martes, 22 de noviembre de 2016

#ZZYearThree: 10 años de… GREEN LANTERN CORPS, de Patrick Gleason y Peter J. Tomasi


Hace 10 años el corazón del cosmos volvió a brillar con un fulgor de luz verde, que se extendió por el espacio a través de los anillos de los Green Lantern Corps. Muchos lo recuerdan bajo el liderato de Geoff Johns y su profeta Hal Jordan, pero hubo un artista responsable de dar vida a toda la inmensidad del cuerpo, zambulléndonos en una floreciente mitología plagada de cuerpos retorcidos y alienígenas imposibles. Su nombre es Patrick Gleason, y esta es la historia de cómo -junto a Peter J. Tomasi- se convirtió en leyenda. Con motivo del tercer aniversario de Zona Zhero y su #ZZYearThree, el siguiente post fue concebido con los compañeros de la web vecina, con la intención de celebrar tanto su tercer año en activo, como el décimo de los propios Green Lantern Corps. 


Green Lantern Corps
de Patrick Gleason y Peter J. Tomasi

Detenedme si os suena la historia. Hace eones, en el principio de los tiempos, los inmortales Guardianes del Universo crearon un cuerpo con la función de velar por el cosmos, y asegurarse de que el orden imperase en las estrellas. Armados con anillos de color esmeralda que les permitían crear complejos constructos con su fuerza de voluntad, los Green Lantern Corps albergaron entre sus filas a los más valerosos héroes del universo, hasta que la entidad del miedo Parallax tomó el control del terrícola Hal Jordan, usándolo para destruir el cuerpo. Años oscuros siguieron al gran cataclismo, hasta que el guardián Ganthet y el humano Kyle Rayner devolvieron la llama aquel foco de esperanza en la profundida del espacio. Junto a otros portadores reunidos a lo largo del cosmos y un retornado Hal Jordan, los Green Lantern Corps volvían a surcar las estrellas para prestar su ayuda a todo el que lo necesitase.

Si no conoces nada del universo Green Lantern y tras estos dos párrafos dignos de un blockbuster de Martin Campbell -con guión de Greg Berlanti, Michael Green, Marc Guggenheim y Michael Goldenberg- todavía sigues aquí, enhorabuena. Eres parte de esos privilegiados lo suficientemente tocados del ala como para que su instinto de supervivencia no le haga huir por su vida cada vez que le bombardeen con tal densidad de conceptos. Esa debería ser la respuesta natural de cualquier persona cuerda y -sin embargo- para algunos mientras más extraño, complicado e inverosímil resulte el universo de ficción que le presentan, más atraídos se verán hacia él.


Ese era yo hace una docena de años. Un yo que había crecido en un tiempo en el que el término “Guardianes de la Galaxia” equivalía a “Galaxy Rangers”, y en el que los seriales de ciencia ficción y superhéroes medraban por doquier. Fue culpa de los X-Men de Bryan Singer que -en un momento en el que pensaba había dejado todo aquello atrás- me sintiera encomiado a saber que había sido de aquellos personajes de mi infancia. Así me reencontré con superhéroes a los que había descubierto a través de tebeos, cine y televesión, pero también otros a los que solo recordaba muy vagamente, siendo incapaz de tener claro donde habíamos coincidido por primera vez. Dentro de este último grupo podría incluir a un Green Lantern -o Linterna Verde, que era el nombre que retumbaba en mis recuerdos-, por quien de repente me vi irremediablemente fascinado.

Ni siquiera tenía recuerdo claro de haber leído o visto nada protagonizado por él, pero mientras más indagaba sobre el relato de ascenso y caída de este Lanzarote del Lago y su luminosa Camelot cósmica, más fuerte era el vínculo que sentía tenía con aquella mitología de paladines con anillos capaces de dar forma al pensamiento. Llegando incluso a escribir algún relato protagonizado por este Hal Jordan, aunque sabía que había más Lanterns, era como si él fuera la estrella sobre la que orbitaba todo, y el resto solo prolongaciones de su historia. Hal era el icono. El héroe de sonrisa de victoria y mirada vacía contemplando el infinito en cuyo puño ardía la luz de la esperanza, y cuyo regreso no pudo llegar en mejor momento.


