Mucho
antes de que el pueblo mexicano la convirtiese en escudo al
indicarles el lugar para erigir su capital y que el taoismo acuñase
el yin y el yang, la eterna lucha entre el ser alado celestial y su
serpenteante antagonista surgido de las fauces del inexpugnable suelo
estaba presente en mitologías de todo el mundo. Desde el culto al
Zeus heleno frente a los ritos órficos y otras prácticas
oscurantistas hasta la interminable guerra entre Ra y Apep en
Egipto -sin olvidar las religiones monoteistas indoeuropeas con el
Espíritu Santo y la serpiente de El Paraíso-, la humanidad siempre
ha parecido mirar a los cielos en busca de esa luz salvadora que nos
da la bienvenida a la vida desde los vientres de nuestras madres, y a
los indescifrables secretos que esconde la tierra que nos da
sepultura como refugio de ese gran mal que busca arrastrarnos a los
abismos.
Que
de las casi doscientas naciones que hay en la actualidad una tercera
parte tenga en su heráldica algún tipo de fénix, águila, halcón,
cóndor, gavitota, etc -sin contar todas las otras que lo han tenido
en algún momento de su Historia- da una idea de hasta que punto esta
arraigada esta imagen en la consciencia colectiva de la humanidad.
Erigidos sobre los principios de la igualdad universal y la libertad
del individuo, la bandera de los Estados Unidos de América no
es una excepción, y el águila cabeciblanca siempre ha estado
ondeando a su lado por mucho que la leyenda se empeñe en señalar
que Benjamin Franklin quería un pavo. Sin embargo, no toda la
Historia de la nación de las barras y estrellas es tan majestuosa,
estando plagada también de infinidad de serpientes.
Creados
por el mismo Steve Englehart que terminó de consagrar a Sam
Wilson como compañero de aventuras de El Capitán América, el
Escuadrón Serpiente rara vez fue algo más que una excusa
para brindar al centinela de la libertad una amenaza física
pintoresca como músculo de alquiler o enemigos transitorios. Muy
lejos de los Cráneo Rojo o Barón Zemo que encabezan el panteón de
los villanos del Capitán América, que hasta la propia Marvel
Studios bromease anunciando la tercera película del primer
vengador bajo el título de 'El Escuadrón Serpiente' -antes de
revelarlo como una broma presentando el mucho más comercial 'Civil
War'- es un buen reflejo de cual es su lugar en la historia del
personaje.
Entre
propuestas como ligarlos a la Corona Serpiente y el dios primigéneo
oscuro Set, ni siquiera autores de la talla de Robert Kirkman o Ed
Brubaker fueron capaces de hacer nada bueno nunca con ellos, siendo
el llorado Mark Gruenwald uno de los pocos que se los tomaron
levemente en serio con su transformación en la Sociedad Serpiente y
la introducción de Rachel Leighton (La Iguana) a lo largo de
su etapa. Unos precedentes con los que sobra decir nunca terminé de
encontrar sensata la elección de Nick Spencer de convertir al
grupo en los antagonistas principales del nuevo Capitán América
en su actual etapa. ¿Qué expectativas puede guardar nadie cuando
tus principales villanos parecen haberse fugado de un catálogo de
los Masters del Universo de Mattel? Más si al frente de ellos
no había ningún villano de peso, sino el Víbora original
-no confundir con la mítica publicación española- Jordan Dixon
Stryke.
Pero
-eh- si Rick Remender fue capaz de brindarnos un pedazo de saga como
'La Dimensión Z' con un personaje tan estrafalario como Arnim Zola,
que menos que darle una oportunidad al guionista de 'El Hombre
Hormiga' y 'Enemigos Superiores de Spider-Man'. Sobre
todo, teniendo en cuenta la absoluta joya que esta siendo la serie en
su forma de aproximarse al escenario político actual con la eterna
guerra entre liberales y conservadores, erigiendo a Sam Wilson como
el primer Capitán América de tendencias socialistas. Tejiendo un
lucidísimo marco en el que el antaño Halcón no solo se ha visto
privado del apoyo del gobierno, sino que además se ve constantemente
atacado por la propaganda de los medios de la derecha más férrea
-mientras el país se divide entre los que le apoyan, los que le ven
como una ofensa contra los valores tradicionales y los que
simplemente se mofán de la situación en la que se encuentra-,
Spencer se las ha ingeniado para abordar temas como la creación de
milicias armadas contra la inmigración, las cuestiones éticas
alrededor de las filtraciones de documentos gubernamentales
comprometedores, las plataformas de servicio social sin ánimo de
lucro y la contribución de las aplicaciones online dentro de estas o
la experimentación clandestina con sin techo y animales por cortesía
de industrias tan aparentemente inocuas como la cosmética.
Todo
antes de alcanzar la cuarta entrega en la que el rostro del verdadero
enemigo de Sam Wilson para este arco de apertura del Capitán América
de Nick Spencer sale a la luz con la forma de Soluciones
Serpiente, el nuevo rostro de la organización reptiliana
liderada por Víbora en su actualización para un siglo XXI en el que
la incertidumbre y la duda han derivado en que las fronteras entre el
bien y el mal estén cada vez más difusas. Presentandos como un
grupo oportunista que aprovecha la caída de Hydra e IMA para
ganar peso dentro de las zonas turbias del panorama internacional, lo
más llamativo de la nueva encarnación del Escuadrón Serpiente es
que dista mucho del grupo de matones ofídicos que recordábamos, así
como la perversa sensación de familiaridad que transmite su nuevo
rol.
Dando
a conocer sus servicios a los grandes inversores del Olimpo
empresarial de Manhattan como parte de una supuesta reformación que
no es tal, el líder de Soluciones Serpiente se muestra tajante
mientras se refiere a la malicia de los titulares de prensa
repletos de términos como rescate financiero, enriquecimiento
desmedido, actividades ilícitas y corrupción:
“Vosotros no sois los malos”. Placebo entumecedor
para la conciencia del 1% en forma de síbilina serpiente,
Víbora apela a ese sentido de la autopreservación moral que nos
impide vernos a nosotros mismos como villanos, ofreciendo una
subcontrata que permitiría a sus clientes dormir tranquilos por las
noches con sus manos limpias, mientras ellos se encargan del trabajo
sucio. Ya les llegarán los resultados en forma de licencias y
patentes que les permitan seguir salvando el mundo por medio
de sus empresas farmacéuticas, hallazgos científicos y armas con
las que proteger al hombre de a pie, sin nunca tener que preocuparse
de los horrores que han sido necesarios para obtenerlos.
Una
manzana del conocimiento envenenada que oferta medios a bajo coste y
sin necesidad de más esfuerzo que dejarse la venda puesta, hablando
de los completos morales como el bien y el mal como conceptos
desfasados de épocas pasadas. Para hacer una tortilla hay que romper
algunos huevos, ¿verdad? Lo que ellos proponen es descascarillarlos
por ti y que no te tengas que preocupar de qué estaba hecha la
salchicha antes de tragártela entera. Qué menos cuando al frente de
sus empresas de alcance internacional sujetas a las constantes
fluctuaciones de un mercado globalizado son este 1% los que
mantienen viva la economía, los que pagan los cheques y los que
sacian la nacesidades de unos consumidores siempre en busca de
productos de calidad por el mínimo precio.
Si
como en mi caso no has podido evitar tener una extraña sensación
de déjà vu con un discurso como este, me temo que
muy probablemente sea por resultar aterradoramente cercano a todas
esas palabras con las que cada día se defiende un sistema que oprime
impunemente a los desfavorecidos, y con las que demasiado a menudo
preferimos mantenernos al margen como si fuera a esfumarse solas. El
“sacrificio necesario” por ese bien mayor que somos
incapaces de afrontar ni tampoco renunciar, necesitando de un Marcelo
que nos limpie la conciencia con un cuento de La Cigarra y la
Hormiga en dónde todo cadáver arrojado al badén es
el único responsable de su desgracia por intentar vivir por encima
de sus posibilidades. Nada es personal ni ni nadie es un egoista
acaparador de intenciones aviesas dentro de su propia historia,
escudando nuestras decisiones en las impersonales necesidades del
progreso financiero para mantener en marcha el motor del sueño
americano. Ya habrá momento para apelar a esa conciencia recordando
de donde provienen la mayoría de nuestras comodidades cuando alguien
se acuerde de las empresas -como nosotros- solían tener principios
que en algun momento decidimos cambiar por un nuevo teléfono de
último modelo fabricado en algún regimen esclavista del tercer
mundo.
Dando
descanso a Daniel Acuña para que un muy apropiado Paul Ranaud
tome el relevo a los lápices, ningún títere queda en pie ante el
veneno de los dardos disparados por Nick Spencer, en una nueva
entrega de su 'Sam Wilson, Capitán América' que habla de
publicistas que volvieron sin alma del infierno y lanza pullas a
costa de conocidos de más allá de las viñetas como la consultora
Bain & Companny. Aquí no hay prisioneros que valgan.
Sin
embargo, no todo son bífidos reptiles serpenteando entre las torres
de marfil del imperio occidental donde el último águila
américana trata de hacerles frente, en un cómic que no se
olvida de descender hasta la dura realidad de las calles. Sin perder
la ocasión para arrojar bilis ácida hacia la situación
económica del Capitán América, Spencer se atreve también a
meter el dedo en la llaga sobre una cuestión escamosa en torno las
superheroínas de perfil bajo que desgraciadamente se antoja
demasiado real. Antaño miembro de la Sociedad Serpiente que
terminara rehabilitándose para convertirse en superheroína y amante
de Steve Rogers en sus años lozanos, las cosas no parecen haber ido
demasiado bien para una Iguana a quien el guionista
reintroduce con la necesidad de ganarse el pan trabajando en un club
de striptease neoyorkino. Pura cuestión de supervivencia en un mundo
sobrepoblado de superhéroes, en el que no todos cuentan con el
capital de Tony Stark o Bruce Wayne, ni es que haya mucha oferta de
trabajo para los mercenarios de alquiler si pretendes mantenerte en
la legalidad.
Relatando
como tras ver como los acreedores se acumulaban sin que lo de ser
superheroína apaciguase ningún tipo de factura, Rachel terminaría
dándose cuenta que en la situación económica actual no hay muchas
salidas para una chica que abandonó los estudios a los 15 años y se
ha pasado lo últimos 10 peleando contra otros enmascarados embutida
en un traje tres tallas más pequeño. El guionista incluso se atreve
a esgrimir un comentario meta al hacer de Iguana la portavoz de
aquella generación de superheroínas de los noventa con sus
disfraces ceñidos y sus cuerpos imposibles, hablando de si misma
como una reliquia del pasado dentro de un mundo en el que las
superheroínas al fin son tomadas en serio con ejemplos como los de
la Capitana Marvel o la nueva Thor. ¿Qué queda para aquellas chicas
malas que fueron la novedad de un día y de las que ya nadie se
acuerda, más que desaparecer entre la multitud y adaptarse a nuevas
formas con las que subsistir?
Tradicionalmente,
la serie del Capitán América siempre ha tenido un fuerte contexto
social, pero casi siempre centrado en los grandes acontecimientos que
guiaban el destino de la nación. El legado de la II Guerra Mundial,
el Watergate, la América de Ronald Reagan, el 11 de Septiembre, la
lucha por las libertades individuales, el papel de USA como policía
internacional... Aspectos muchas veces más centrados en el rol de
los Estados Unidos dentro del esquema global que en su gente, algo
que Nick Spencer ha sabido recuperar sin miedo a abordar temas
incómodos sobre el momento en el que vivimos. Demasiado acostumbrado
a elevar sus miras en busca de los grandes ideales, quizás era el
momento de que el Capitán América volviese a poner los pies en el
suelo. El momento de regresar al lado de la gente para abordar
problemas reales de un mundo que sigue necesitado de héroes, y en el
que las águilas han pasado tanto tiempo en las alturas que el nido
ha terminado llenándose de serpientes.
Lectura recomendada: Entrada en Marvelous Metal Mouse
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