sábado, 21 de mayo de 2016

X-Men: Apocalipsis, monoteísmo como tiranía


Lex Luthor en Batman v Superman, Zemo en Civil War... Sí, ya se que en un tiempo relativamente corto he publicado varios posts dedicados a villanos de películas de superhéroes. Pero no, no tengo ningún tipo de fetichismo. Simplemente es consecuencia de las muy interesantes propuestas que se están haciendo con los antagonistas de este género a lo largo de 2016, de las que únicamente excluiría al Ajax de Deadpool -que cumple a la perfección como tipo despreciable al que odiar, pero que tampoco tiene más interés que como motor narrativo- y a las que ahora tengo que sumar al villano de X-Men: Apocalipsis. Si todavía no la has visto la película, corre al cine y revisalo después, porque el siguiente texto incluye SPOILERS de la nueva película de los X-Men.


Hay un subtexto francamente interesante tras el tirano bíblico interpretado por Oscar Isaac, y que nos traslada hasta los tiempos de los faraones, un contexto histórico de gran importancia, ya que fue durante el cual comenzó a forjarse la idea del estado. Para hacerlo, fue necesario que los gobernantes de Egipto desterrasen el politeismo para abrazar la idea de un único Dios, cuya representación en la Tierra estaba encarnada en la persona del faraón. Desde este periodo ubicado hace miles de años, el monoteísmo ha sido la piedra angular sobre la que se han erigido los mayores imperios del mundo occidental. Los romanos lo asumieron como cemento interno cuando el poder de sus césares estaba decayendo, fue lo que permitió la expansión de los pueblos mahometanos, la base misma de la monarquía que llevamos arrastrando desde el medievo feudal, así como de los grandes imperios de la época colonial, o lo que ha permitido que el pueblo judío tenga una identidad propia a pesar de siglos de diáspora. Hasta las democracias contemporáneas se apoyan en la idea de construir un sistema humano que opere por propia inercia alrededor de una idea centralizada sobre la que se crea la comunidad.

Una única voluntad sobre todas las cosas

Después de ver como el tiránico reinado del divinizado Apocalipsis concluye a manos de unos detractores que -por motivos dejados a la imaginación- acaban con su soberanía condenándolo al descanso eterno, resulta curioso los diferentes episodios históricos por los que atraviesan los títulos de crédito antes de llegar al presente: Jesucristo con la cruz a cuestas, los estandartes del Imperio Romano, el ferrocarril como sinónimo de la revolución industrial, la esvástica del III Reich Nazi, la hoz y el martillo de la Unión de Repúblicas Rusas Soviéticas y el dólar signo del capitalismo actual entre otros muchos. Todos y cada uno de ellos símbolos que han guiado el destino de la humanidad desde el momento en el que se supone que Apocalipsis desapareció de faz de la Tierra, y que bien podrían encajar en la categoría de falsos ídolos que proclama.

Es hasta coherente que al verlo reaparecer la mera presencia del villano nos resulte casi anacrónica, como un malo de opereta venido de otro tiempo, que estéticamente no desentonaría demasiado de un episodio de los Power Rangers o de una serie animada de los ochenta. Sin embargo, este aspecto se vuelve particularmente aterrador cuando su discurso se antoja demasiado familiar, entre proclamas de hacer a su raza grande otra vez y ejecuciones que prácticamente podrían haber salido de un vídeo de reclutamiento del ISIS. En la última película de los X-Men, Apocalipsis se alza como una imparable fuerza centralizadora que hace temblar el mundo, mientras clama sobre un supuesto pasado de esplendor y gloria.


Las muchas caras de Apocalipsis

Si bien los mutantes siempre se han representado como una herramienta evolutiva del cambio, Apocalipsis irrumpe como un contrario absoluto que actúa mediante un grupo de adeptos / jinetes, que podrían tener la forma de Donald Trump como de tantos otros que hayan basado su bandera en la exaltación del retroceso y el estáncamiento del perpetuo estatu quo como sinónimo del bienestar. Hombre de tradición fiel a la cultura de sus ancestros hasta el punto de que siempre estará definido por su origen judío, no es de extrañar que Magneto sea uno de los elegidos para seguirlo, pero es más peculiar si cabe la forma en la que sucede. Recreando la muerte de Magda y Anya, el amo del magnetismo se aleja de la sombra de Auschwitz para volver a perder a su familia de una forma tan fortuita y casual, que de pura reiteración en la desgracia esta al borde de la broma de mal gusto.

