Hace
10 años el corazón del cosmos volvió a brillar con un fulgor de
luz verde, que se extendió por el espacio a través de los anillos
de los Green Lantern Corps. Muchos lo recuerdan bajo el liderato de
Geoff Johns y su profeta Hal Jordan, pero hubo un artista responsable
de dar vida a toda la inmensidad del cuerpo, zambulléndonos en una
floreciente mitología plagada de cuerpos retorcidos y alienígenas
imposibles. Su nombre es Patrick Gleason, y esta es la historia de
cómo -junto a Peter J. Tomasi- se convirtió en leyenda. Con motivo del tercer aniversario de Zona Zhero y su #ZZYearThree, el siguiente post fue concebido con los compañeros de la web vecina, con la intención de celebrar tanto su tercer año en activo, como el décimo de los propios Green Lantern Corps.
Green
Lantern Corps
de
Patrick Gleason y Peter J. Tomasi
Detenedme
si os suena la historia. Hace eones, en el principio de los tiempos,
los inmortales Guardianes del Universo crearon un cuerpo con la
función de velar por el cosmos, y asegurarse de que el orden
imperase en las estrellas. Armados con anillos de color esmeralda que
les permitían crear complejos constructos con su fuerza de voluntad,
los Green Lantern Corps albergaron entre sus filas a los más
valerosos héroes del universo, hasta que la entidad del miedo
Parallax tomó el control del terrícola Hal Jordan, usándolo para
destruir el cuerpo. Años oscuros siguieron al gran cataclismo, hasta
que el guardián Ganthet y el humano Kyle Rayner devolvieron la llama
aquel foco de esperanza en la profundida del espacio. Junto a otros
portadores reunidos a lo largo del cosmos y un retornado Hal Jordan,
los Green Lantern Corps volvían a surcar las estrellas para prestar
su ayuda a todo el que lo necesitase.
Si no conoces nada del universo Green Lantern y tras estos dos párrafos dignos de un blockbuster de Martin Campbell -con guión de Greg Berlanti, Michael Green, Marc Guggenheim y Michael Goldenberg- todavía sigues aquí, enhorabuena. Eres parte de esos privilegiados lo suficientemente tocados del ala como para que su instinto de supervivencia no le haga huir por su vida cada vez que le bombardeen con tal densidad de conceptos. Esa debería ser la respuesta natural de cualquier persona cuerda y -sin embargo- para algunos mientras más extraño, complicado e inverosímil resulte el universo de ficción que le presentan, más atraídos se verán hacia él.
Ese
era yo hace una docena de años. Un yo que había crecido en
un tiempo en el que el término “Guardianes de la Galaxia”
equivalía a “Galaxy Rangers”, y en el que los seriales de
ciencia ficción y superhéroes medraban por doquier. Fue culpa de
los X-Men de Bryan Singer que -en un momento en el que pensaba había
dejado todo aquello atrás- me sintiera encomiado a saber que había
sido de aquellos personajes de mi infancia. Así me reencontré con
superhéroes a los que había descubierto a través de tebeos, cine y
televesión, pero también otros a los que solo recordaba muy
vagamente, siendo incapaz de tener claro donde habíamos coincidido
por primera vez. Dentro de este último grupo podría incluir a un
Green Lantern -o Linterna Verde, que era el nombre que
retumbaba en mis recuerdos-, por quien de repente me vi
irremediablemente fascinado.
Ni
siquiera tenía recuerdo claro de haber leído o visto nada
protagonizado por él, pero mientras más indagaba sobre el relato de
ascenso y caída de este Lanzarote del Lago y su luminosa
Camelot cósmica, más fuerte era el vínculo que sentía tenía con
aquella mitología de paladines con anillos capaces de dar forma al
pensamiento. Llegando incluso a escribir algún relato protagonizado
por este Hal Jordan, aunque sabía que había más Lanterns,
era como si él fuera la estrella sobre la que orbitaba todo, y el
resto solo prolongaciones de su historia. Hal era el icono. El héroe
de sonrisa de victoria y mirada vacía contemplando el infinito en
cuyo puño ardía la luz de la esperanza, y cuyo regreso no pudo
llegar en mejor momento.
De
repente, varios de mis conocidos aficionados al cómic comenzaron a
hablar de algo llamado Green Lantern: Renacimiento, y
como tantos otros mi vi irremediablemente arrastrado por la épica
historia construida por Geoff Johns y Ethan Van Sciever. Allí no
solo estaba Hal, sino también otros portadores para hacerle los
coros como Killowog, John Stewart, Guy Gardner y el citado Rayner,
alimentando entre los cinco a la que sería la primera piedra de los
muchos cómics de Linterna Verde que estaban por venir. Atraido por
la mitología que la actual cabeza pensante de DC Entertaiment estaba
constuyendo alrededor de su personaje fetiche, aunque inicialmente el
plan era pillar únicamente la serie central de Hal Jordan, cual
Agente Naranja me vi impulsado a consumir ávidamente todo dato o
detalle que tuviera al alcance.
Así
fue hasta que comencé a fijarme en la otra. La segundona. La serie
de todos esos Green Lanterns que no eran Hal, que estaban ahí para
el que entre el almuerzo y la cena necesitara picar algo. Ahí está
el Lantern oficinista, el que trabaja de portero en el santuario de
los Guardianes, el instructor, y seguramente también haya uno que se
encarga de pasar la Itv a las baterías de poder me dije. Contempla
sus asombrosas aventuras, mientras Hal se encarga de todo lo guay
e importante que defina el futuro de la franquicia. ¿Me atrevería a
dar el paso definitivo con el que dejar de ser lector casual y
convertirme en completista?