De repente, varios de mis conocidos aficionados al cómic comenzaron a hablar de algo llamado Green Lantern: Renacimiento, y como tantos otros mi vi irremediablemente arrastrado por la épica historia construida por Geoff Johns y Ethan Van Sciever. Allí no solo estaba Hal, sino también otros portadores para hacerle los coros como Killowog, John Stewart, Guy Gardner y el citado Rayner, alimentando entre los cinco a la que sería la primera piedra de los muchos cómics de Linterna Verde que estaban por venir. Atraido por la mitología que la actual cabeza pensante de DC Entertaiment estaba constuyendo alrededor de su personaje fetiche, aunque inicialmente el plan era pillar únicamente la serie central de Hal Jordan, cual Agente Naranja me vi impulsado a consumir ávidamente todo dato o detalle que tuviera al alcance.

Así fue hasta que comencé a fijarme en la otra. La segundona. La serie de todos esos Green Lanterns que no eran Hal, que estaban ahí para el que entre el almuerzo y la cena necesitara picar algo. Ahí está el Lantern oficinista, el que trabaja de portero en el santuario de los Guardianes, el instructor, y seguramente también haya uno que se encarga de pasar la Itv a las baterías de poder me dije. Contempla sus asombrosas aventuras, mientras Hal se encarga de todo lo guay e importante que defina el futuro de la franquicia. ¿Me atrevería a dar el paso definitivo con el que dejar de ser lector casual y convertirme en completista?


La respuesta fue Green Lantern Corps: Recarga, mini-serie de 2005 con la que Geoff Johns pretendía usar el tiron de Rebirth, para reconstruir las bases cósmicas del cuerpo, mientras Hal permanecía en Coast City. De repente ya no era el único rookie de este tinglado, apareciendo en escena personajes como la díscola doctora de Soranik Natu, el valeroso Tarkus, Vath Sarn e Isamot Kol. En su caso, había una difícultad extra como que -como personajes de ficción que eran- aprender las normas por las que se rigen los Lanterns o no podía suponer la diferencia entre la supervivencia o la muerte. Sin problema. Para ayudar a los inexpertos poozers estaba un Lantern experimentado de armas tomar como Killowog, junto a unos terrícolas tan variopintos como el entusiasta Kyle Rayner y el broncas cabeza-hueca de Guy Gardner. Ni siquiera la mítica despedida de Guy a Batman en la Atalaya de la Liga de la Justicia podía haberme hecho imaginar entonces que la dupla formada por estos dos Lanterns estaba condenada a convertiur en una de mis favoritas de todos los tiempos, pero eso será mejor abordarlo algo más abajo.

Aliándose con el dibujante reconvertido en guionista Dave Gibbons, Geoff Johns nos ofrecía en 'Recarga' un primer contacto con la parcela cósmica de DC Comics que iba mucho más alla de los propios Green Lanterns. Ahí estaba Korugar y con su desprecio a los Lanterns, a quienes responsabilizaban de la corrupción por la que se había visto contagiado Sinestro. Ahí estaba el sistema prohibido de Vega, en el que ningún Lantern se debía adentrar. Ahí estaba Green Man y el rechazo de su cultura a la individualidad, el mecánico Stel, el implacable -y descacharrante- Bolphunga, la vengativa Fatality, algo que por entonces tenía tanto renombre como La Guerra Rann-Thanagar... Ingredientes acompañados de guiños que no pillaría hasta mucho más tarde, pero capaces de grabarse a fuego en el lector por la contribución del verdadero monstruo incontenible que se escondía tras las profundidades espaciales de aquella saga: El dibujante Patrick Gleason.


Artista americano originario de Minnesota y habitual compañero de trabajo de Doug Mankhe, tras un brevísimo paso por Marvel Gleason fue a parar a DC Comics, donde fue llegar y besar el santo. Su contribución a la saga de El Hundimiento de San Diego del Aquaman de Will Pfeifer sirvió para que el editor Peter J. Tomasi -nombre que desde entonces estaría irremediablemente ligado a su persona- le tuviese en cuenta para la franquicia Green Lantern, como responsable gráfico del relanzamiento de los Corps en Recarga. Con sus enormes y expresivos ojos -fruto de un estilo heredero de Joe Quesada, Mike Mignola y el citado Mankhe-, Gleason fue capaz de dar vida al entorno multicultural alienígena de los Lanterns como ni Ivan Reis ni un amante del géneo de horror como Van Sciever fueron capaces de conseguir. Se acabaron los extraterrestres con aspecto de figurantes con máscaras de plástico, para retorcer las proporciones antropomórficas de forma inimaginables, como si el más desmadrado cartoon de los ochenta se hubiera caído en la fosa de las ideas más impías e infernales de Clive Baker.

