Un difunto carroza con
pintas de novela de Dickens que insiste en cambiarte la tele a
discursos de Margaret Tatcher y las homilías del domingo.
Como todo buen acosador sobrenatural, su objetivo es una pizpireta
preadolescente en pleno umbral de su etapa hormonal. Bienvenida a la
pubertad, chica. Todo un mundo de fantasmas y diabletes comienza a
hacer cola para poseerte.