Hace dos años, Geoff
Darrow lanzaba el segundo volumen The Shaolin Cowboy,
un cómic protagonizado por un vaquero experto en artes marciales, y
que en su segunda colección se dedicaba a masacrar incontables
hordas de zombies sin más armas que sus manos desnudas y dos sierras
mecánicas atadas con una caña de bambú... y nada más. Páginas y
páginas que eran mayoritariamente splash pages en las que el
protagonista se limitaba a aniquilar muerto viviente tras viviente,
durante cuatro números plagados de la sangrienta ultraviolencia de
Darrow, con un diálogo prácticamente inexistente.
Sobra decir que el cómic
generó controversia entre los que lo consideraron una vacuidad
absoluta y los que vieron en The Shaolin Cowboy un brillante
experimento formal. ¿Necesita
el cómic realmente diálogos, o hablamos de un medio que debería
poderse disfrutar plenamente desde un plano puramente visual? La
Era de los Dinosaurios de
Ricardo Delgado bien podría usarse como ejemplo -en serio, si os
gustan estos lagartos pillaos el tomo de La Travesía publicado por
Norma Editorial-, como también podría tenerse muy en cuenta el
Caballero Luna
de Warren Ellis.
Junto
a unos portentosos Declan Shalvey y Jordie Bellaire, el guionista de
Planetary dio toda una lección de economía narrativa, en la que la
exposición verbal quedaba en un segundo plano para dar especial
importancia al apartado visual. Como George Miller en Mad
Max, Furia en la Carretera,
Ellis sugería más que relataba, aguardando como un sniper agazapado
a la espera del momento justo para lanzar sus balas de información
condensadas, con las que la historia se construía en nuestra cabeza.
Una
forma particular de narración donde el cómic se convertía en el
compacto ojo de buey desde el que aproximarnos a un escenario mucho
más amplio. Jugando con cadenas de ideas asimiladas en el atiborrado
subconsciente colectivo, el guionista de Essex daba forma a sus
paredes con la precisión de un efecto dominó en el que desde una
minúscula pieza se pueden construir las más increíbles formas.
Algo similar a lo que está haciendo actualmente en Karnak
-aunque sustituyendo el formato de relato por cómics por el de una
narración continuada en un arco de seis números-, y que me llevó a
entablar un interesante discusión con un compañero aficionado.
Como
en su Caballero Luna, el segundo número de Karnak presenta una
disociación marcada entre acción y exposición escrita, donde tras
una página de introducción que nos traslada a la infancia del
protagonista -nada nuevo para quien lo conozca bien, vital para
quienes no estén tan familiarizados o no se hayan enterado aun de
que a pesar de ser inhumano
no es inhumano-, para
después dar paso a siete páginas sin nada más que acción sin
descanso a cargo de Gerardo
Zaffino. Ni un solo
bocadillo, cuadro de texto, onomatopeya o palabra hasta que concluye
la secuencia espectacularmente narrada, en la antesala al
enfrentamiento contra el level boss,
en el que Ellis vuelve a entrar en escena.
Concebida
como una confrontación ante todo dialéctica -sin abandonar el plano
físico-, Ellis prosigue con su demolición de la cultura del yo,
enfrentando a su protagonista contra un rival que podría ser su
perfecto contrario. El inhumano consciente de la futilidad de todo,
frente a un sacerdote cuyo poder se basa en su fe en una fuerza
superior a él. El excepticismo supremo, contra la implicación total
en un credo. Ellis incluso deja entrever algo mucho más complejo
tras la aparente indolencia de su protagonista frente a la vida
humana -o no- en la secuencia final dibujada por Antonio
Fuso.
Así
al menos fue como lo interpreté, dado que no hay más que echar un
vistazo a las reseñas del número recogidas en Comicbook Round Up
para ver que el tratarse de un cómic con poca información explícita
ha hecho que las opiniones han sido más bien dispares. No faltan
lectores que todo lo que ve en el cómic son un puñado de hostias y
a correr, relleno secuencial con el que llenar 20 páginas y decir
hasta luego a espera de que volvamos a pasar por el aro el próximo
mes )y así hasta juntar seis números).
Tampoco
es que me vaya a erigir a mi mismo como paladín de la narración
secuencial menos convencional, ni como nadie con una suerte de
superioridad cognitiva
capaz de captar lecturas que los demás no. También di sus buenos
palos al primer número de los Omega Men
de Tom King como cómic que podría perjudicar su futuro comercial
-por su reducción al equivalente a cualquier película de Bond-, y
ahí sigue como una de las mejores colecciones de la actualidad.