La mejor forma de describir el trabajo de Gleason cuando toca dibujar aliens, es como el mayor sueño húmedo que el joven George Lucas apenas pudo ni a paladear cuando concibió Star Wars. Para servidor, el poderío gráfico y la magnética capacidad de inmersión de los lápices de Gleason fue suficiente para que unos villanos que nunca han vuelto a aparecer en la franquicia -como aquel Gremio Araña, extendiendo sus voraces redes alrededor de un Corp que acababa de volver a la vida- tengan más consideración que la que pueda haber tenido hacia cualquier Atrocitus o Nekron. Destilando sci-fi al más puro estilo Star Trek -o lo que sería Star Trek con una tripulación que de verdad representase la heterogeneidad biológica del cosmos y surcasen las estrellas sin necesidad de naves de ningún tipo-, Recarga nació con la intención de hablar de tú a tú a Renaciento, consiguiéndolo al dar con un dibujante tan perfecto para la tarea, que era imposible no dejarse llevar por la tentación de aventurarse también con la serie regular que vendría después.


Sin Johns y con Gleason logrando una merecida asignación como dibujante titular -mientras Dave Gibbons y Keith Champagne se alternaban como guionistas-, el primer año de Green Lantern Corps tendría a Guy Gardner como protagonista central. El Lantern de la JLI se convertiría en el principal reclamo de la serie, al frente de un grupo de nuevos reclutas instruidos por Killowog, mientas a Kyle Rayner se lo llevaba Ron Marz para volver a convertirlo en Ion. Superada la presentación, el nuevo volumen de los Corps no pretendía otra cosa que ofrecer una sucesión de historias espaciales autoconclusivas, en las que se alternaban ideas como los señores alienígenas con ansias de dominación, utópicos paraísos estelares vacacionales y planetas malditos. Nada del otro jueves a simple apariencia, pero que suficiente para que el título de hermana pequeña de la franquicia volvise a quedarsele corto, cuando a Gleason le brindaron los materiales para volver a repetir con El Lado Oscuro del Verde.

Con el dibujante desatado -volviendo a demostrar que lo que nos ofreció en Recarga no fue ni mucho menos flor de un día-, la saga presentaba la existencia de un cuerpo de operaciones especiales similar a la policía secreta, que operaba con recursos al margen de los anillos bajo el nombre de El Cadáver. Responsables de llevar a cabo misiones de carácter turbio que no se pudieran relacionar con los Green Lanterns, la saga introducía un concepto altamente sugerente que por desgracia se vio opacado al no encajar con el mega proyecto de los anillos de colores de Geoff Johns. Eso no evitó que años más tarde se hiciera la merecida justicia al recuperar a su líder, el tenaz y enigmático durlan Von Daggle. Él se encargaría de poner a prueba a Gardner y la novata R'amey Holl, iniciándolos en los métodos de El Cadáver para infiltrarse en el espacio de los Dominadores, y dar paso a un vertiginoso espectáculo de monstruos alienígenas de proporciones grotescas, sangrientas carnicerías en las que los miembros cercenados amenazaban con salirse de la página y continuos cliffhangers, cada cual más sorprendente que el anterior.


Todo ello muy en la línea de la JLA de Joe Kelly y Doug Mankhe, con esa despreocupación temerariamente optimista y carga de humor negro frente a las más disparatadas y apocalípticas de las adversidades. La pega, es que en principio la serie tampoco parecía tener mucho rumbo más allá del suma y sigue, donde cada saga era hija de su padre y de su madre. El baile de guionistas y dibujantes era un factor que contribuía a ello, haciendo que la calidad variase mucho de un arco argumental a otro. Sin embargo, esta falta de ambiciones puede verse como algo positivo en caso de que uno estuviera saturado de macrohistorias en las que todas y cada una de las tramas están conectadas -como las que venía ofreciendo Johns en la serie madre en aquel momento-, siendo un aliciente poder saltar a un título en la que cada nueva trama ofreciera algo diferente.

En el caso de Green Lantern Corps, tan pronto tenías una trama de intrigas palaciegas como otra de corte cómico en el que las festivas vacaciones de Gardner se veían interrumpidas por el vengativo Bolphunga. ¿Que tal un adrenalínico cruce entre Misión Imposible y Aliens con la épica cósmica a 100 sobre 10? Ahí la tienes, así como un misterio con serial killer dentro del propio cuerpo, como parte de las tramas que conforman el primer año de la colección. Esto podría seguir despertando recelo si se interpreta que implica que la serie no era más que una colección de mini-series unidas por el mismo título. Pero aquí es donde entra de nuevo en juego la figura de Peter J. Tomasi, por entonces editor de la franquicia, y quien se nota que ya estaba fuertemente implicado en ella ya que -independientemente quien esté a cargo de los guiones- hay una palpable coherencia en el hilo conductor central por el que transcurre la serie.