La
respuesta fue Green Lantern Corps: Recarga, mini-serie
de 2005 con la que Geoff Johns pretendía usar el tiron de Rebirth,
para reconstruir las bases cósmicas del cuerpo, mientras Hal
permanecía en Coast City. De repente ya no era el único rookie
de este tinglado, apareciendo en escena personajes como la díscola
doctora de Soranik Natu, el valeroso Tarkus, Vath Sarn e Isamot Kol.
En su caso, había una difícultad extra como que -como personajes de
ficción que eran- aprender las normas por las que se rigen los
Lanterns o no podía suponer la diferencia entre la supervivencia o
la muerte. Sin problema. Para ayudar a los inexpertos poozers estaba
un Lantern experimentado de armas tomar como Killowog, junto a
unos terrícolas tan variopintos como el entusiasta Kyle Rayner
y el broncas cabeza-hueca de Guy Gardner. Ni siquiera la
mítica despedida de Guy a Batman en la Atalaya de la Liga de la
Justicia podía haberme hecho imaginar entonces que la dupla formada
por estos dos Lanterns estaba condenada a convertiur en una de mis
favoritas de todos los tiempos, pero eso será mejor abordarlo algo
más abajo.
Aliándose
con el dibujante reconvertido en guionista Dave Gibbons, Geoff
Johns nos ofrecía en 'Recarga' un primer contacto con la parcela
cósmica de DC Comics que iba mucho más alla de los propios Green
Lanterns. Ahí estaba Korugar y con su desprecio a los
Lanterns, a quienes responsabilizaban de la corrupción por la que se
había visto contagiado Sinestro. Ahí estaba el sistema prohibido de
Vega, en el que ningún Lantern se debía adentrar. Ahí
estaba Green Man y el rechazo de su cultura a la individualidad, el
mecánico Stel, el implacable -y descacharrante- Bolphunga, la
vengativa Fatality, algo que por entonces tenía tanto renombre como
La Guerra Rann-Thanagar... Ingredientes acompañados de guiños
que no pillaría hasta mucho más tarde, pero capaces de grabarse a
fuego en el lector por la contribución del verdadero monstruo
incontenible que se escondía tras las profundidades espaciales de
aquella saga: El dibujante Patrick Gleason.
Artista
americano originario de Minnesota y habitual compañero de trabajo de
Doug Mankhe, tras un brevísimo paso por Marvel Gleason fue a parar a
DC Comics, donde fue llegar y besar el santo. Su contribución a
la saga de El Hundimiento de San
Diego del Aquaman de Will Pfeifer sirvió para que el
editor Peter J. Tomasi -nombre que desde entonces estaría
irremediablemente ligado a su persona- le tuviese en cuenta para la
franquicia Green Lantern, como responsable gráfico del relanzamiento
de los Corps en Recarga. Con sus enormes y expresivos ojos -fruto de
un estilo heredero de Joe Quesada, Mike Mignola y el citado Mankhe-,
Gleason fue capaz de dar vida al entorno multicultural alienígena de
los Lanterns como ni Ivan Reis ni un amante del géneo de horror como
Van Sciever fueron capaces de conseguir. Se acabaron los
extraterrestres con aspecto de figurantes con máscaras de plástico,
para retorcer las proporciones antropomórficas de forma
inimaginables, como si el más desmadrado cartoon de los ochenta se
hubiera caído en la fosa de las ideas más impías e infernales de
Clive Baker.
La
mejor forma de describir el trabajo de Gleason cuando toca dibujar
aliens, es como el mayor sueño húmedo que el joven George Lucas
apenas pudo ni a paladear cuando concibió Star Wars. Para servidor,
el poderío gráfico y la magnética capacidad de inmersión de los
lápices de Gleason fue suficiente para que unos villanos que nunca
han vuelto a aparecer en la franquicia -como aquel Gremio Araña,
extendiendo sus voraces redes alrededor de un Corp que acababa de
volver a la vida- tengan más consideración que la que pueda haber
tenido hacia cualquier Atrocitus o Nekron. Destilando sci-fi al más
puro estilo Star Trek -o lo que sería Star Trek con una tripulación
que de verdad representase la heterogeneidad biológica del cosmos y
surcasen las estrellas sin necesidad de naves de ningún tipo-,
Recarga nació con la intención de hablar de tú a tú a Renaciento,
consiguiéndolo al dar con un dibujante tan perfecto para la tarea,
que era imposible no dejarse llevar por la tentación de aventurarse
también con la serie regular que vendría después.
Sin
Johns y con Gleason logrando una merecida asignación como dibujante
titular -mientras Dave Gibbons y Keith Champagne se alternaban
como guionistas-, el primer año de Green Lantern Corps
tendría a Guy Gardner como protagonista central. El Lantern de la
JLI se convertiría en el principal reclamo de la serie, al frente de
un grupo de nuevos reclutas instruidos por Killowog, mientas a
Kyle Rayner se lo llevaba Ron Marz para volver a convertirlo en Ion.
