domingo, 19 de junio de 2016

Detective Marciano, Piratas contra Mechas


Se dice que un cerebro hambriento de estímulos es capaz de encontrarlos allá donde los busque. Da igual si se trata de un festín sensorial del tamaño del Little Nemo de Winsor McCay, o una enajenación al borde de la enajenación mental como la Patrulla-X de Cuck Austen. El Detective Marciano de Rob Williams no es ni uno ni otro, sino más bien un cómic de superhéroes de los de toda la vida, con el extra de contar con un guionista que aborda cada uno de sus proyectos con el desparpajo y entusiasmo de ese niño que ya está inventándose mundos e historias cuando todavía no ha terminado de sacar el juguete de la caja.

Como todo buen británico, Williams vierte un buen puñado de ideas en la última serie del bueno de J'onn J'onzz. Una serie que ni pretende reinventar la rueda ni cambiar al personaje para siempre, pero que es lo suficientemente imaginativo para colocarse un par de pasos por delante de la media. De todas estas ideas, hay una en concreto que me hizo quedarme contemplando el cómic pensando como podía ser que no hubiera visto nada semejante hasta la fecha. Una, que no tengo muy claro si es la más estúpida o la más brillante de toda la serie, pero si fuera un millonario excéntrico podrido de ingresos de las energéticas, dad por seguro que ahora mismo estaría rumbo a Hollywood en busca de un director que pudiera hacer toda una franquicia película de esas páginas.


Por resumirlo sin entrar en spoilers, se trata de una batalla entre dos mechas en un escenario apocalíptico. Dos mechas uno de los cales podría ser una máquina bélica de los años setenta, y el otro un amasijo de chatarra estilo Mad Max. La peculiaridad es que mientras la batalla entre los dos leviatanes de acero se produce hay tipos saltando del uno al otro con ganchos y maromas, como si fueran liliputienses emulando un abordaje a lo película de piratas de Douglas Fairbanks desde el cuerpo de Gulliver.


La imagen de lo que podría suponer ver en pantalla grande a esas docenas de intrépidos espadachines, cañoneros y saboteadores saltando de una mole mecánica a la otra como los constructores de rascacielos de la época de la Gran Depresión era demasiado suculenta para que en ese momento mi cabeza la dejase escapar. Sobre todo si de alguna forma no dejaba de mezclarla con los planos desde perspectiva humana de las batallas de robots en los días de Evangelion y los enjambres de monos arañas invadiendo la balsa de Klaus Kinski en Aguirre, La Cólera de Dios. Quizás en otra vida me pueda permitir contratar a Guillermo del Toro o alguien por el estilo para que ejecute una escena del estilo en una próxima Pacific Rim. De momento no queda otra que dejarlo como una de esas fantasías festivas que de vez en cuando se adueña del retaco que todavía nos queda dentro.  


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