Desde que vi que La
Bruja había decepcionado al compañero aficionado de
Transgresión Continua Juan Luis Daza, de alguna forma sabía que
tenía muchas papeletas de que fuera a gustar. Que conste que no lo
digo como un demérito a su valor como crítico cinéfilo, todo lo
contrario (es más, ya me gustaría a mi tener sus puntos de carisma
a lo Orson Welles fase cuasi-barbuda). Pero ya le he leído lo
suficiente para que entre su crítica, lo visto en los trailers y las
opiniones positivas de los compadres de Cultture y Zona Negativa
Miguel Herrador y Samuel Secades ya tuviera muy claro que lo que me
iba a encontrar iba a estar más próximo a la fábula de horror al
estilo The Babadook que del segundo advenimiento de El Exorcista que
tanto se estaba cacareando.
Visto el interesante
debut como guionista y director de largometraje de Robert Eggers,
solo puedo decir que he atinado de pleno, y que únicamente se me
ocurren cuatro posibles situaciones que pueden enturbiar el disfrute
de la película: a) Haber visto antes The Lords of Salem, no
solo prácticamente idéntica, sino frente a la que desgraciadamente se antoja más sutil y recatada. b) Que para frustración de todos no se trate de
una película española de los ochenta con fotografía de Hans
Burmann. c) Un catastrófico epílogo escrito que la película no
se merece. d) Acudir a la sala buscando una película muy diferente a
la que se nos ofrece.
Si hubiera justicia en el mundo, este habría sido el elenco protagonista
Si ninguno de estos casos
hipotéticos se da, La Bruja se erige como la digna heredera de
Dentro del Laberinto que llevaban prometiéndonos desde hace
años. Esa que uno pude ponerle a los sobrinos después de que te
hayan escupido a la cara por atreverte a sugerir ese trozo de fiambre
cursi y putrefacto que es El Laberinto del Fauno. Si lo haces
devolviendo la de Guillermo del Toro al agujero oscuro del que salió
y programando La Bruja en una sesión doble junto a La Semilla del
Diablo mejor que mejor.
Pero si hay un aspecto en
el que me fascina La Bruja más allá de en su condición de cuento
macabro, es por todo lo que cuenta sobre nosotros mismos, de donde
venimos, donde nos encontramos y a dónde cojones vamos. En relación
a esto, no he podido evitar pensar mientras digería la película en
una reciente conversación con Alex CH sobre una hipotética trilogía
oscura sobre la expansión norteamericana formada por Ravenous
de Antonia Bird, Los Ocho Odiosos de Quentin Tarantino y La
Puerta del Cielo de Michael Cimino. Ambientada en una época en
la que la religión era la única película protectora bajo la que
cobijarse para protegernos del insondable horror de lo desconocido,
hay algo malsanamente absorbente y casi impío en este relato
colonizador sobre una familia ultracreyente que se desprende de su
comunidad para llevar la palabra de Cristo a la oscuridad,
arrojándose a una situación en la que no queda más remedio que
quedar cegados por su propia luz o ser engullidos sin remedio por las
tinieblas.
¿Remake encubierto?
Hembra y macho alfas en
esa perpetua guerra entre lo que es y lo que no es, si en Valhalla
Rising el One-Eye de Mads Mikkelsen se alzaba como cordero
propiciatorio converso por la necesidad para delimitar la frontera
con su cuerpo, la Thomasin de La Bruja se eleva como una
heroína del mestizaje. Hechicera y guerrero de un relato más viejo
que propio tiempo, por el que el Hugh Glass de Leonardo DiCaprio se
arrastra pidiendo limosna, implorando al cielo y los indios no
toparse con el saturno devorador al que Klaus Kinski diera vida en
Aguirre, La Cólera de Dios. Ya llegará el Merlin de John
Boorman para mostrarle al rey anunciado los misterios de ambas sendas
con Excalibur, mientras se pierde en los confines de los
tiempos el secreto del acero del Conan de John Milius y los relatos
de El Guerrero Número 13 nos recuerdan que hubo un tiempo en el que
vivíamos pared con pared.
Goya is everywhere
Hasta entonces, la
película protagonizada por una pletórica Anya Taylor-Joy ya
se puede encuadrar entre esos relatos en los que lo antropológico
flirtea con las fronteras del mito, y en los que una ensangrentada
sustancia se antoja mucho más real que otros limitados por la
coherencia. Un relato de advertencia con doble filo que podría
haberse narrado ahora y siempre en una caverna ilustrada con óleos
de la etapa oscura de Francisco de Goya, y que todo lo que no tiene
de terror convencional lo tiene de perturbadoramente sugerente.
Tenía ganas de ver Valhalla Rising desde hace años por recomendación de un amigo, porque me gusta el protagonista, la temática y Solo dios perdona y Drive, pero ahora ya me has convencido para hacer sesión doble con La Bruja.
ResponderEliminarEnhorabuena por el comentario como siempre y que sepa que cuenta con un lector si al final escribe esa saga de fantasía épica oscura que mencionó por Facebook (ahí, ahí, liando a la gente como siempre un servidor), jeje.
¡Un saludo enorme!