Lejos de convertirse en un punto flaco de la película, X-Men: Apocalipsis se aprovecha de este aspecto para jugar con otra idea muy presente en las religiones monoteistas indoeuropeas: La predestinación. La idea de que nuestro destino está trazado por un ente superior a nosotros y que lo guía a su antojo como parte de un plan mayor. Cuando Erik ejecuta a los verdugos circunstanciales de su familia, no lo hace como alguien que disfruta de ello, que se aferra a la venganza o se reafirma en su antiguo yo como tantas veces lo hemos visto hacer en los cómics. El personaje de Michael Fassbender lo hace con la resignación de quien se siente forzado a volver a esa senda como si fuera algo a lo que una fuerza mayor le obliga, preguntando al cielo si es ese su verdadero yo, mientras acaba con la vida de los responsables del crimen como si su mano estuviera siendo guiada por otro.

Llámalo destino, también puedes llamarlo esclavitud

Desde ese momento, Apocalipsis, esta suerte de dios cordero patriarcal que se anuncia a si mismo con nombres sacados del Antiguo Testamento, se convierte en la guía de Magneto porque su voz es la ley. Él es la tradición surgida de antaño, de todo lo inmutable y la promesa de regresar a tiempos mucho más sencillos para nosotros, en los que no eramos dueños ni responsables de nuestros actos, mucho menos ya de nuestro destino. Con Xavier, Mística y los X-Men tratando de salvarle de esta cruel coherencia a su antiguo yo bajo la proclama de siempre tendremos la libertad para dejarnos arrastrar por lo que perdemos o fortalecernos en aquello que todavía conservamos, el rostro más aterrador del villano de X-Men: Apocalipsis sale a la luz cuando el Profesor X entra en contacto con el que no muere, revelando tanto su incomensurable poder -porque mientras el futuro es tenue y frágil, el pasado cuenta con infinitos cimientos a sus espaldas- como su siniestro interés en su persona.

Sobreviviendo a través de los siglos mediante un proceso de transmigración que le ha permitido pasar de un cuerpo a otro como una enfermedad infecciosa, este Moises de la era Reagan -brillante los añadidos a lo Diez Mandamientos / En busca del Arca Perdida de John Ottman sobre la partitura original- pretende algo tan pavorosamente aterrador como hacerse con los poderes de Xavier para, según sus propias palabras, “To be everywhere, to be everyone”. Una idea que parece extraída de Tierra-X o Final Crisis, enfrentándonos a la idea de un credo omnipresente capaz de someter la voluntad de todas las personas del planeta convirtiéndolas en él. La desaparición del individualidad heterogénea y de libre albedrío, aplastada una unificación absoluta en el que toda la comunidad humana se guiaría por los designios de este autoproclamado dios universal.

El dios solar. Zeus capitolino-Ra, unificador absoluto

Haciendo todavía más presente su rol como estandartes de la multiculturalidad al ser la primera película en la que los vemos llevar trajes personalizados en lugar de solo uniformes -así como operar como un equipo en el campo de batalla-, los X-Men no tienen otro remedio que hacer frente a Apocalipsis invocando a otra fuerza todavía más antigua e igualmente poderosa: El Fénix, la diosa madre indefinida motor del eterno cambio, como fuego sagrado que lo envuelve todo y estímulo evolutivo de esa llama que nos empujó a salir de la caverna en busca de nuevas fronteras a través de las que extender la luz. Encarnada en la figura de la Jean Grey de Sophie Turner, puede que no haya escena más poderosa en todo X-Men: Apocalipsis que en la que ella irrumpe en la batalla mental entre Xavier y este, derribando todos los muros mientras camina mesiánicamente sobre la nada.

Como ha ocurrido en numerosas ocasiones en los cómics, Jean se eleva como la nueva diosa que respalda la cruzada de los mutantes, habiendo un añadido perturbador cuando Apocalipsis esboza una sonrisa antes de ser borrado del mapa, como si supiera lo que viene tras este relevo generacional en el que el dios de antaño desaparece para ceder el testigo a la recién nacida divinidad. La película de Bryan Singer aprovecha la mitología de los X-Men para añadir una interesante nueva capa al discurso de su saga cinematográfica, planteando en 'Apocalipsis' ideas tan incisivas sobre la religión, los núcleos de creencias colectivos, la libertad del individuo, el uso de los credos como azote y -en definitiva- aquella sugerente asertación que nos hablaba de ser un dios entre insectos, que cuesta pensar que venga de un blockbuster de entretenimiento.

La diosa primordial creadora de vida
Perpetuo motor de cambio

Incluso cuando parece que el director ha concedido un respiro a la sociedad todavía monoteista en la que vivimos cuando tras la derrota de Apocalipsis los medios proclaman “Gracias a Dios...” no es sino para devolvérsela envenenada cuando acto seguido se nos advierte que la humanidad desarmada está “volviendo a reponer sus arsenal”. Porque al final, Apocalipsis puede morir, pero todo lo que representa como encarnación del ideal totalitario que lo unifica todo bajo el yugo de ayer pervive cambiando de cuerpo mientras sus palabras siguen siendo las mismas. Hoy serán políticos, cabecillas trivales y lideres religiosos reivindicando que no hay más verdad que la suya. Mañana, quien sabe cual será su nueva forma.

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