramos en una situación identica a las vistas en anteriores entregas de la saga (en este cso, Los Vengadores de Whedon), con una relectura al ser Hela la que ocupa el lugar de Loki, y esta la que insta a los hermanos a someterse. Dicho de otra forma, Hela es Loki. O más bien aquello en lo que se habría convertido Loki de haber abrazado su conversión en villano por completo. ¿Se entiende por donde voy? Si aun no, expongámoslo de esta forma: Hela es un espejo. Odín acaba de morir, y Thor y Loki ya no cuentan con la expectativa de un padre en la que contemplarse. Durante las anteriores películas de la saga, los dos hermanos se encontraban en una pugna perpetua con algo que cualquier hijo, cualquier estudiante, cualquier empleado o cualquier ciudadano de cualquier país en el que haya una figura de autoridad conoce muy bien. La batalla sin fin entre la persona que eres, y la persona que el padre, madre, docente, jefe, autoridad local, estado, etc... espera que seas. O mejor cambiemos de verbo, te insta a que seas. Prácticamente te ordena que seas.

Esto deja una senda bastante delimitada con la que de alguna forma u otra todos batallamos durante diferentes momentos de nuestra vida. Tu padres quieren que estés en casa a una determinada hora en casa, tu prefieres quedarte hasta más tarde. Tus profesores te ofrecen una serie de tareas, tu decides emplear tu tiempo en algo que consideras más estimulante. El jefe te da una serie de instrucciones, tu consideras que lo harías mejor de otra forma. La ley te indica que actues de una manera, pero tú realización personal va por un camino diferente. No es que sea algo continuo -porque si no estaríamos hablando de llevar la contraria por llevarla-, pero sí que es algo inevitable. Algo que nos encontrarse en diferentes fases de nuestra vida, fruto de la imposibilidad de que la persona que queremos ser coincida al 100% con las expectativas que haya colocado sobre nosotros la autoridad / jefe de la tribu que sea responsable de nosotros en cada momento.

Pero llega un momento en el que por una razón u otra, dicha autoridad desaparece. Nos vamos de casa de nuestros padres, terminamos los estudios, dejamos el empleo para montar nuestra propia PYME o hasta nos independizamos de autoridad que nos gobierna. A veces puede ser algo que alcancemos por voluntad propia, en otros no nos queda otra si hablamos de progenitores que mueren, empresas que cierran las puertas o estamentos que se disuelven. ¿Y ahora qué? ¿Libertad total, no? Que viva la pepa y cada uno haga lo que le plazca. Ahora es cuando viene lo realmente jodido, ya que el enemigo a batir ya no es la expectativa que haya puesto sobre ti tu padre, madre, maestro, jefe o autoridad civil. A partir de ahora estás volando sin red, y el principal enemigo que puede hacer que pierdas el equilibrio y te pegues la hostia del siglo contra el suelo eres tu mismo. A veces será por vicios veniales de los que nos hacen tan encantadores -te gusta dormir, sueles llegar tarde, disfrutas con pasión de los placeres hedonistas de cada día-, en otras por cosas mucho más serias si entramos en el terreno de las adicciones, los desequilibrios de conducta o la mala planificación de vida.

El caso es que todos tenemos una parte realmente jodida con la que tarde o temprano nos toca enfrentarnos, y los momentos en los que perdemos a una de las correas que nos mantienen a salvo de ella suelen ser determinantes para debatirnos entre ser capaces de tomar control de nuestra vida o irnos definitivamente a la mierda. Como primera figura de autoridad que conoceremos en nuestra vida, la perdida de un padre o una madre puede ser una de las más trascendentes en ese aspecto, no hablemos ya si nos referimos a un padre que además es mentor, rey, estado y de postre dios celestial. Esta es básicamente la situación a la que hacen frente Thor y Loki en Ragnarok, donde tras la muerte de su padre se enfrentan a la perdida de cualquier tipo de referente que otro pudiera tener sobre ellos, y pasan a tener ante sus narices una über versión de lo peor de ellos mismos.

Tan próxima a un Thor tiránico, sanguinario e implacable como de un Loki despótico, narcisista y taimado, Hela hace su entrada convirtiéndose en la protagonista de una escena idéntica a la del Juicio de Odin. De nuevo los dos hermanos en la intidimidad de encontrarse a merced de un tercero, salvo que en lugar de ser el padre es una hermana que tiene lo peor de ambos. El Juicio de Hela podríamos llamar a este proceso en el que ya no es lo que nuestro padre espera que seamos lo que nos mide, sino nuestros propios demonios los que nos condenan. Y si con la escena en la que vemos al personaje por primera vez en acción ya decíamos que había un claro paralelismo entre Thor (2011) y Thor Ragnarok (2017) -el principio y el fin-, aquí de nuevo volvemos a encontrarlo al ser desterrados por segunda vez Thor y Loki, de forma prácticamente idéntica a como ocurría en la primera.