Superada la presentación, el nuevo volumen de los Corps no pretendía
otra cosa que ofrecer una sucesión de historias espaciales
autoconclusivas, en las que se alternaban ideas como los señores
alienígenas con ansias de dominación, utópicos paraísos estelares
vacacionales y planetas malditos. Nada del otro jueves a simple
apariencia, pero que suficiente para que el título de hermana
pequeña de la franquicia volvise a quedarsele corto, cuando a
Gleason le brindaron los materiales para volver a repetir con El
Lado Oscuro del Verde.
Con
el dibujante desatado -volviendo a demostrar que lo que nos ofreció
en Recarga no fue ni mucho menos flor de un día-, la saga presentaba
la existencia de un cuerpo de operaciones especiales similar a la
policía secreta, que operaba con recursos al margen de los anillos
bajo el nombre de El Cadáver. Responsables de llevar a cabo
misiones de carácter turbio que no se pudieran relacionar con los
Green Lanterns, la saga introducía un concepto altamente sugerente
que por desgracia se vio opacado al no encajar con el mega proyecto
de los anillos de colores de Geoff Johns. Eso no evitó que años más
tarde se hiciera la merecida justicia al recuperar a su líder, el
tenaz y enigmático durlan Von Daggle. Él se encargaría de
poner a prueba a Gardner y la novata R'amey Holl, iniciándolos en
los métodos de El Cadáver para infiltrarse en el espacio de los
Dominadores, y dar paso a un vertiginoso espectáculo de monstruos
alienígenas de proporciones grotescas, sangrientas carnicerías en
las que los miembros cercenados amenazaban con salirse de la página
y continuos cliffhangers, cada cual más sorprendente que el
anterior.
Todo
ello muy en la línea de la JLA de Joe Kelly y Doug Mankhe, con esa
despreocupación temerariamente optimista y carga de humor negro
frente a las más disparatadas y apocalípticas de las adversidades.
La pega, es que en principio la serie tampoco parecía tener mucho
rumbo más allá del suma y sigue, donde cada saga era hija de su
padre y de su madre. El baile de guionistas y dibujantes era un
factor que contribuía a ello, haciendo que la calidad variase mucho
de un arco argumental a otro. Sin embargo, esta falta de ambiciones
puede verse como algo positivo en caso de que uno estuviera saturado
de macrohistorias en las que todas y cada una de las tramas están
conectadas -como las que venía ofreciendo Johns en la serie madre en
aquel momento-, siendo un aliciente poder saltar a un título en la
que cada nueva trama ofreciera algo diferente.
En el
caso de Green Lantern Corps, tan pronto tenías una trama de intrigas
palaciegas como otra de corte cómico en el que las festivas
vacaciones de Gardner se veían interrumpidas por el vengativo
Bolphunga. ¿Que tal un adrenalínico cruce entre Misión Imposible y
Aliens con la épica cósmica a 100 sobre 10? Ahí la tienes, así
como un misterio con serial killer dentro del propio cuerpo, como
parte de las tramas que conforman el primer año de la colección.
Esto podría seguir despertando recelo si se interpreta que implica
que la serie no era más que una colección de mini-series unidas por
el mismo título. Pero aquí es donde entra de nuevo en juego la
figura de Peter J. Tomasi, por entonces editor de la
franquicia, y quien se nota que ya estaba fuertemente implicado en
ella ya que -independientemente quien esté a cargo de los guiones-
hay una palpable coherencia en el hilo conductor central por el que
transcurre la serie.
Con
Gardner haciendo las veces de arquetipo al más puro estilo Jack
Burton de Golpe en la pequeña China -el héroe improbable y
bocazas que no tiene que ver con nada, pero se ve envuelto en todo-,
son él y el nutrido elenco de personajes que le acompañan los
principales responsables de la solidez de esta coherencia interna que
hace gala la serie. Los responsables de Green Lantern Corps se
tomaron tan en serio el dotar a cada uno de los protagonistas de un
bagaje personal y una evolución acorde a ella, que terminaron
ofreciéndonos en sus páginas uno de los usos más ejemplares de un
elenco coral que se pueda encontrar en el cómic de superhéroes del
presente siglo. Es encomiable cómo consiguieron que todos y cada uno
de los personajes introducidos a lo largo de la serie destilase
personalidad y carisma, sobre todo teniendo en cuenta que los únicos
previamente establecidos además de Guy son Killowog y Mogo,
que rara vez pasaron de ser un secundario resultón y un planeta con
el mayor logotipo de todos los tiempos. Pero si afirmo que Bzzd
-un personaje que no es otra cosa que una moscarda con un anillo
esmeralda- se convirtió en uno de los favoritos de los que por
entonces veníamos siguiendo la serie, puedo asegurar que no me estoy
inventando nada.
Mucho
juega en este aspecto el que se aprovechase cualquier hueco,
secuencia de introducción a través de los puntos de encuentro de Oa
o comunicación con los anillos para ofrecer pequeños destellos de
dónde estaba cada uno. Esto permitía al equipo de Green Lantern
Corps desarrollar varias tramas simultáneas, en las que -aunque
hubiera sagas que se centrasen más en unos personajes que otros-
cada vez que nos reencontrábamos con los protagonistas hubieran
crecido respecto la última vez que hubiéramos coincidido con ellos.
De esta forma, aquellos que comenzaban como enemigos declarados
podían terminar forjando inquebrantables lazos de amistad, y el
inexperto cadete podía terminar siendo un veterano curtido en
batallas más grandes que la vida misma. O al menos si sobrevivían,
claro. Porque otra de las características de la serie dibujada por
Gleason son unas tasas de mortalidad al borde del disparate.
