Lex Luthor en Batman v
Superman, Zemo en Civil War... Sí, ya se que en un tiempo
relativamente corto he publicado varios posts dedicados a villanos
de películas de superhéroes. Pero no, no tengo ningún tipo de
fetichismo. Simplemente es consecuencia de las muy interesantes
propuestas que se están haciendo con los antagonistas de este género
a lo largo de 2016, de las que únicamente excluiría al Ajax de
Deadpool -que cumple a la perfección como tipo despreciable al que
odiar, pero que tampoco tiene más interés que como motor narrativo-
y a las que ahora tengo que sumar al villano de X-Men:
Apocalipsis. Si todavía no la has visto la película, corre al
cine y revisalo después, porque el siguiente texto incluye SPOILERS
de la nueva película de los X-Men.
Hay un subtexto
francamente interesante tras el tirano bíblico interpretado por
Oscar Isaac, y que nos traslada hasta los tiempos de los
faraones, un contexto histórico de gran importancia, ya que fue
durante el cual comenzó a forjarse la idea del estado. Para hacerlo,
fue necesario que los gobernantes de Egipto desterrasen el
politeismo para abrazar la idea de un único Dios, cuya
representación en la Tierra estaba encarnada en la persona del
faraón. Desde este periodo ubicado hace miles de años, el
monoteísmo ha sido la piedra angular sobre la que se han erigido los
mayores imperios del mundo occidental. Los romanos lo asumieron como
cemento interno cuando el poder de sus césares estaba decayendo, fue
lo que permitió la expansión de los pueblos mahometanos, la base
misma de la monarquía que llevamos arrastrando desde el medievo
feudal, así como de los grandes imperios de la época colonial, o lo
que ha permitido que el pueblo judío tenga una identidad propia a
pesar de siglos de diáspora. Hasta las democracias contemporáneas
se apoyan en la idea de construir un sistema humano que opere por
propia inercia alrededor de una idea centralizada sobre la que se
crea la comunidad.
Una única voluntad sobre todas las cosas
Después de ver como el
tiránico reinado del divinizado Apocalipsis concluye a manos de unos
detractores que -por motivos dejados a la imaginación- acaban con su
soberanía condenándolo al descanso eterno, resulta curioso los
diferentes episodios históricos por los que atraviesan los títulos
de crédito antes de llegar al presente: Jesucristo con la cruz a
cuestas, los estandartes del Imperio Romano, el ferrocarril como
sinónimo de la revolución industrial, la esvástica del III Reich
Nazi, la hoz y el martillo de la Unión de Repúblicas Rusas
Soviéticas y el dólar signo del capitalismo actual entre otros
muchos. Todos y cada uno de ellos símbolos que han guiado el
destino de la humanidad desde el momento en el que se supone que
Apocalipsis desapareció de faz de la Tierra, y que bien podrían
encajar en la categoría de falsos ídolos que proclama.
Es hasta coherente que al
verlo reaparecer la mera presencia del villano nos resulte casi
anacrónica, como un malo de opereta venido de otro tiempo, que
estéticamente no desentonaría demasiado de un episodio de los Power
Rangers o de una serie animada de los ochenta. Sin embargo, este
aspecto se vuelve particularmente aterrador cuando su discurso se
antoja demasiado familiar, entre proclamas de hacer a su raza
grande otra vez y ejecuciones que prácticamente podrían haber
salido de un vídeo de reclutamiento del ISIS. En la última
película de los X-Men, Apocalipsis se alza como una imparable fuerza
centralizadora que hace temblar el mundo, mientras clama sobre un
supuesto pasado de esplendor y gloria.
Las muchas caras de Apocalipsis
Si bien los mutantes
siempre se han representado como una herramienta evolutiva del
cambio, Apocalipsis irrumpe como un contrario absoluto que actúa
mediante un grupo de adeptos / jinetes, que podrían tener la forma
de Donald Trump como de tantos otros que hayan basado su bandera en
la exaltación del retroceso y el estáncamiento del perpetuo estatu
quo como sinónimo del bienestar. Hombre de tradición fiel a la
cultura de sus ancestros hasta el punto de que siempre estará
definido por su origen judío, no es de extrañar que Magneto
sea uno de los elegidos para seguirlo, pero es más peculiar si cabe
la forma en la que sucede. Recreando la muerte de Magda y Anya,
el amo del magnetismo se aleja de la sombra de Auschwitz para volver
a perder a su familia de una forma tan fortuita y casual, que de pura
reiteración en la desgracia esta al borde de la broma de mal gusto.
Lejos de convertirse en
un punto flaco de la película, X-Men: Apocalipsis se aprovecha de
este aspecto para jugar con otra idea muy presente en las religiones
monoteistas indoeuropeas: La predestinación. La idea de que
nuestro destino está trazado por un ente superior a nosotros y que
lo guía a su antojo como parte de un plan mayor. Cuando Erik ejecuta
a los verdugos circunstanciales de su familia, no lo hace como
alguien que disfruta de ello, que se aferra a la venganza o se
reafirma en su antiguo yo como tantas veces lo hemos visto hacer en
los cómics. El personaje de Michael Fassbender lo hace con la
resignación de quien se siente forzado a volver a esa senda como si
fuera algo a lo que una fuerza mayor le obliga, preguntando al cielo
si es ese su verdadero yo, mientras acaba con la vida de los
responsables del crimen como si su mano estuviera siendo guiada por
otro.
