viernes, 28 de agosto de 2015

Prez, el peligro de las distopias


Teniendo todavía reciente la conversación sobre como las visionarias obras de George Ornwell y Aldous Huxley fueron capaces de desentramar el funcionamiento de la sociedad y el futuro hacia el que estaban avocadas, la tercera entrega de 'Prez' ha tenido en su haber recordarme una de esas incontestables verdades que se te quedan grabadas a fuego cada cierto tiempo: Las distopias como '1984' o 'Un Mundo Feliz' pueden ser peligrosas.

Lo son, dentro de su función natural para hacernos pensar. Algo indudablemente bueno cuando funcionan como ese relato de advertencia para el que son creadas, pero catastrófico si caen en manos de algún desgraciado que decide usarlas como manual de instrucciones. Esta idea es la que he tenido constantemente en la cabeza mientras Ben Russell y Mark Cadwell nos introducían en los engranajes de Smiley Enterprises, esa multinacional encabezada por un logo sonriente y que basa su éxito en ofrecer el tiempo como producto.

Siempre caras sonrientes

Equivaliendo a ser capaz de satisfacer los pedidos de sus clientes con una velocidad y eficacia con la que ninguna otra compañía puede competir, lo que para el consumidor puede ser una práctica ventaja se transforma en una pesadilla sin fin para unos operarios forzados a trabajar con un asfixiante control milimétrico de sus tiempos de respuesta. Conometrando desde las décimas de diferencia entre cada empleado de producción, hasta los segundos que pasas en el servicio o el peso de tus heces -para asegurarse que no estás acudiendo más de lo debido-, la sobreindustrialización del sistema laboral actual queda reflejada con un demencial programa de “logros” en el que el trabajador se ve bombardeado por un constante flujo de caritas sonrientes o tristes según cumpla los tiempos estipulados.

Mantente dentro de las primeras y conservaras tu trabajo, acumula una mala racha de las segundas y acabarás en la calle. La implacable aproximación al trabajador a sueldo como una pieza intercambiable de usar y tirar, explotándola hasta romperla y sustituirla con un interminable fondo de recambios. Una finísima sátira que se mueve elegantemente por los límites de los derechos de los trabajadores, y que resultaría hilarante si no fuera porque se antoja terriblemente real. 

 El estado del mundo ahora

Sin embargo, la política interna de esta Smiley Enterprises no es la única idea peligrosa que incluye esta 'Prez', donde vemos lo que ocurre cuando una adolescente cualquiera se erige como presidenta de esta distopia dominada por la masificación de los medios. Algo que estamos condicionados a pensar que supondría un grave problema para nosotros, los pobres ciudadanos gobernados -una muchacha sin experiencia política controlando el gobierno en lugar de los sobradamente cualificados gobernantes actuales-, pero que bien podría ser al revés. Sobre todo cuando esta decide tirar de la meritocracia y elegir a gente verdaderamente preparada para cada uno de los cargos, en lugar de tirar de dedo entre los amiguetes, esbirros y lacayos del partido.

Con guiños como sacar a Neil deGrasse Tyson de un continuo círculo de conferencias frente a una audiencia en muchas ocasiones iletrada -para ponerlo a cargo del ministerio de ciencia y desarrollo-, 'Prez' sigue siendo una estimulante lectura empeñada a no dejar títere con cabeza. Lo es, a pesar de un caos narrativo que sabe llevar con gracia por medio del hiperactivo carácter febril con el que tira bombas contra todo, y que no parece encontrar techo en su incendiaria deconstrucción de los andamiajes de la sociedad occidental. 

 Cuestiones habituales sobre la ciencia

Cómics de los que meten el dedo en la llaga y se atreve a lo inconcebible: Sacarnos de la zona de confort y hacernos pensar. Un gratificante escándalo para ejercicio de nuestras amodorradas neuronas.

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