Estrellas
a punto de entrar en supernova, posesiones virales en forma de
fantasmas del pasado, coleccionistas de ojos, espaldas oseas, mutados
brutales, naves descarriadas, siameses deformes con problemas de
esquizofrenia, escafandras que reciben un minúsculo golpe casual sin
más razón que la de estar ahí... como campaña de reclutamiento
para animar a alistarse al cuerpo, Green Lantern Corps es
probablemente lo peor que se haya hecho nunca. Prácticamente todo lo
que respira, se mueve o simplemente existe en estas páginas parece
concebido para acabar de la forma más sádicamente posible con las
vidas de los Lanterns lo suficientemente despistados como para
acercarse demasiado. Pudiéndose hablar de que en es aspecto la serie
tiene mucho de Starship Troopers y otro tanto de Dragon
Ball Z -dos referentes muy presentes a lo largo de toda la
serie-, es su buen ojo a la hora de combinar las dosis sucientes de
drama, épica, un humor nedrísimo y cierta desesperanza trágica lo
que hace que de verdad funcione con una eficacia implacable.
Logrando
que viviésemos con la incertidumbre constante de que -en cualquier
momento- cualquiera de los protagonistas pudiera morir, los autores
consiguieron no solo que los lazos forjados entre ellos resultasen
mucho más verosímiles, sino también que fueran mucho más fuertes
los que se creaban entre el lector y ellos. Si a ello sumamos el uso
de clásicos como el potenciar las diferencias entre personajes que
se veían obligados a hacer equipo para potenciar el conflicto, y que
el entendimiento fuera lo suficientemente difícil como para que
-cuando finalmente se hacían las paces- sintiesemos que se hubiera
desbloqueado un logro de gran importancia, en general puede hablarse
de una serie que se las sabía todas cuando se trataba de extraer oro
de sus protagonistas.
Que
diez años después la mayoría de personajes de nuevo cuño que
fueron introducidos en estas páginas sigan teniendo un peso
importante en la franquicia ya es buena muestra de lo atinados que
estuvieron los autores en su trabajo. Especialmente si recurrimos a
las odiosas comparaciones con la cabecera principal de Geoff Johns,
donde -pese a sus virtudes- llegaba a ser frustrante la forma en la
que secundarios y tramas desaparecían para centrarse continuamente
en el yo, yo y más yo de Hal Jordan con sus incesantes “Mi
nombre es Hal Jordan, mi padre era piloto...”. Para todos los
que somos más afines a un protagonismo más repartidos y las
colecciones que se toman con tanta seriedad el entorno como al
personaje central que se mueve a través de él, Green Lantern Corps
no solo ofrecía mucha más riqueza en cuanto a personajes, sino
paradójicamente también en cuanto a contenido humano.
Por
muy aliens que fueran sus protagonistas y alejados del sistema solar
que estuvieran sus planetas, los autores tuvieron el acierto de
usarlos para abordar cuestiones tan reconocibles como puramente
humanas, lo cual nos conduce a otro de los factores que dotan a Green
Lantern Corps de una gran consistencia (independientemente del número
de manos que participasen en ella). Y es que hay a lo largo de toda
la serie un constante interés por los padecimientos del individuo
ante las contradicciones de un sistema alienado por los miedos,
aversiones e insensibilización ante el dolor ajeno de los colectivos
que lo conforman. Ahí tenemos como ejemplo toda la trama de la
doctora Soranik Natu, en una encrucijada entre el rechazo de
los estamentos de su planeta al anillo y los medios que le ofrece
este para llevar a cabo su determinación de ayudar a la gente. La
ironía de que verse repudiada por los suyos termine siendo lo que le
permita acercarse al pueblo -a través de los descastados que, como
ella, hace mucho que fueron dejados atrás-, es buena de esas
contradicciones con las que tenemos que lidiar cada día, como
también lo es la camaradería desarrollada por Vath Sarn e Isamot
Kol.
Provenientes
de cada uno de los bandos de la interminable guerra entre Rann y
Thannagar, no solo es llamativo ver como pasan de querer matarse
mutuamente a convertirse en hermanos de armas -por aquello de tenerse
únicamente el uno al otro para hacer frente a amenazas que
enloquecerían a cualquier otro-, sino por las repercusiones que
tiene que sean capaces de limar diferencias para sus vidas
personales. Dejándolo en que vivir en una sociedad que se niega a
dejar atrás un conflicto con millones de muertos a sus espaldas no
ofrece precisamente el entorno más comprensivo a la hora de aceptar
que confraternices con el enemigo, que se mantenga cierto grado de
aversión / odio entre estos dos camaradas -fruto de la frustración
de los pesares que estar obligados a ser compañeros de sector les
sigue provocando- terminaría por ser otro hallazgo con el dieron
forma a un duo mucho más interesante que el amienemigo estándar.
Pudiéndose
trasladar lo mismo a la Princesa Iolande y los primeros pasos
de su relación con Soranik, como del esfuerzo empleado para
aproximarnos al trasfondo personal de Killowog o para
conseguir que sintieramos a Mogo como un ente vivo de gran
importancia para el Corps -y no un mero planetoide con colores
vistosos-, Green Lantern Corps superó de forma envidiable su primer
año de vida. Un primer año en el que no solo cumplió con nota la
tarea de ejercer de serie escudera de la franquicia, sino que
contribuyó activamente a desarrollar el camino hasta La Guerra de
los Sinestro Corps de Geoff Johns. Primer gran crossover de la
línea tras su renacimiento con el regreso de Hal Jordan, conforme
este se acercaba, la seire dibujada por Patrick Gleason fue
introduciendo elementos como Despotellis, los Hijos del
Lóbulo Blanco, la ciudad viviente de Ranx o el Lantern
Sodam Yat. Elementos en su
mayoría extraídos del relato de las Cinco Inversiones de Alan Moore
como la mayoría con los que venía jugando Johns en la serie madre,
y algunos de los cuales terminarían teniendo una gran importancia
para el futuro de la cabecera que nos ocupa.
