miércoles, 6 de enero de 2016

Capitán América: De Halcones y Serpientes


Mucho antes de que el pueblo mexicano la convirtiese en escudo al indicarles el lugar para erigir su capital y que el taoismo acuñase el yin y el yang, la eterna lucha entre el ser alado celestial y su serpenteante antagonista surgido de las fauces del inexpugnable suelo estaba presente en mitologías de todo el mundo. Desde el culto al Zeus heleno frente a los ritos órficos y otras prácticas oscurantistas hasta la interminable guerra entre Ra y Apep en Egipto -sin olvidar las religiones monoteistas indoeuropeas con el Espíritu Santo y la serpiente de El Paraíso-, la humanidad siempre ha parecido mirar a los cielos en busca de esa luz salvadora que nos da la bienvenida a la vida desde los vientres de nuestras madres, y a los indescifrables secretos que esconde la tierra que nos da sepultura como refugio de ese gran mal que busca arrastrarnos a los abismos.

Que de las casi doscientas naciones que hay en la actualidad una tercera parte tenga en su heráldica algún tipo de fénix, águila, halcón, cóndor, gavitota, etc -sin contar todas las otras que lo han tenido en algún momento de su Historia- da una idea de hasta que punto esta arraigada esta imagen en la consciencia colectiva de la humanidad. Erigidos sobre los principios de la igualdad universal y la libertad del individuo, la bandera de los Estados Unidos de América no es una excepción, y el águila cabeciblanca siempre ha estado ondeando a su lado por mucho que la leyenda se empeñe en señalar que Benjamin Franklin quería un pavo. Sin embargo, no toda la Historia de la nación de las barras y estrellas es tan majestuosa, estando plagada también de infinidad de serpientes.


Creados por el mismo Steve Englehart que terminó de consagrar a Sam Wilson como compañero de aventuras de El Capitán América, el Escuadrón Serpiente rara vez fue algo más que una excusa para brindar al centinela de la libertad una amenaza física pintoresca como músculo de alquiler o enemigos transitorios. Muy lejos de los Cráneo Rojo o Barón Zemo que encabezan el panteón de los villanos del Capitán América, que hasta la propia Marvel Studios bromease anunciando la tercera película del primer vengador bajo el título de 'El Escuadrón Serpiente' -antes de revelarlo como una broma presentando el mucho más comercial 'Civil War'- es un buen reflejo de cual es su lugar en la historia del personaje.

Entre propuestas como ligarlos a la Corona Serpiente y el dios primigéneo oscuro Set, ni siquiera autores de la talla de Robert Kirkman o Ed Brubaker fueron capaces de hacer nada bueno nunca con ellos, siendo el llorado Mark Gruenwald uno de los pocos que se los tomaron levemente en serio con su transformación en la Sociedad Serpiente y la introducción de Rachel Leighton (La Iguana) a lo largo de su etapa. Unos precedentes con los que sobra decir nunca terminé de encontrar sensata la elección de Nick Spencer de convertir al grupo en los antagonistas principales del nuevo Capitán América en su actual etapa. ¿Qué expectativas puede guardar nadie cuando tus principales villanos parecen haberse fugado de un catálogo de los Masters del Universo de Mattel? Más si al frente de ellos no había ningún villano de peso, sino el Víbora original -no confundir con la mítica publicación española- Jordan Dixon Stryke. 


Pero -eh- si Rick Remender fue capaz de brindarnos un pedazo de saga como 'La Dimensión Z' con un personaje tan estrafalario como Arnim Zola, que menos que darle una oportunidad al guionista de 'El Hombre Hormiga' y 'Enemigos Superiores de Spider-Man'. Sobre todo, teniendo en cuenta la absoluta joya que esta siendo la serie en su forma de aproximarse al escenario político actual con la eterna guerra entre liberales y conservadores, erigiendo a Sam Wilson como el primer Capitán América de tendencias socialistas. Tejiendo un lucidísimo marco en el que el antaño Halcón no solo se ha visto privado del apoyo del gobierno, sino que además se ve constantemente atacado por la propaganda de los medios de la derecha más férrea -mientras el país se divide entre los que le apoyan, los que le ven como una ofensa contra los valores tradicionales y los que simplemente se mofán de la situación en la que se encuentra-, Spencer se las ha ingeniado para abordar temas como la creación de milicias armadas contra la inmigración, las cuestiones éticas alrededor de las filtraciones de documentos gubernamentales comprometedores, las plataformas de servicio social sin ánimo de lucro y la contribución de las aplicaciones online dentro de estas o la experimentación clandestina con sin techo y animales por cortesía de industrias tan aparentemente inocuas como la cosmética.

Todo antes de alcanzar la cuarta entrega en la que el rostro del verdadero enemigo de Sam Wilson para este arco de apertura del Capitán América de Nick Spencer sale a la luz con la forma de Soluciones Serpiente, el nuevo rostro de la organización reptiliana liderada por Víbora en su actualización para un siglo XXI en el que la incertidumbre y la duda han derivado en que las fronteras entre el bien y el mal estén cada vez más difusas. Presentandos como un grupo oportunista que aprovecha la caída de Hydra e IMA para ganar peso dentro de las zonas turbias del panorama internacional, lo más llamativo de la nueva encarnación del Escuadrón Serpiente es que dista mucho del grupo de matones ofídicos que recordábamos, así como la perversa sensación de familiaridad que transmite su nuevo rol. 


Dando a conocer sus servicios a los grandes inversores del Olimpo empresarial de Manhattan como parte de una supuesta reformación que no es tal, el líder de Soluciones Serpiente se muestra tajante mientras se refiere a la malicia de los titulares de prensa repletos de términos como rescate financiero, enriquecimiento desmedido, actividades ilícitas y corrupción: “Vosotros no sois los malos”. Placebo entumecedor para la conciencia del 1% en forma de síbilina serpiente, Víbora apela a ese sentido de la autopreservación moral que nos impide vernos a nosotros mismos como villanos, ofreciendo una subcontrata que permitiría a sus clientes dormir tranquilos por las noches con sus manos limpias, mientras ellos se encargan del trabajo sucio. Ya les llegarán los resultados en forma de licencias y patentes que les permitan seguir salvando el mundo por medio de sus empresas farmacéuticas, hallazgos científicos y armas con las que proteger al hombre de a pie, sin nunca tener que preocuparse de los horrores que han sido necesarios para obtenerlos.

Una manzana del conocimiento envenenada que oferta medios a bajo coste y sin necesidad de más esfuerzo que dejarse la venda puesta, hablando de los completos morales como el bien y el mal como conceptos desfasados de épocas pasadas. Para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos, ¿verdad? Lo que ellos proponen es descascarillarlos por ti y que no te tengas que preocupar de qué estaba hecha la salchicha antes de tragártela entera. Qué menos cuando al frente de sus empresas de alcance internacional sujetas a las constantes fluctuaciones de un mercado globalizado son este 1% los que mantienen viva la economía, los que pagan los cheques y los que sacian la nacesidades de unos consumidores siempre en busca de productos de calidad por el mínimo precio. 


Si como en mi caso no has podido evitar tener una extraña sensación de déjà vu con un discurso como este, me temo que muy probablemente sea por resultar aterradoramente cercano a todas esas palabras con las que cada día se defiende un sistema que oprime impunemente a los desfavorecidos, y con las que demasiado a menudo preferimos mantenernos al margen como si fuera a esfumarse solas. El “sacrificio necesario” por ese bien mayor que somos incapaces de afrontar ni tampoco renunciar, necesitando de un Marcelo que nos limpie la conciencia con un cuento de La Cigarra y la Hormiga en dónde todo cadáver arrojado al badén es el único responsable de su desgracia por intentar vivir por encima de sus posibilidades. Nada es personal ni ni nadie es un egoista acaparador de intenciones aviesas dentro de su propia historia, escudando nuestras decisiones en las impersonales necesidades del progreso financiero para mantener en marcha el motor del sueño americano. Ya habrá momento para apelar a esa conciencia recordando de donde provienen la mayoría de nuestras comodidades cuando alguien se acuerde de las empresas -como nosotros- solían tener principios que en algun momento decidimos cambiar por un nuevo teléfono de último modelo fabricado en algún regimen esclavista del tercer mundo.

Dando descanso a Daniel Acuña para que un muy apropiado Paul Ranaud tome el relevo a los lápices, ningún títere queda en pie ante el veneno de los dardos disparados por Nick Spencer, en una nueva entrega de su 'Sam Wilson, Capitán América' que habla de publicistas que volvieron sin alma del infierno y lanza pullas a costa de conocidos de más allá de las viñetas como la consultora Bain & Companny. Aquí no hay prisioneros que valgan. 


Sin embargo, no todo son bífidos reptiles serpenteando entre las torres de marfil del imperio occidental donde el último águila américana trata de hacerles frente, en un cómic que no se olvida de descender hasta la dura realidad de las calles. Sin perder la ocasión para arrojar bilis ácida hacia la situación económica del Capitán América, Spencer se atreve también a meter el dedo en la llaga sobre una cuestión escamosa en torno las superheroínas de perfil bajo que desgraciadamente se antoja demasiado real. Antaño miembro de la Sociedad Serpiente que terminara rehabilitándose para convertirse en superheroína y amante de Steve Rogers en sus años lozanos, las cosas no parecen haber ido demasiado bien para una Iguana a quien el guionista reintroduce con la necesidad de ganarse el pan trabajando en un club de striptease neoyorkino. Pura cuestión de supervivencia en un mundo sobrepoblado de superhéroes, en el que no todos cuentan con el capital de Tony Stark o Bruce Wayne, ni es que haya mucha oferta de trabajo para los mercenarios de alquiler si pretendes mantenerte en la legalidad.

Relatando como tras ver como los acreedores se acumulaban sin que lo de ser superheroína apaciguase ningún tipo de factura, Rachel terminaría dándose cuenta que en la situación económica actual no hay muchas salidas para una chica que abandonó los estudios a los 15 años y se ha pasado lo últimos 10 peleando contra otros enmascarados embutida en un traje tres tallas más pequeño. El guionista incluso se atreve a esgrimir un comentario meta al hacer de Iguana la portavoz de aquella generación de superheroínas de los noventa con sus disfraces ceñidos y sus cuerpos imposibles, hablando de si misma como una reliquia del pasado dentro de un mundo en el que las superheroínas al fin son tomadas en serio con ejemplos como los de la Capitana Marvel o la nueva Thor. ¿Qué queda para aquellas chicas malas que fueron la novedad de un día y de las que ya nadie se acuerda, más que desaparecer entre la multitud y adaptarse a nuevas formas con las que subsistir? 


Tradicionalmente, la serie del Capitán América siempre ha tenido un fuerte contexto social, pero casi siempre centrado en los grandes acontecimientos que guiaban el destino de la nación. El legado de la II Guerra Mundial, el Watergate, la América de Ronald Reagan, el 11 de Septiembre, la lucha por las libertades individuales, el papel de USA como policía internacional... Aspectos muchas veces más centrados en el rol de los Estados Unidos dentro del esquema global que en su gente, algo que Nick Spencer ha sabido recuperar sin miedo a abordar temas incómodos sobre el momento en el que vivimos. Demasiado acostumbrado a elevar sus miras en busca de los grandes ideales, quizás era el momento de que el Capitán América volviese a poner los pies en el suelo. El momento de regresar al lado de la gente para abordar problemas reales de un mundo que sigue necesitado de héroes, y en el que las águilas han pasado tanto tiempo en las alturas que el nido ha terminado llenándose de serpientes. 


Lectura recomendada: Entrada en Marvelous Metal Mouse

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