Con Gardner haciendo las veces de arquetipo al más puro estilo Jack Burton de Golpe en la pequeña China -el héroe improbable y bocazas que no tiene que ver con nada, pero se ve envuelto en todo-, son él y el nutrido elenco de personajes que le acompañan los principales responsables de la solidez de esta coherencia interna que hace gala la serie. Los responsables de Green Lantern Corps se tomaron tan en serio el dotar a cada uno de los protagonistas de un bagaje personal y una evolución acorde a ella, que terminaron ofreciéndonos en sus páginas uno de los usos más ejemplares de un elenco coral que se pueda encontrar en el cómic de superhéroes del presente siglo. Es encomiable cómo consiguieron que todos y cada uno de los personajes introducidos a lo largo de la serie destilase personalidad y carisma, sobre todo teniendo en cuenta que los únicos previamente establecidos además de Guy son Killowog y Mogo, que rara vez pasaron de ser un secundario resultón y un planeta con el mayor logotipo de todos los tiempos. Pero si afirmo que Bzzd -un personaje que no es otra cosa que una moscarda con un anillo esmeralda- se convirtió en uno de los favoritos de los que por entonces veníamos siguiendo la serie, puedo asegurar que no me estoy inventando nada.

Mucho juega en este aspecto el que se aprovechase cualquier hueco, secuencia de introducción a través de los puntos de encuentro de Oa o comunicación con los anillos para ofrecer pequeños destellos de dónde estaba cada uno. Esto permitía al equipo de Green Lantern Corps desarrollar varias tramas simultáneas, en las que -aunque hubiera sagas que se centrasen más en unos personajes que otros- cada vez que nos reencontrábamos con los protagonistas hubieran crecido respecto la última vez que hubiéramos coincidido con ellos. De esta forma, aquellos que comenzaban como enemigos declarados podían terminar forjando inquebrantables lazos de amistad, y el inexperto cadete podía terminar siendo un veterano curtido en batallas más grandes que la vida misma. O al menos si sobrevivían, claro. Porque otra de las características de la serie dibujada por Gleason son unas tasas de mortalidad al borde del disparate.


Estrellas a punto de entrar en supernova, posesiones virales en forma de fantasmas del pasado, coleccionistas de ojos, espaldas oseas, mutados brutales, naves descarriadas, siameses deformes con problemas de esquizofrenia, escafandras que reciben un minúsculo golpe casual sin más razón que la de estar ahí... como campaña de reclutamiento para animar a alistarse al cuerpo, Green Lantern Corps es probablemente lo peor que se haya hecho nunca. Prácticamente todo lo que respira, se mueve o simplemente existe en estas páginas parece concebido para acabar de la forma más sádicamente posible con las vidas de los Lanterns lo suficientemente despistados como para acercarse demasiado. Pudiéndose hablar de que en es aspecto la serie tiene mucho de Starship Troopers y otro tanto de Dragon Ball Z -dos referentes muy presentes a lo largo de toda la serie-, es su buen ojo a la hora de combinar las dosis sucientes de drama, épica, un humor nedrísimo y cierta desesperanza trágica lo que hace que de verdad funcione con una eficacia implacable.

Logrando que viviésemos con la incertidumbre constante de que -en cualquier momento- cualquiera de los protagonistas pudiera morir, los autores consiguieron no solo que los lazos forjados entre ellos resultasen mucho más verosímiles, sino también que fueran mucho más fuertes los que se creaban entre el lector y ellos. Si a ello sumamos el uso de clásicos como el potenciar las diferencias entre personajes que se veían obligados a hacer equipo para potenciar el conflicto, y que el entendimiento fuera lo suficientemente difícil como para que -cuando finalmente se hacían las paces- sintiesemos que se hubiera desbloqueado un logro de gran importancia, en general puede hablarse de una serie que se las sabía todas cuando se trataba de extraer oro de sus protagonistas.