Llegado
a este punto de inflexión sería importante señalar que, si bien el
evento que enfrenta al terrorífico Corps de Sinestro contra los
Lanterns de Oa es habitualmente considerado mérito del autor de
Green Lantern Renacimiento, difícilmente habría alcanzado la
escala que presenta si no fuera por la contribución de Green Lantern
Corps. Con Dave Gibbons a los guiones y Patrick Gleason y otros
artistas en el apartado gráfico, si en la serie de Johns
encontrábamos un esquema de amenaza / infiltración / conflicto
similar al usado en su saga del Cyborg Superman y Crisis Infinita,
fue en la colección de los Corps donde se desarrolló la auténtica
guerra, con la lucha desesperada por defender Mogo de la invasión de
los cuerpos de Sinestro. Sirviendo como detonante para el primero de
los grandes cambios con los Green Lanterns comenzaron a alejarse del
ideal clásico del superhéroe estelar -y acercarse al de fuerza
militar cósmica que ha tenido durante los últimos años-, La
Batalla de Mogo supuso uno de los momentos álgidos del
considerado como uno de los mejores crossovers de la pasada década,
así como el broche final del paso de Dave Gibbons por la colección.
Como
herencia, Gibbons dejaba una impresionante pistoletazo de salida como
fue Recarga, y una serie notable con varios momentos en los
que estuvieron a punto de repetir la gesta de su primera toma de
contacto. Y aunque bien es cierto que estos llegaron más con Keith
Champagne que con él, lo verdaderamente importante es que Patrick
Gleason había hecho el ruído necesario para que se le considerase
dibujante estelar de la colección. Y como suele decirse en estos
casos, lo mejor todavía estaba por venir.
Habitual
dentro del organigrama editorial de DC Comics ya en los noventa,
Peter J. Tomasi era el responsable de la franquicia de Green
Lantern cuando Geoff Johns llegó para relanzarla con Renacimiento
de Geoff Johns. Sobra decir por tanto que cualquier mérito que se le
otorgue en el regreso a la gloria de la línea de los portadores del
anillo seguramente se quede corto, siendo él quien trajo a Gleason a
la misma tras trabajar con él en Aquaman. La huella de Tomasi está
presente a lo largo de toda la edad dorada vivida por el universo
Lantern a lo largo del segundo lustro de la década pasada, llegando
a tal grado de implicación que un día decidió que ya no tenía
suficiente con dirigir al equipo, y que era el momento de saltar al
campo para convertirse en el nuevo guionista de Green Lantern Corps.
El
debut oficial de Tomasi al frente de los guiones de la serie tuvo
lugar en la última entrega ligada a La Guerra de los Sinestro Corps,
con un número prácticamente autoconclusivo centrando en el
enfrentamiento entre Sodam Yat y Superboy Prime. Con el
dibujante Jamal Igle y el propio Gleason para acompañarle, el cómic
es por un lado una macarrada completamente gratuita con la que dio la
impresión de habérselo pasado en grande, y por otro una primera
toma de contacto al trasfondo personal de uno de los personajes clave
de su etapa. Tomasi estaba más que familiarizado con todo el
universo Lantern, por lo que su toma de control de la serie a penas
se notó de ninguna forma ya sea en cuanto a la caracterización de
los personajes, como el tono y rumbo general de la serie. Una
transición tan poco abrupta como si >ejem< llevara ya meses
escribiendo la cabecera.
El
que Patrick Gleason continuase en la serie y se concediese un pequeño
interludio -centrado en como vivieron los protagonistas de la serie
su merecido descanso tras la guerra contra el ejército de Sinestro-,
sirvió para hacer todavía más natural este cambio de guardia, en
el que la principal adición fue la recuperación de Kyle Rayner
para que su camaradería con Guy volviera a brillar. Dentro de la
dinámica al más puro estilo de Los Tres Mosqueteros que
venían haciendo gala los Lanterns terrestres desde Renacimiento,
Tomasi supo entender que había algo grande en la química de
aquellos dos dentro del entorno policial de la franquicia. Una
extraña pareja donde uno era una suerte de Porthos
indisciplinado y pendenciero pasado por la actualización del John
McClane de Bruce Willis, sí. Pero el otro combinaba rasgos tanto de
la espiritualidad luminosa de Aramis, con el entusiasta brio de la
juventud de D'Artagnan, por lo que no había ningún cortarrollos
estirado, sino más bien una suerte de fraternal bromance en la
que ambos se contagiaban por su pasión por la aventura y
determinación de mantenerse auténticos.
Lejos
de su santidad Hal Jordan y un John Stewart demasiado intenso
y rígido, Tomasi supo entender la desbordante humanidad que -cada
uno a su modo- tienen en común Kyle Rayner y Guy Gardner,
convirtiéndolos a ambos en el eje sobre el que oscilaran el resto de
duplas de los Lanterns. Soranik e Iolande, Arisia y Sodam Yat, Bzzd y
Mogo, Killowog y Salaak, Vath Sarn e Isamot Kol, Green Man y Stel...