Todo
esto nos lleva al primer número de la Viuda
Negra de Mark Waid y
Chris Samnee, o -mejor dicho- la Viuda Negra de Chris
Samnee y Mark Waid como
se vendió desde un principio. Reencuentro de guionista y dibujante
después de marcarse la gesta de haber firmado la que probablemente
sea la etapa más redonda de Daredevil sin necesidad de tirar de las
fórmulas de Frank Miller y Brian Michael Bendis, todo el mundo
esperaba con gran ansia este número, y no son pocos los que se han
dado de bruces con un contundente jarro de agua fría. La razón
fundamental es que -nuevamente- todo el cómic es una única
secuencia de acción sin descanso. Uno que a diferencia de Omega Men
ni siquiera está dividida en varios frentes para obtener una visión
más global, y que a diferencia de Karnak carece de un núcleo
expositivo que condense una sustancia más allá del espectáculo
gráfico.
Llevando
a Natasha de un punto A a uno B como una especie de ballet letal de
alta tensión, no hay apenas adorno o complemento alguno a la
vibrante secuencia de acción a la que da vida Chris
Samnee. Ni contexto
inicial que nos permita saber que hace ahí y porque la persiguen,
ningún tipo de pausa con la que ofrecer un ancla, ni cuadros de
texto paralelos con los que la protagonista se explique, ni ningún
tipo de revelación que altere el curso de la lectura. Ya no es solo
que apenas haya texto, es que el cómic se lee incluso mejor si la
ignoramos, por lo que no es de extrañar que hayan sido unos cuantos
los que han cuestionado la contribución de Mark
Waid en el apartado de
“guión”.
Pudiendo
recordar a una especie de Aeon Flux
-la serie, no la película- pasada por el filtro del Daredevil del
duo, aquí habría que volver a insistir en el detalle de que la
nueva serie de la Viuda Negra fue presentada como una serie de Chris
Samnee con Mark Waid y no al revés. Esto quizás ya debió haberse
usado como pista de que, al contrario que Daredevil, el aspecto
gráfico tenía prioridad sobre el escrito. Pero la verdadera
cuestión es, ¿estamos preparados para valorar adecuadamente este
estilo de cómics, tras años absorbidos por la narrativa tradicional
de los superhéroes? ¿Qué puntuación le damos al guión si se
apoya si esté se mantiene tan en segundo plano que apenas existe? Y
no, que nadie tire del tópico de que el guión es algo más que las
letras que aparecen en los bocadillos, porque en este caso el debut
de la Viuda Negra se presenta como uno de esos cómics en los que el
guionista daba un par de indicaciones, y a partir de ahí el
dubujante rellena las 20 páginas.
¿Aceptamos
que el guión está bien,
dado que tampoco hay nada que incomode? ¿Determinamos que está
mal, al ser prácticamente
inexistente? ¿Lo dejamos como regular?
¿Excluimos cualquier valoración del guión como algo que no
procede? ¿Hasta cuando? ¿Las próximas dos, tres, cuatro o cinco
entregas? ¿Y si resulta que como The Shaolin Cowboy,
Samnee y Waid han concebido una serie que es todo narración gráfica
sin apenas diálogo? ¿Estaría entonces bien, o estaría mal? Todo
dudas que han asaltado a la comunidad de lectores tal y como puede
apreciarse -una vez más- en la disparidad de las reseñas recogidas en CBRU, y a las que también tuvo que enfrentarse el compañero de
Zona Negativa Nacho Teso,
optando por la solución ecuánime (ni para ti ni para mi). Una
decisión tan válida como otra cualquiera y que ilustra
perfectamente como La Viuda Negra de Samnee y Waid es ante todo un
cómic que se sale de lo habitual, llevando un paso más lejos esta
corriente en la que el guionista hace su trabajo desde bambalinas
para hacer del cómic un recital plástico de la mano del equipo
artístico.
Cómo
valorar esto dependerá de como le pille el día a cada uno, y lo que
pueda compensarle un cómic integramente visual. Si se titula La
Viuda Negra, el Caballero Luna, Omega Men o Karnak es ya lo de
menos. Pero al igual que entendemos que hay cine mudo, arte abstracto
o música compuesta integramente en mesa de mezclas, quizás haya que
asumir que el que un cómic se apoye por completo en el dibujo se ha
convertido en un estilo válido incluso en el cómic mainstream,
siendo necesario comenzar a otorgarle criterios de valoración
propios con el que hacerle justicia.
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