Que diez años después la mayoría de personajes de nuevo cuño que fueron introducidos en estas páginas sigan teniendo un peso importante en la franquicia ya es buena muestra de lo atinados que estuvieron los autores en su trabajo. Especialmente si recurrimos a las odiosas comparaciones con la cabecera principal de Geoff Johns, donde -pese a sus virtudes- llegaba a ser frustrante la forma en la que secundarios y tramas desaparecían para centrarse continuamente en el yo, yo y más yo de Hal Jordan con sus incesantes “Mi nombre es Hal Jordan, mi padre era piloto...”. Para todos los que somos más afines a un protagonismo más repartidos y las colecciones que se toman con tanta seriedad el entorno como al personaje central que se mueve a través de él, Green Lantern Corps no solo ofrecía mucha más riqueza en cuanto a personajes, sino paradójicamente también en cuanto a contenido humano.

Por muy aliens que fueran sus protagonistas y alejados del sistema solar que estuvieran sus planetas, los autores tuvieron el acierto de usarlos para abordar cuestiones tan reconocibles como puramente humanas, lo cual nos conduce a otro de los factores que dotan a Green Lantern Corps de una gran consistencia (independientemente del número de manos que participasen en ella). Y es que hay a lo largo de toda la serie un constante interés por los padecimientos del individuo ante las contradicciones de un sistema alienado por los miedos, aversiones e insensibilización ante el dolor ajeno de los colectivos que lo conforman. Ahí tenemos como ejemplo toda la trama de la doctora Soranik Natu, en una encrucijada entre el rechazo de los estamentos de su planeta al anillo y los medios que le ofrece este para llevar a cabo su determinación de ayudar a la gente. La ironía de que verse repudiada por los suyos termine siendo lo que le permita acercarse al pueblo -a través de los descastados que, como ella, hace mucho que fueron dejados atrás-, es buena de esas contradicciones con las que tenemos que lidiar cada día, como también lo es la camaradería desarrollada por Vath Sarn e Isamot Kol.


Provenientes de cada uno de los bandos de la interminable guerra entre Rann y Thannagar, no solo es llamativo ver como pasan de querer matarse mutuamente a convertirse en hermanos de armas -por aquello de tenerse únicamente el uno al otro para hacer frente a amenazas que enloquecerían a cualquier otro-, sino por las repercusiones que tiene que sean capaces de limar diferencias para sus vidas personales. Dejándolo en que vivir en una sociedad que se niega a dejar atrás un conflicto con millones de muertos a sus espaldas no ofrece precisamente el entorno más comprensivo a la hora de aceptar que confraternices con el enemigo, que se mantenga cierto grado de aversión / odio entre estos dos camaradas -fruto de la frustración de los pesares que estar obligados a ser compañeros de sector les sigue provocando- terminaría por ser otro hallazgo con el dieron forma a un duo mucho más interesante que el amienemigo estándar.

Pudiéndose trasladar lo mismo a la Princesa Iolande y los primeros pasos de su relación con Soranik, como del esfuerzo empleado para aproximarnos al trasfondo personal de Killowog o para conseguir que sintieramos a Mogo como un ente vivo de gran importancia para el Corps -y no un mero planetoide con colores vistosos-, Green Lantern Corps superó de forma envidiable su primer año de vida. Un primer año en el que no solo cumplió con nota la tarea de ejercer de serie escudera de la franquicia, sino que contribuyó activamente a desarrollar el camino hasta La Guerra de los Sinestro Corps de Geoff Johns. Primer gran crossover de la línea tras su renacimiento con el regreso de Hal Jordan, conforme este se acercaba, la seire dibujada por Patrick Gleason fue introduciendo elementos como Despotellis, los Hijos del Lóbulo Blanco, la ciudad viviente de Ranx o el Lantern Sodam Yat. Elementos en su mayoría extraídos del relato de las Cinco Inversiones de Alan Moore como la mayoría con los que venía jugando Johns en la serie madre, y algunos de los cuales terminarían teniendo una gran importancia para el futuro de la cabecera que nos ocupa.


Llegado a este punto de inflexión sería importante señalar que, si bien el evento que enfrenta al terrorífico Corps de Sinestro contra los Lanterns de Oa es habitualmente considerado mérito del autor de Green Lantern Renacimiento, difícilmente habría alcanzado la escala que presenta si no fuera por la contribución de Green Lantern Corps. Con Dave Gibbons a los guiones y Patrick Gleason y otros artistas en el apartado gráfico, si en la serie de Johns encontrábamos un esquema de amenaza / infiltración / conflicto similar al usado en su saga del Cyborg Superman y Crisis Infinita, fue en la colección de los Corps donde se desarrolló la auténtica guerra, con la lucha desesperada por defender Mogo de la invasión de los cuerpos de Sinestro. Sirviendo como detonante para el primero de los grandes cambios con los Green Lanterns comenzaron a alejarse del ideal clásico del superhéroe estelar -y acercarse al de fuerza militar cósmica que ha tenido durante los últimos años-, La Batalla de Mogo supuso uno de los momentos álgidos del considerado como uno de los mejores crossovers de la pasada década, así como el broche final del paso de Dave Gibbons por la colección.

