En
un mundo ideal, Spider-Man
sería un muchacho de clase media criado en el camino de lo correcto
por dos entrañables ancianos que amasan pan, toman limonada en el
porche y sonríen mientras cuentan las monedas de la alcancía para
ver si llegan a fin de mes. En un mundo ideal, Peter Parker sería un
muchacho aplicado, justo y con una grandeza oculta labrada a base del
trabajo constante y saber mantenerse humilde frente a las enseñanzas
de la vida. En un mundo ideal, los años de bullying, de no comerse
un rosco y ser el eterno perdedor del instituto de este muchacho se
verían recompensados con poderes más grandes que la vida, volver a
casa con las reinas del baile y convertirse en el cabeza de cartel de
un emporio arácnido de ganancias millonarias. He aquí la nueva
imagen del sueño americano. Lo hemos bautizado como Spider-Man.