Si el “dos” ya había sido un elemento importante de la serie
antes de que Tomasi se convirtiera en guionista -por aquello de los
emparejamientos con los que se une a los guardianes de cada sector-,
a aprotir de ahora lo iba a ser mucho más, en una serie con un rumbo
mucho más claro y consistentemente definido que el que tuvo antes de
la Guerra de los Sinestro Corps.
Esto
no significa que se perdiera aquel espíritu por el que cada arco
argumental era su propia superproducción espacial, sin más
ambición que la de poder disfrutarse por si misma. Todo lo contrario
si tenemos en cuenta que Gleason y Tomasi elevaron el poderío de
estos arcos a un nivel estelar de crucero difícilmente imaginable.
Pero si que había una mayor presencia de tramas internas que se
continuaban arco tras arco, en dirección a lo que estaba por venir.
Tampoco es que desaparecieran los fill-ins -como el arco de dos
números realizado por Sterling Gates y Nelson con la Alpha-Lantern
Boodikkah-, ni que guionista y dibujante trabajasen juntos todo
el recorrido. Pero aunque Gleason se tomó un par de descansos -el
citado, más otro arco de dos entregas en el que Tomasi se unió al
dibujante Luke Ross- para mantener el nivel, hablamos de un total de
25 números firmados por la dupla a un nivel inimaginablemente alto.
Entrábamos
en un periodo en el que además se estrecharía la conexión entre
Green Lantern Corps y el Green Lantern de Johns, algo más o menos
esperable en caso de haber leído el cliffhanger de la Guerra de los
Sinestro Corps. Esto conllevaría que la serie de Gleason y Tomasi
comenzaría a icorporar elementos provenientes de su hermana mayor
como los Zafiros Estelares, los Red Lanterns, la búsqueda iniciada
por el Libro Negro o los ya citados Alpha-Lanterns. Aun así seguían
siendo historias lo suficientemente auto-contenidas como para poderse
seguir la serie por si misma sin necesidad de acompañarla por ningún
material extra de la colección de Johns. De hecho, la etapa de
Gleason junto a Tomasi en Green Lantern Corps coincidió con un
momento en el que la cabecera de Hal Jordan comenzó a verse afectada
por cierta tibieza, estando sagas como Orígenes Secretos o los Red
Lanterns bastante lejos de lo que cualquiera que viniese de leer el
enfrentamiento con las tropas de Sinestro esperace encontrar.
En
medio de este bache en el título central de la línea, la serie de
los Corps pasó progresiva pero imparablemente de ser
esa-hermana-que-también-esta-bien a convertirse en el
verdadero referente para todos los que lo que buscábamos en la
franquicia no eran ejercicios retrospectivos para plantar semillas
para el futuro y recuperación de
conceptos-clásicos-no-del-todo-bien-aprovechados, sino épica
estelar desatada con personajes dándolo todo en encarnizadas
batallas al borde de la muerte. Si estas dentro de ese lote, todo lo
que tenías que saber tras La Guerra de los Sinestro Corps era cuatro
nombres: La Búsqueda del Anillo, Pecados de los Zafiros
Estelares, Eclipse Esmeralda y la invasión de los Black
Lanterns contra Oa. Esas cuatro sagas, y no ninguna Noche más
Oscura, Día más Brillante ni nada que tenga que ver con Johns
conforman el momento cumbre de los Green Lanterns durante el siglo
XXI, así como de cualquier otra saga cósmica de Marvel, DC, Image o
cualquier otra compañía que se te pueda venir a la mente.
Con
Patrick Gleason en absoluto estado de gracia, y Peter J. Tomasi
ofreciéndole todo lo que le hiciera falta para que aquello no dejara
de rodar, la mejor forma de describir esos cuatro arcos argumentales
es como cuatro apoteósicos chutes de adrenalina en vena, en forma de
espectaculares batallas espaciales contra las más retorcidas
aberraciones cósmicas jamás imaginadas por el hombre. Todo el
tomate de Invencible condensado en cuatro arcos argumentales
haciendo honor a esa mezcla perfecta entre Star Trek y Dragon Ball Z
que citábamos antes. ¿Más? Bienvenidos a las trincheras Lanterns.
Todos lleváis camisetas rojas.
Sin
descuidar ni un ápice el enorme trabajo que se había venido
haciendo con los personajes durante el primer año de la serie,
Gleason troceaba todo a su paso como una picadora de carne a la que
se le hubiera olvidado que tiene botón de apagar. La descripción de
disfrutar sufriendo en su más desmadraga y vertiginosa
acepción, donde uno vivía en estado de alarma perpetuo ante la
próxima tropelía sádica que se les podía ocurrir hacer con la
docena de protagonistas que había ido acumulando la serie.
Manteniendo el enfoque cósmico, Kyle y Guy se trasladaban a Oa para
fundar una suerte de Hooters espacial con el que potenciar su
interacción con el resto de Corps, mientras Arisia continuaba
supervisando la formación de Sodam Yat como contingente de choque de
los Guardianes del Universo. La herencia del daxamita como
descendiente de una civilización genéticamente emparentada con los
kryptonianos -pero que habían desarrollado un sistema autárquico
con una profunda xenofobia frente a todo lo que viniera desde fuera
de sus fronteras- se convertiría en uno de los elementos clave de la
etapa, como también lo harían varios vestigios de las últimas
guerras de los anillos. Sustancia en todo caso para que dibujante y
guionista se las ingeniaran para enredar a los protagonistas en
situaciones tan desmesuradamente intensas que estaban a medio paso
del slasher espacial.