Como herencia, Gibbons dejaba una impresionante pistoletazo de salida como fue Recarga, y una serie notable con varios momentos en los que estuvieron a punto de repetir la gesta de su primera toma de contacto. Y aunque bien es cierto que estos llegaron más con Keith Champagne que con él, lo verdaderamente importante es que Patrick Gleason había hecho el ruído necesario para que se le considerase dibujante estelar de la colección. Y como suele decirse en estos casos, lo mejor todavía estaba por venir.


Habitual dentro del organigrama editorial de DC Comics ya en los noventa, Peter J. Tomasi era el responsable de la franquicia de Green Lantern cuando Geoff Johns llegó para relanzarla con Renacimiento de Geoff Johns. Sobra decir por tanto que cualquier mérito que se le otorgue en el regreso a la gloria de la línea de los portadores del anillo seguramente se quede corto, siendo él quien trajo a Gleason a la misma tras trabajar con él en Aquaman. La huella de Tomasi está presente a lo largo de toda la edad dorada vivida por el universo Lantern a lo largo del segundo lustro de la década pasada, llegando a tal grado de implicación que un día decidió que ya no tenía suficiente con dirigir al equipo, y que era el momento de saltar al campo para convertirse en el nuevo guionista de Green Lantern Corps.

El debut oficial de Tomasi al frente de los guiones de la serie tuvo lugar en la última entrega ligada a La Guerra de los Sinestro Corps, con un número prácticamente autoconclusivo centrando en el enfrentamiento entre Sodam Yat y Superboy Prime. Con el dibujante Jamal Igle y el propio Gleason para acompañarle, el cómic es por un lado una macarrada completamente gratuita con la que dio la impresión de habérselo pasado en grande, y por otro una primera toma de contacto al trasfondo personal de uno de los personajes clave de su etapa. Tomasi estaba más que familiarizado con todo el universo Lantern, por lo que su toma de control de la serie a penas se notó de ninguna forma ya sea en cuanto a la caracterización de los personajes, como el tono y rumbo general de la serie. Una transición tan poco abrupta como si >ejem< llevara ya meses escribiendo la cabecera.


El que Patrick Gleason continuase en la serie y se concediese un pequeño interludio -centrado en como vivieron los protagonistas de la serie su merecido descanso tras la guerra contra el ejército de Sinestro-, sirvió para hacer todavía más natural este cambio de guardia, en el que la principal adición fue la recuperación de Kyle Rayner para que su camaradería con Guy volviera a brillar. Dentro de la dinámica al más puro estilo de Los Tres Mosqueteros que venían haciendo gala los Lanterns terrestres desde Renacimiento, Tomasi supo entender que había algo grande en la química de aquellos dos dentro del entorno policial de la franquicia. Una extraña pareja donde uno era una suerte de Porthos indisciplinado y pendenciero pasado por la actualización del John McClane de Bruce Willis, sí. Pero el otro combinaba rasgos tanto de la espiritualidad luminosa de Aramis, con el entusiasta brio de la juventud de D'Artagnan, por lo que no había ningún cortarrollos estirado, sino más bien una suerte de fraternal bromance en la que ambos se contagiaban por su pasión por la aventura y determinación de mantenerse auténticos.

Lejos de su santidad Hal Jordan y un John Stewart demasiado intenso y rígido, Tomasi supo entender la desbordante humanidad que -cada uno a su modo- tienen en común Kyle Rayner y Guy Gardner, convirtiéndolos a ambos en el eje sobre el que oscilaran el resto de duplas de los Lanterns. Soranik e Iolande, Arisia y Sodam Yat, Bzzd y Mogo, Killowog y Salaak, Vath Sarn e Isamot Kol, Green Man y Stel... Si el “dos” ya había sido un elemento importante de la serie antes de que Tomasi se convirtiera en guionista -por aquello de los emparejamientos con los que se une a los guardianes de cada sector-, a aprotir de ahora lo iba a ser mucho más, en una serie con un rumbo mucho más claro y consistentemente definido que el que tuvo antes de la Guerra de los Sinestro Corps.