Llámalo destino, también puedes llamarlo esclavitud
Desde ese momento,
Apocalipsis, esta suerte de dios cordero patriarcal que se
anuncia a si mismo con nombres sacados del Antiguo Testamento, se
convierte en la guía de Magneto porque su voz es la ley. Él es la
tradición surgida de antaño, de todo lo inmutable y la promesa de
regresar a tiempos mucho más sencillos
para nosotros, en los que no eramos dueños ni responsables de
nuestros actos, mucho menos ya de nuestro destino. Con Xavier,
Mística y los X-Men tratando de salvarle de esta cruel coherencia
a su antiguo yo bajo la proclama de siempre tendremos la libertad
para dejarnos arrastrar por lo que perdemos o fortalecernos en
aquello que todavía conservamos, el rostro más aterrador del
villano de X-Men: Apocalipsis sale a la luz cuando el Profesor
X entra en contacto con
el que no muere, revelando tanto su incomensurable poder -porque
mientras el futuro es tenue y frágil, el pasado cuenta con infinitos
cimientos a sus espaldas- como su siniestro interés en su persona.
Sobreviviendo
a través de los siglos mediante un proceso de transmigración que le
ha permitido pasar de un cuerpo a otro como una enfermedad
infecciosa, este Moises de
la era Reagan -brillante
los añadidos a lo Diez Mandamientos / En busca del Arca Perdida de
John Ottman sobre la partitura original- pretende algo tan
pavorosamente aterrador como hacerse con los poderes de Xavier para,
según sus propias palabras, “To be everywhere, to be
everyone”. Una idea que parece extraída de Tierra-X o
Final Crisis, enfrentándonos a la idea de un credo omnipresente
capaz de someter la voluntad de todas las personas del planeta
convirtiéndolas en él. La desaparición del individualidad
heterogénea y de libre albedrío, aplastada una unificación
absoluta en el que toda la comunidad humana se guiaría por los
designios de este autoproclamado dios universal.
El dios solar. Zeus capitolino-Ra, unificador absoluto
Haciendo todavía más
presente su rol como estandartes de la multiculturalidad al ser la
primera película en la que los vemos llevar trajes personalizados en
lugar de solo uniformes -así como operar como un equipo en el campo
de batalla-, los X-Men no tienen otro remedio que hacer frente a
Apocalipsis invocando a otra fuerza todavía más antigua e
igualmente poderosa: El Fénix, la diosa madre indefinida
motor del eterno cambio, como fuego sagrado que lo envuelve todo y
estímulo evolutivo de esa llama que nos empujó a salir de la
caverna en busca de nuevas fronteras a través de las que extender la
luz. Encarnada en la figura de la Jean Grey de Sophie Turner,
puede que no haya escena más poderosa en todo X-Men: Apocalipsis que
en la que ella irrumpe en la batalla mental entre Xavier y este,
derribando todos los muros mientras camina mesiánicamente sobre la
nada.
Como ha ocurrido en
numerosas ocasiones en los cómics, Jean se eleva como la nueva diosa
que respalda la cruzada de los mutantes, habiendo un añadido
perturbador cuando Apocalipsis esboza una sonrisa antes de ser
borrado del mapa, como si supiera lo que viene tras este relevo
generacional en el que el dios de antaño desaparece para ceder el
testigo a la recién nacida divinidad. La película de Bryan
Singer aprovecha la mitología de los X-Men para añadir una
interesante nueva capa al discurso de su saga cinematográfica,
planteando en 'Apocalipsis' ideas tan incisivas sobre la religión,
los núcleos de creencias colectivos, la libertad del individuo, el
uso de los credos como azote y -en definitiva- aquella sugerente
asertación que nos hablaba de ser un dios entre insectos,
que cuesta pensar que venga de un blockbuster de entretenimiento.
La diosa primordial creadora de vida
Perpetuo motor de cambio
Incluso
cuando parece que el director ha concedido un respiro a la sociedad
todavía monoteista en la que vivimos cuando tras la derrota de
Apocalipsis los medios proclaman “Gracias a Dios...”
no es sino para devolvérsela envenenada cuando acto seguido se nos
advierte que la humanidad desarmada está “volviendo a
reponer sus arsenal”. Porque
al final, Apocalipsis puede morir, pero todo lo que representa como
encarnación del ideal totalitario que lo unifica todo bajo el yugo
de ayer pervive cambiando de cuerpo mientras sus palabras siguen
siendo las mismas. Hoy serán políticos, cabecillas trivales y
lideres religiosos reivindicando que no hay más verdad que la suya.
Mañana, quien sabe cual será su nueva forma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario