viernes, 17 de junio de 2016

Los Seis Secretos, la fascinación de lo diferente

Un loser reinventado como máquina de matar pansexual de instintos felinos, una starlette vieja, demacrada y anoréxica con problemas de demencia asociados a una marioneta que usa para lanzar chistes obscenos, una gloriosa transexual armada con un mazo, un héroe caído con una versión deformada de si mismo, una implacable asesina sin voz cuyo cuerpo es una cicatriz interminable, un contorsionista de gustos retorcidos sin genitales ni articulaciones, una antiquísima succubo irlandesa condenada a creer en el amor, un matrimonio formado por tres lesbianas que quieren tener un bebé, una adolescente emo con un secreto mucho más oscuro que cualquiera del resto... Once años después de que Gail Simone y Dale Eaglesham los reunieran en las puertas de la Crisis Infinita, los Seis Secretos se despiden y no de cualquier manera, sino manteniéndose fieles a un espíritu que por desgracia cada vez es menos frecuente en el medio que los engloba.

Hace unos cuantos días, un buen colega de las redes relataba como en una exposición sobre los valores del cómic se topó con ese muro en forma de afirmación categórica que se suele invocar con las palabras “El cómic es una forma de literatura menor”. Un mantra condenado a repetir hasta el fin de los tiempos, no importando las recaudaciones millonarias que obtengan las adaptaciones cinematográficas, el esfuerzo que grandes autores han puesto para demostrar lo contrario, ni los Roy Lichtenstein o Fredric Wertham de turno que surjan para proclamar que ellos -al contrario que el resto- no son una mierda. Bajo la elitista mirada del orden global, el cómic y todo aquello que le rodea siempre ha sido, es y será visto como una subcultura.

En esta serie guardan secretos hasta las paredes

Como parte de este mundillo, uno diría que la mejor solución para sobrellevar este evidente desprecio por parte del resto del mundo es la aceptación resignadamente. Sin embargo, hubo un tiempo en el que el cómic no solo no se avergonzaba de su rol como hermano raro, feo, estrafalario e incómodo, sino que lo asumían con total orgullo. Un orgullo de subcultura que hizo de estos panfletos pulp una bandera acompañada por vinilos de Los Beetles, experiencias psicodélicas y las diferentes locuras de Andy Warhol, pero que se fue perdiendo conforme fue siendo asimilado por la industria, desapareciendo la imagen de aquel puñado de tipos reunidos sobre los tableros de dibujo de una oficina para convertirse en firmas internacionales.

Hoy quizás cueste recordarlo, pero hubo un tiempo en el que los X-Men no eran una franquicia superventas con ingresos multimillonarios. Hubo un tiempo en que aquella extraña congregación formada por una africana de pelo blanco, un demonio alemán, un soviético comunista de acero orgánico, un antihéroe feo, psicótico y peludo y un icono feminista new age de pelo rojo no era considerado referente cultural de ningún tipo, salvo para gente que no solo no contaba con la voz para influir en nada, sino que además vivían una situación de marginación similar a la de los protagonistas de aquellas historietas. Lejos de aceptar a su condición de medio menor con sometimiento apocopado, los cómics de aquella época decidieron afrontar con todo su rol al margen del sistema, dando como resultado su época de mayor esplendor.


¿Cómo ha pasado el fandom de celebrar la diversidad 
a estar en contra de ella?

Una época caótica, de ideas y planteamientos narrativos que desafiaban a lo aceptado como adecuado y correcto por la cultura de masas, y que dio pie a una brecha labrada por freaks curtidos en mil guerras, de movimientos urbanos, discos de David Bowie y los Ramones, películas de Kevin Smith, sexo panorámico y porros de contrabando con setas alucinógenas. Pero en algún momento, el fan medio decidió que se había hartado de tantas aventuras, reuniendo la suficiente pasta como para comprarse un sillón reclinable y una estantería de madera de roble en la que poder colocar sus recopilatorios de lujo. Se había vuelto un sibarita, y ahora solo quería lo mejor de lo mejor.

El resultado es que a día de hoy es imposible relacionarse con el fandom sin tener la sensación de que una preocupante ola de conservadurismo se ha instalado del mismo. Un conservadurismo que lejos de celebrar que se continúe apostando por un visible carácter social, parece molestarse por cada apoyo a las políticas de izquierda, por cada alarde feminista con superheroínas o con cada reivindicación racial o sexual que le quite protagonismo a sus personajes blancos, heterosexuales, anglosajones protestantes.

La imagen mental de los superhéroes según Ennis

Aquel último número de The Boys en el que el representante de Vought American se aproximaba a la nueva generación de superhéroes para encontrarse a un puñado de tipos indefinidos con trajes de Ku Kux Klan a la que tildaba como “La misma mierda de siempre con un nuevo traje” se ha terminado convirtiendo en un doloroso reflejo del medio condenado a vivir del reciclaje constente, no por ellos mismos, sino porque de alguna forma parece ser lo que busca el consumidor mayoritario. Es por ello que -pese a sus muchas limitaciones, su caótica irregularidad y que sus historias puedan definirse en el mejor de los casos como una disparatada excusa para brindarnos un maravilloso festival de desarrollo e interacción de personajes- poder disfrutar de series como este último volumen de los Seis Secretos, es algo por lo que nunca podremos estar suficientemente agradecidos a su escritora.

Como sus protagonistas, ha sido una serie fea, dispersa, sórdida, desagradable y de mal gusto, pero también con un irresistible sex appeal y una desbordante humanidad responsable de que -en solo 14 números- uno acabe desarrollando más apego por este grupo de inadaptados que por la mayor parte de iconos DC en sus 75 años de Historia. Y aunque es probable que nadie en el futuro vaya acordarse ni de la trama del misterioso villano, ni de los dioses lovecraftianos o la Liga de Asesinos, Simone puede dar por hecho que con esta despedida de DC nombres como Catman, Strix, Porcelana, Black Alice, Big Shot, Shauna o Ferdie vayan a despertar en nosotros una sonrisa cómplice cada vez que reaparezcan en los diferentes rincones de la editorial.

Un lunes cualquiera dentro de este grupo

Solo por eso, y por habernos hecho partícipes de sus rarezas, de sus delirios y miserias cotidianas, de haber conseguido forjar un elenco de personajes a los que -lejos de hacer lucir como la copia bastarda de otra copia de una copia- ha logrado insuflar vida hasta hacerlos casi tangibles, solo cabe darle las gracias por estos años de disfrute y que sea cual sea su nueva casa (Dynamite) encuentre un hogar acogedor para seguir rompiendo moldes como con estos Seis Secretos. 

 Hasta la vista
y muchas gracias por el viaje 

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