Así
fue el caso de la recolección de los Sinestro Corps fugados durante
La Búsqueda del Anillo, donde el grupo volvió a
reunirse para darse de bruces con otro de esos legados de Alan Moore
que tanto juego han dado en la franquicia durante los últimos años.
Planetas carroñeros con cinturones de cadáveres orbitando a su
alrededor, lluvias de muertos enterrando a todo lo vivo que
sobreviviera en su superficies, esporas intergalácticas llevando la
infección a través del cosmos, pesadillas culinarias en las que tú
eres el plato más allá, terribles visiones de otras vidas dándote
la bienvenida a la condenación... Estos fueron algunos de los
ingredientes añadidos por Tomasi y Gleason, en una saga con la que
se volvía a recuperar el nivel de Recarga, para además de dar
entrada al que sería uno de los villanos centrales de su etapa. Una
lectura con sangre, sudor y lágrimas con la que nos daban una
primera muestra de lo que estaban dispuestos a ofrecernos. Cerrando
la última página con el suspiro de alivio del que llega al final
con el corazón en un puño -para inmediatamente después querer
volver a repetir-, abrochense los cinturones, damas y caballeros,
porque esto solo es el principio.
Tras
los citados interludios con la Alpha Lantern Boodikkah y el Lantern
Saarek con su conexión con los muertos -probablemente
lanzados para evitar que Tomasi se eviscerase a si mismo sobre la
tabla de dibujo, vista la entrega que había puesto a su primer
arco-, la fiesta continuaría con Pecados de los Zafiros
Estelares, una saga que nos traía amor en forma de un
engendro espacial que se dedicaba a coleccionar fetos arrancados de
los vientres todavía calientes de sus madres. Presentada en el
especial de apertura de la Guerra de los Sinestro Corps, la miembro
de este cuerpo Kryb probablemente hubiera quedado como un mero
diseño molón de Ethan Van Sciever, si no fuera porque a Tomasi y
Gleason les hubiera dado la locura de pensar que podía estar guay
hacer una saga con ella como villana. Por resumirla, es lo que
resultaría si los Hermanos Grimm hubieran escrito Hansel y Gretel
tras ver Aliens, Evil Dead, La Cosa de John Carpenter, un maratón de
películas de terror japonesas y una exposición de H.R. Giger.
Profundizando
de paso en el cuerpo estelar que da nombre al título -siendo además
los primeros que las trataron con algo de dignidad tras un arco de
presentación demasiado influido por Top Cow-, guionista y dibujante
nos ofrecían con este arco un demencial festival para los amantes de
la xenobiotica más rocambolesca, que además de presentar el que sin
duda debería estar entre el Top 5 de mejores enfrentamientos que ha
dado la franquicia a lo largo de los últimos 15 años, hacía gala
de una visible y agradecida influencia de Richard Corben.
Metidos
en faena como estaban, Gleason y Tomasi decidieron que era el momento
de ofrecernos la joya de la corona con Eclipse Esmeralda,
cenit de su etapa, en la que supieron congeniar toda la épica con la
que venían jugando con unos dilemas morales que Johns no terminaba
de explotar, y que encontraron su mejor aproximación en esta saga.
Concebida con la intención de dejar a los Corps en una situación
especialmente vulnerable de cara al nuevo crossover que estaba
llamando a las puertas, la saga se dividía en tres tramas paralelas,
con los reformados Sinestro Corps por un lado y Korugar y el motín
de Oa por otro. Todo, como si fueramos a encontrarnos un nuevo
festival de acción con algo más de carga emocional y moral por
ciertos asuntos que sumamente turbios que abordaba sobre el
aislacionismo y las consecuencias del mismo.
Lo
que nos encontramos en su lugar es una inesperada patada en la cara,
en la que tras uno de los más poderosos momentos de reivindicación
heroíca que ha dado DC Comics en 82 años de Historia, los autores
decidieron que era el momento de arrojarnos al lodo de la forma más
dolorosa. La viñeta en la que el Kyle y Guy se encuentran con el más
absoluto de los silencios en mitad de una expectante Oa no solo
supone el momento más bajo en toda la trayectoria de los Green
Lantern Corps, sino una de esas secuencias que le matan a uno un poco
por dentro mientras las está leyendo. Todo esto dicho con el mayor
de los elogios para dos autores que acababan de perfeccionar la más
perversa de las formas de manipular al lector, y que todavía se
guardaban una bomba más con la que aniquilarnos por completo.
Eclipse
Esmeralda fue la particular Saga del Ángel Oscuro de los
Green Lanterns, que hacía presagiar que -si seguíamos in crescendo-
con La Noche Más Oscura solo podíamos encontrar una
obra maestra irrepetible del cómic de superhéroes. No fue así
desgraciadamente, y aunque si se lee la macrosaga que va de los
números 39 a 45 de Green Lantern Corps (edición original) pasando
de cualquier otro número o añadido del crossover volvemos a poder
disfrutar de Patrick Gleason y Tomasi en estado puro, en el 46 se ve
inevitablemente arrastrada por los vicios del todo el jaleo
orquestado por Geoff Johns, siendo imposible tener una conclusión
sin acudir a la maxiserie central de este.