Esto no significa que se perdiera aquel espíritu por el que cada arco argumental era su propia superproducción espacial, sin más ambición que la de poder disfrutarse por si misma. Todo lo contrario si tenemos en cuenta que Gleason y Tomasi elevaron el poderío de estos arcos a un nivel estelar de crucero difícilmente imaginable. Pero si que había una mayor presencia de tramas internas que se continuaban arco tras arco, en dirección a lo que estaba por venir. Tampoco es que desaparecieran los fill-ins -como el arco de dos números realizado por Sterling Gates y Nelson con la Alpha-Lantern Boodikkah-, ni que guionista y dibujante trabajasen juntos todo el recorrido. Pero aunque Gleason se tomó un par de descansos -el citado, más otro arco de dos entregas en el que Tomasi se unió al dibujante Luke Ross- para mantener el nivel, hablamos de un total de 25 números firmados por la dupla a un nivel inimaginablemente alto.

Entrábamos en un periodo en el que además se estrecharía la conexión entre Green Lantern Corps y el Green Lantern de Johns, algo más o menos esperable en caso de haber leído el cliffhanger de la Guerra de los Sinestro Corps. Esto conllevaría que la serie de Gleason y Tomasi comenzaría a icorporar elementos provenientes de su hermana mayor como los Zafiros Estelares, los Red Lanterns, la búsqueda iniciada por el Libro Negro o los ya citados Alpha-Lanterns. Aun así seguían siendo historias lo suficientemente auto-contenidas como para poderse seguir la serie por si misma sin necesidad de acompañarla por ningún material extra de la colección de Johns. De hecho, la etapa de Gleason junto a Tomasi en Green Lantern Corps coincidió con un momento en el que la cabecera de Hal Jordan comenzó a verse afectada por cierta tibieza, estando sagas como Orígenes Secretos o los Red Lanterns bastante lejos de lo que cualquiera que viniese de leer el enfrentamiento con las tropas de Sinestro esperace encontrar.


En medio de este bache en el título central de la línea, la serie de los Corps pasó progresiva pero imparablemente de ser esa-hermana-que-también-esta-bien a convertirse en el verdadero referente para todos los que lo que buscábamos en la franquicia no eran ejercicios retrospectivos para plantar semillas para el futuro y recuperación de conceptos-clásicos-no-del-todo-bien-aprovechados, sino épica estelar desatada con personajes dándolo todo en encarnizadas batallas al borde de la muerte. Si estas dentro de ese lote, todo lo que tenías que saber tras La Guerra de los Sinestro Corps era cuatro nombres: La Búsqueda del Anillo, Pecados de los Zafiros Estelares, Eclipse Esmeralda y la invasión de los Black Lanterns contra Oa. Esas cuatro sagas, y no ninguna Noche más Oscura, Día más Brillante ni nada que tenga que ver con Johns conforman el momento cumbre de los Green Lanterns durante el siglo XXI, así como de cualquier otra saga cósmica de Marvel, DC, Image o cualquier otra compañía que se te pueda venir a la mente.

Con Patrick Gleason en absoluto estado de gracia, y Peter J. Tomasi ofreciéndole todo lo que le hiciera falta para que aquello no dejara de rodar, la mejor forma de describir esos cuatro arcos argumentales es como cuatro apoteósicos chutes de adrenalina en vena, en forma de espectaculares batallas espaciales contra las más retorcidas aberraciones cósmicas jamás imaginadas por el hombre. Todo el tomate de Invencible condensado en cuatro arcos argumentales haciendo honor a esa mezcla perfecta entre Star Trek y Dragon Ball Z que citábamos antes. ¿Más? Bienvenidos a las trincheras Lanterns. Todos lleváis camisetas rojas.


Sin descuidar ni un ápice el enorme trabajo que se había venido haciendo con los personajes durante el primer año de la serie, Gleason troceaba todo a su paso como una picadora de carne a la que se le hubiera olvidado que tiene botón de apagar. La descripción de disfrutar sufriendo en su más desmadraga y vertiginosa acepción, donde uno vivía en estado de alarma perpetuo ante la próxima tropelía sádica que se les podía ocurrir hacer con la docena de protagonistas que había ido acumulando la serie. Manteniendo el enfoque cósmico, Kyle y Guy se trasladaban a Oa para fundar una suerte de Hooters espacial con el que potenciar su interacción con el resto de Corps, mientras Arisia continuaba supervisando la formación de Sodam Yat como contingente de choque de los Guardianes del Universo. La herencia del daxamita como descendiente de una civilización genéticamente emparentada con los kryptonianos -pero que habían desarrollado un sistema autárquico con una profunda xenofobia frente a todo lo que viniera desde fuera de sus fronteras- se convertiría en uno de los elementos clave de la etapa, como también lo harían varios vestigios de las últimas guerras de los anillos. Sustancia en todo caso para que dibujante y guionista se las ingeniaran para enredar a los protagonistas en situaciones tan desmesuradamente intensas que estaban a medio paso del slasher espacial.

