viernes, 29 de abril de 2016

Angela y Rat Queens, comics que importan


Hace aproximadamente cuarenta años, Marvel Comics introducía una nueva formación de mutantes en la segunda génesis de los X-Men. El primer supergrupo multicultural del cómic de superhéroes, incluyendo junto al veterano y 100% WASP Cíclope a la primera superheroína de raza negra (Tormenta), los primeros superhéroes japonés y nativo americano de Marvel (Fuego Solar y Avetrueno), el soviético Coloso, el irlandés Banshee, el canadiense Lobezno y el elfo alemán Rondador Nocturno. Antes de la presentación de este grupo de 1975, la práctica totalidad del cómic mayoritario estaba monopolizado por personajes de procedencia anglosajona y credo protestante, con la piel blanca como la nieve y tan heterosexuales como en una importantísima proporción hombres.


No es que el cómic de superhéroes fuera especialmente cerrado a la inclusión de lo que se denomina habitualmente minorías, sino que -si mirábamos cualquier otro medio de entretenimiento cultural-, era prácticamente lo que se veía en todas partes. Ahora repetid conmigo: 40 años. Ayer si lo ponemos en perspectiva con toda la amplitud del todavía reciente siglo XX, no hablemos ya de si usamos como baremo la Edad Contemporánea en toda su extensión o tomamos como referencia la Historia de la humanidad al completo. Hay un periodo abisal de tiempo en el que la situación era tan jodida que ni mujeres, ni otras razas o credos que se salieran de la mayoría dominante -no hablemos ya de las orientaciones sexuales ligadas al colectivo LGTB- ni siquiera tenían eso, una representación en la ficción.


Es probable que incluso -tal y como sucede ahora- no faltaran los que cuando las editoriales comenzaron a traer variedad a sus protagonistas le quitasen importancia, denostándolo como un mero reclamo comercial más molesto que productivo. Por mi parte solo puedo decir que -gracias a esta labor de la ficción- ya había asimilado que existía gente de otro color, orientación o cualquier otro etc que quieras añadir, incluso años antes de que conociera a nadie de esta condición. Algo por lo que no puedo dejar de celebrar cada vez que aparecen colecciones decididas a derribar barreras asimiladas, como Rat Queens de Kurtis J. Wiebe o Angela de Margueritte Bennette y Stephanie Hans.

La primera, una serie de fantasía heroíca al más puro estilo de El Señor de los Anillos, salvo que con mucho humor y con un elenco enteramente formado por mujeres. Mujeres de diferentes roles y especies, pero también muy diferentes en cuanto a físico y unas personalidades muy alejadas del servilismo a la corrección tan habitual del género. Seguramente que tirando de lo que para el acercamiento de Peter Jackson al universo Tolkien no fue otra cosa que una broma de dudoso gusto, Wiebe incluso ha tenido el arrojo de introducir a la primera heroína protagonista con barba que, si la memoria no me falla, se ha visto por el cómic generalista. También es cierto que la enana Violet de las Rat Queens tampoco duda en afeitarse como un desafío a la tradición de su especie. Pero el hecho de que se presente como una mujer con barba, y que en algunas portadas incluso aparezca luciéndola con orgullo, ya me parece todo un acierto para plantear cuestiones sumamente interesantes sobre los cánones de belleza actuales y la presión que ejerce la sociedad en materia de depilación femenina. 
 Y luego está el caso de la heredera perdida de Asgard Angela, quien todavía no hace ni cuatro años desde que se incorporó en el universo Marvel, y que ya ha protagonizado tres mini-series que la han redefinido como hermanastra perdida de Thor y Loki, creando una interesantísima mitología alrededor del reino perdido en el que pasó la mayor parte de su vida. Sin embargo, uno de los rasgos más interesantes de Ángela no es tanto la cultura de ese mundo de ángeles en el que nada se da a cambio de nada, y en el que recurrir a conceptos abstractos como “el honor”, “la amistad” o la “lealtad” para eludir deudas se considera poco menos que un insulto. Si hay algo que de verdad me ha hecho terminar enganchado a la serie es la apasionada relación contra todo cliché entre Ángela y Sera. Una relación desarrollada a fuego lento durante tres mini-series de seis, cuatro y siete números, hasta el punto de no mostrarse de forma explícita hasta en la última de ellas.

Siendo Angela una asgardiana que fue abducida y criada en Heven como parte de una sociedad matriarcal de ángeles con una separación entre géneros al borde de lo espartano, y Sera parte de la casta de varones relegados de por vida al encierro y la oración -destino al que renunciaría para convertirse en lo que siempre quiso ser, una mujer que pudiera vivir incontables aventuras en el mundo exterior-, el extremado mimo con el que se aborda su relación compone una de las historias de amor más hermosas que haya desarrollado la Marvel de los últimos años. Pero si con eso no bastase, en los últimos números de la serie la pareja decide trasladarse a Midgard (la Tierra) para vivir juntas, acogiendo como ahijada a Leah. La misma Leah de El Poderoso Thor: Viaje al Misterio de Kieron Gillen, quien tras su mala experiencia con Loki encontró el amor en una versión alternativa de Magik junto a la que lucharía en el Escudo del Mundo de Batalla tal y como vimos en la mini-serie de 'Secret Wars: Asedio'. 

 
Separada de su amor, Leah y el lobo infernal Thori se trasladan junto a Angelay Sera dando final a un emotivo broche en el que el hecho de que termine siendo la primera familia integral y exclusivamente femenina que se haya visto como protagonista en un cómic de superhéroes termina siendo una simple anécdota. Algo tratado de forma tan natural como engrandecedora que es imposible no sentir este final de viaje como nuestro, en una serie en la único que lamento es que los juegos metaliterarios en los que se embarcaba a veces me resultaran demasiado complejos, pero que desde luego voy a guardar muy cerca para releer debidamente. 

En un escenario en el que el fanatismo intolerante no solo se niega a abandonar el que se supone que -por desarrollo- debería ser el bastión del humanismo, sino que además amenaza con ganar terreno, que continúe habiendo autores como Bennett, Wiebe y Hans decididos a implicarse para favorecer desde su plataforma a un mundo mucho más abierto es siempre digno de elogio. Da igual si no dejan de ser cómics sin más objetivo que ofrecer entretenimiento sin complejos y si no es demasiado probable que los veamos en las próximas candidaturas de los premios Eisner. Si al final lo que crean son historias que lleguen y que además tiren abajo barreras que de alguna forma nos hemos impuesto por costumbre a nosotros mismos, poco más se les puede pedir.


 

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