En
1941, el psicólogo William Moulton Marston y Harry G. Peter daban
vida a Wonder Woman
como respuesta femenina a Superman, creando un personaje
revolucionario para su época, en un momento en el que las mujeres
tuvieron que remangarse para reivindicar su lugar como motor activo
de la sociedad norteamericana. El “We can do it”
en forma de una imbatible superheroína de brazaletes impenetrables y
lazo fetichista, pero que desgraciadamente terminó perdiendo su
componente de libertad sexual y aventurero al ser domesticada durante los
tradicionales años cincuenta.
Durante
la década posterior a la II Guerra Mundial, la mayor parte de
superheroínas que se presentaron eran o bien derivados de Wonder
Woman o adolescentes enamoradizas sin ningún tipo de poder, no
siendo hasta los descocados sesenta cuando volvieron a entrar en
juego tímidamente. Stan
Lee no puede presumir de
ser el guionista de cómics que más ha apoyado a la visibilidad de
la mujer, pero si que ofreció una variedad inédita hasta la vida,
presentando desde a la ama de casa tradicional Susan Storm (la Chica
Invisible), la guerrera Jean Grey, la coqueta Avispa, la femme fatale
Viuda Negra o la decidida Bruja Escarlata.
Su
contribución abrió las puertas para la revolución
de las superheroínas que
irrumpiría en los cómics entre los setenta y ochenta, con
escritores como Chris Claremont, Ann Nocenti, John Byrne, Steven
Englehart o Roger Stern. Pero ni con todo este boom podrían
imaginarse nunca lo que iba a llegar durante la década actual, en la
que no solo tienen más colecciones de las que han tenido nunca, sino
que además se muestran con un nivel de calidad envidiable. Quizás
tenga mucho que ver como han caído viejos criterios, y que las
editoriales por fin se han dado cuenta de que hay un enorme target
femenino al que también podría interesarle sus cómics. La cuestión
es que las superheroínas la mayor época de esplendor de su
historia, y para celebrarlo que menos que ilustraciones como esta.
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