Aun
con todo, es un lastre aceptable considerando las inconmensurables
virtudes de las que Green Lantern Corps hace gala a lo largo de su
recorrido, y que tampoco es que requiera leer ese Heroes Reborn del
que Iron hablaba hace unos días. Tras firmar un número epílogo
tras la conclusión del evento, Patrick Gleason y Peter J. Tomasi
siguieron caminos separados, mientras la serie continuaba a cargo de
Tony Beddard. Tampoco es que se fueran muy lejos, ya que el guionista
continúo escribiendo a Guy Gardner en Guerrero Esmeralda, y ambos a
volver a coincidir con la trama del Detective Marciano en El
Día Más Brillante (primera de una serie de colaboraciones
mutuas a las que luego seguirían Batman y Robin, y la actual serie
de Superman). Sin embargo nada volvería a ser lo mismo, pudiéndose
considerar esa última página del número 47 de Green Lantern Corps
con la cerveza fría sobre los restos de lo que habían construido
como el fin de una era gloriosa para los amantes de la épica
espacial.
Guía
de Lectura Recomendada
Green Lantern Renacimiento
Green
Lantern Corps Recarga
Green
Lantern Corps, números del #1 al #13
La
Guerra de los Sinestro Corps
Green
Lantern Corps, números del #19 al #20
Green
Lantern, números del #26 al #28
Green
Lantern Corps, números del #21 al #45
La
Noche Más Oscura, números del #1 al #7
Green
Lantern Corps #46
La
Noche Más Oscura #8
Green
Lantern Corps #47
Sin
hacer más ruído que el necesario en sus comienzos, la serie supo
engancharnos con una sucesión de historias donde cada nuevo arco
argumental era una nueva puerta a la aventura, y en los que de vez en
cuando aparecía Patrick Gleason para dilatarnos las pupilas y hacer
que el latido cardíaco se acelerase a mil. Nos mantuvo gracias a un
magistral uso de personajes que no necesitó tirar de nostalgia ni
zarandear una figura de acción hueca de nuestra infancia delante de
nosotros para que desarrollaramos vínculos con ellos. Y cuando
parecía que ya no tenía que demostrar nada más, que muchas de las
series actuales deberían aprender de su manejo de un elenco coral,
llegó Peter J. Tomasi para preguntarse porqué no se estaba
potenciando más a Patrick Gleason, convirtiendo la serie en una
vertiginosa montaña rusa de emoción sin descanso.
Con
un carismático pelotón de docena y media de Lanterns en mitad de
una imparable espiral de cataclísmicas batallas al borde de la
destrucción, donde la sinergia entre guionista y dibujante hizo
magia para que nos sintieramos engullidos por aquella apabullante
odisea. Su etapa en Green Lantern Corps nos dejó una de esas
colecciones que van directamente a las tripas, apelando a las
emociones más viscerales del lector en una mezcla perfecta de
acción, camaradería, tragedia, horror, diversión y un acidísimo
descaro infatigable frente a las situaciones más desesperadas. Una
colección que pide leerse con un album de Two Steps from Hell
sonando a todo trapo, dejándose arrastrar por el desbordante poderío
e imaginación de Patrick Gleason. Él fue la gran estrella de la
serie, y gracias al que junto a Tomasi, Gibbons, Champagne y compañía
los nombres de Kyle, Guy, Soranik, Arisia, Sodam, Killowog, Salaak,
Mogo, Sarn, Isamot Kol, Bzzd, Stel, Green Man estarán grabados con
intenso fuego esmeralda para toda la eternidad.
Las casualidades de la vida querrían que su décimo aniversario tuviese lugar justo cuando la web especializada en cómics y cultura de ocio general Zona Zhero se encontraba haciendo lo propio con su tercer año de vida, por lo que -cuando surgió la oportunidad de hacer esta serie no suficientemente valorada frente a la más popular andadura de Johns- se antojo como un homenaje perfecto para el trabajo de los compañeros. En mi caso, Green Lantern Corps fue una de esas series que arraigan afición y se recuerdan con la pasión del que revive las emociones que vivió a flor de piel. Fundada el 12 de noviembre de 2013, la creación de Zona Zhero me pilló con algunas canas de veterano entre mi participación en Zona Negativa, CTT y demás, pero igualmente me engancharon con su trabajo de seguimiento y sus añorados podcasts por algo que comparten con el trabajo de Patrick Gleason y Peter J. Tomas: Su dedicación y contagioso entusiasmo por el medio, con el que seguramente han enganchado a la afición a otros muchos, picándoles el gusanillo de leer grandes obras pasadas y presentes que en muchos casos seguramente no sabía ni que existían o que necesitaban leer. No siendo tampoco pocas las que me han descubierto a mi, y pudiendo hablar de encontrar a grandes compañeros de afición en la web, solo puedo desearles muchas felicidades, y que vengan otros muchos años más.
Grandísimo artículo Daniel, en serio. Me flipa. Sabes que las puertas de ZZ las tienes abiertas siempre que te apetezca pasarte por allí. Un abrazo y muchísimas gracias compañero!
ResponderEliminarArticulazo, señor Gavilán. Muchas gracias por el trabajo, el esfuerzo y el regalo que nos has hecho. Con compañeros como tú este medio estaría menos maltratado. Gracias otra vez, y como dice Joe, nuestras puertaZZ están abiertas para lo que quieras/necesites. Un abrazo!
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