Si en aquella sucedía con los dos hermanos frente a Odín, ahora vuelven a ser ambos los que se alzan frente a Hela. Sin en aquella era Odín quien dejaba a Thor sin su Mjolnir, ahora es Hela. Si en aquella Thor era arrojado a Midgard, ahora... Bueno, digamos que el lugar al que cae sin duda le hace añorar la Tierra. Es en la severidad de ambos destierros donde están las principales diferencias de la situación que nos plantean ambas películas, ya sea con un Odín que simplemente te ha quitado las llaves del Mjolnir hasta que demuestres ser digno y una Hela que lo aniquila sin piedad. Entre que te arrojen del Bifrost para que vayas a parar a un mundo que para un dios es el equivalente a una piscina de bolas o que te peguen la patada con la esperanza de lo que te espere sea morir. Los paralelismos van tan lejos que si en la primera Odín arrancaba uno de los broches de la capa de Thor, en Ragnarok se vuelve a dar exactamente la misma escena, con la salvedad de que es uno de los chatarreros de Sakaar quien deja la capa de Thor colgando de un único medallón. En la primera la lección la daba el padre, ahora la da la vida y viene con navaja. Bienvenido al barrio, madafacka.

Así comienza el segundo destierro de Thor y Loki, con unos paralelismos más que evidentes con el primero que sufrieron ambos -autodestierro en el caso de Loki-, pero también dejando claro que ya no son las mismas personas de entonces. Podríamos incluso considerar que lo de la primera película no fue más que un simulacro, y este el verdadero examen final, en un film en el que el destierro tiene muchísima más relevancia que en la de Brannagh. Porque ya no es que sean solo los dos hermanos. Tenemos un mundo entero de desterrados, con un sinfín de personajes que -por diferentes razones- se han visto forzados a hacer de hijo pródigo sin sitio al que volver. Valquiria, Hulk, Korg... Ya sea por huir de la aniquilación de sus hermanas, escapar de un planeta en el que le ven como un monstruo o condenado al exilio por organizar una revolución, todos los refugiados de Sakaar encaran su propio destierro, en un mundo en el que hasta su propio gobernante (El Gran Maestro) es un desterrado que tuvo la suerte de llegar antes que nadie.

Centrada en la cuestión de buscarse uno mismo a través del destierro o descubrir quién eres una vez lo has perdido todo, sobra decir que Thor Ragnarok aborda este tema de una forma plenamente retrospectiva. Un enfoque que a fin de cuentas es habitual en este tipo de historias. Pero lo ingenioso es como lo hace, ya que aquí no tenemos flashbacks ni fragmentos extraidos de anteriores películas, sino que se tira de recursos como el teatrillo de Loki o el compañero de celda de Thor, con los que se nos refrescan los eventos pasados de la saga. Eso por no hablar de la gran cantidad de guiños que a veces flirtean con la parodia, rememorando momentos como la escena a lo La Bella y La Bestia de Hulk y la Viuda Negra o la venganza por la sacudida de Loki.


La cuestión es que este enfoque es en parte necesario cuando hablamos de búsquedas como la de encontrarse a si mismo tras una pérdida que básicamente ha sacudido todo su mundo, y que aquí además se plantea junto a la necesidad de ser capaz de redefinirse para continuar adelante. Tema condensado en la frase que prácticamente podríamos decir que resume el film, ese Asgard no es un lugar, sino el pueblo que lo habita es tan aplicable al éxodo -otra vez el exilio como medio para encontrar la identidad- de los súbditos e Odín, como al viaje personal de la mayoría de protagonistas. Asgard no es el lugar como Thor no es su martillo, de la misma forma que Loki no termina siendo el villano que dicta la historia, o Valquiria, Hulk o Korg se sobreponen a la tragedia, la condición de monstruo y el fracaso que delimitan sus narrativas. Hasta el propio Skurge, siendo uno de los personajes más secundarios de la cinta tiene su oportunidad para reivindicarse, en una película en la que -de una forma u otra- todos los personajes hacen frente a la necesidad de la reinvención personal frente al cambio.


Que -en uno de los pocos momentos de la saga que verdaderamente beben de la mitología nórdica- Thor llegue a esta verdad que determina el futuro de Asgard tras perder un ojo, no es solo una forma de reflejar que el hijo ha derrotado a sus propios demonios para aceptar su papel como nuevo padre, sino también una referencia directa a la leyenda en la que Odín alcanzase la sabiduría tras arrancarse su propio ojo en el Pozo de Mimir. Aquí, es el momento en el que Thor consuma su transición final a la divinidad, descubriendo la vía para salvar a su pueblo y cerrar el círculo de esta historia de padres e hijos en forma de Ragnarok.


Así, como un dios que se adapta al cambio, que encara las circunstancias eternamente cambiantes y navega el flujo del tiempo como el que sabe que es algo a lo que no se puede hacer frente, Thor asume su lugar en el mismo trono que antes se sentase su padre, marchando lejos del hogar al frente de su pueblo. En Asgard mientras, la indoblegable Hela, la que no cambia ni conoce la humildad, la que se mantiene férrea a como era un principio, sin ceder ni un milímetro de terreno, la Hela del carácter inamovible de aquel Thor de la primera película que prefería el martillo antes de pensar siquiera en la indignidad que suponía para él la diplomacia -más conocida como el arte de ceder- encuentra su fin anunciado al chocar de bruces con el único fin al que su camino podía conducir: A querer morder tanto que termine rompiéndose sus fauces, frente a un aniquilador muro de piedra imposible de engullir. Y en cuanto a Loki... Loki sigue siendo una incógnita que todavía quedará por resolver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario