Repetimos, vamos a
hacerlo bien. Hoy se cumplen 134 años desde el nacimiento de
Virginia Woolf, y como suele ocurrir en todos los casos cuando se
celebra una fecha tan importante en relación de una figura de estas
dimensiones las redes se han vuelto locas. Algunos hablarán de
postureo, de gente que se suma a la corriente dominante sin saber ni
de que se habla y demás. Pero -oye- por mi parte todo lo que sirva
para recordar al mundo que tal día como hoy nacía en Londres la
autora de 'Las Olas' y 'La Señora Dalloway' en lugar
de hablar de si hace un año eran virales los vestidos negros y
azules / blancos y dorados o el Harlem Shake bueno será.
En mi caso ni siquiera
voy a pretender ser un conocedor de su obra más allá de
'Orlando', pero como alguien que acuñó una fuerte pasión por las biografías entre las horas muertas de mi infancia en la
biblioteca de mis tías y las series históricas de 'Érase
una vez...', es una figura que siempre me despertó una
fuerte fascinación, especialmente por las circunstancias que
pusieron fin a su vida. Plasmada tanto en el cine en cierta película
que será mejor no señalar por si alguien todavía no lo ha visto,
así como en música como fuente de inspiración de 'What the
water gave me' the Florence + the Machine, cuando
aparece el nombre de la autora mi yo lector de cómics siempre acaba
recordando no ya 'La Liga de los Caballeros Extraordinarios'
como pensaría cualquier persona normal, sino un sórdido episodio de
la historia no demasiado lejana de Marvel Comics.
Me refiero al breve
volumen de los 'Nuevos Guerreros' justo anterior a la Civil
War, con el reality show de Speedball y compañía. Aquel no solo fue
mi primer contacto con el grupo, sino también con el guionista Zeb
Wells y la ahora estrella de 'I Hate Fairyland' Skottie Young.
Concebida como una colección de relatos cortos, en uno de sus
números el grupo llegaba a una devencijada mansión al más puro
estilo historia de terror gótico, y que resultaba estar habitada por
nada menos que Albert Eistein, Sigmund Freud, Leonardo DaVinci y
Virginia Woolf.
Lejos de ser los
auténticos, se trataban de SDVs que habían sido dejados atrás por
el Pensador Loco en un intento fallido de recrear a los
grandes genios del pasado. Y como suele ser habitual en estos
androides con tendencias maniaco-depresivas psicóticas, su virtud y
condena estaba en poseer los mismos atributos de los modelos según
los cuales habían sido construidos, potenciando los más exagerados.
Sobrando decir que toda la historia estaba encaminada a ofrecer un
relato con tintes de asfixia existencialista al más puro estilo de
'Blade Runner' -“tintes”, que la serie no pretendía ser
otra cosa que un divertimento ligero-, dentro de la revisitación a
diferentes momentos de las vidas, logros y tragedias de las
personalidades en las que estaban inspirados, Wells y Young brindaron
una escena especialmente perturbador para la androide de Virginia
Woolf.
Para describirlo no puedo
dejar de pensar en las palabras “Terminator II: El Juicio
Final”, por lo que será mejor dejarlo en que -al igual que con
la escritora- el final de la historia de esta versión robótica de
Virginia Woolf no fue especialmente feliz. Y aunque quizás no sea la
mejor forma de recordar el aniversario de su nacimiento, es una de
esas anécdotas que uno no puede evitar exorcizar de vez en cuando.
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