Así fue el caso de la recolección de los Sinestro Corps fugados durante La Búsqueda del Anillo, donde el grupo volvió a reunirse para darse de bruces con otro de esos legados de Alan Moore que tanto juego han dado en la franquicia durante los últimos años. Planetas carroñeros con cinturones de cadáveres orbitando a su alrededor, lluvias de muertos enterrando a todo lo vivo que sobreviviera en su superficies, esporas intergalácticas llevando la infección a través del cosmos, pesadillas culinarias en las que tú eres el plato más allá, terribles visiones de otras vidas dándote la bienvenida a la condenación... Estos fueron algunos de los ingredientes añadidos por Tomasi y Gleason, en una saga con la que se volvía a recuperar el nivel de Recarga, para además de dar entrada al que sería uno de los villanos centrales de su etapa. Una lectura con sangre, sudor y lágrimas con la que nos daban una primera muestra de lo que estaban dispuestos a ofrecernos. Cerrando la última página con el suspiro de alivio del que llega al final con el corazón en un puño -para inmediatamente después querer volver a repetir-, abrochense los cinturones, damas y caballeros, porque esto solo es el principio.


Tras los citados interludios con la Alpha Lantern Boodikkah y el Lantern Saarek con su conexión con los muertos -probablemente lanzados para evitar que Tomasi se eviscerase a si mismo sobre la tabla de dibujo, vista la entrega que había puesto a su primer arco-, la fiesta continuaría con Pecados de los Zafiros Estelares, una saga que nos traía amor en forma de un engendro espacial que se dedicaba a coleccionar fetos arrancados de los vientres todavía calientes de sus madres. Presentada en el especial de apertura de la Guerra de los Sinestro Corps, la miembro de este cuerpo Kryb probablemente hubiera quedado como un mero diseño molón de Ethan Van Sciever, si no fuera porque a Tomasi y Gleason les hubiera dado la locura de pensar que podía estar guay hacer una saga con ella como villana. Por resumirla, es lo que resultaría si los Hermanos Grimm hubieran escrito Hansel y Gretel tras ver Aliens, Evil Dead, La Cosa de John Carpenter, un maratón de películas de terror japonesas y una exposición de H.R. Giger.

Profundizando de paso en el cuerpo estelar que da nombre al título -siendo además los primeros que las trataron con algo de dignidad tras un arco de presentación demasiado influido por Top Cow-, guionista y dibujante nos ofrecían con este arco un demencial festival para los amantes de la xenobiotica más rocambolesca, que además de presentar el que sin duda debería estar entre el Top 5 de mejores enfrentamientos que ha dado la franquicia a lo largo de los últimos 15 años, hacía gala de una visible y agradecida influencia de Richard Corben.



Metidos en faena como estaban, Gleason y Tomasi decidieron que era el momento de ofrecernos la joya de la corona con Eclipse Esmeralda, cenit de su etapa, en la que supieron congeniar toda la épica con la que venían jugando con unos dilemas morales que Johns no terminaba de explotar, y que encontraron su mejor aproximación en esta saga. Concebida con la intención de dejar a los Corps en una situación especialmente vulnerable de cara al nuevo crossover que estaba llamando a las puertas, la saga se dividía en tres tramas paralelas, con los reformados Sinestro Corps por un lado y Korugar y el motín de Oa por otro. Todo, como si fueramos a encontrarnos un nuevo festival de acción con algo más de carga emocional y moral por ciertos asuntos que sumamente turbios que abordaba sobre el aislacionismo y las consecuencias del mismo.

Lo que nos encontramos en su lugar es una inesperada patada en la cara, en la que tras uno de los más poderosos momentos de reivindicación heroíca que ha dado DC Comics en 82 años de Historia, los autores decidieron que era el momento de arrojarnos al lodo de la forma más dolorosa. La viñeta en la que el Kyle y Guy se encuentran con el más absoluto de los silencios en mitad de una expectante Oa no solo supone el momento más bajo en toda la trayectoria de los Green Lantern Corps, sino una de esas secuencias que le matan a uno un poco por dentro mientras las está leyendo. Todo esto dicho con el mayor de los elogios para dos autores que acababan de perfeccionar la más perversa de las formas de manipular al lector, y que todavía se guardaban una bomba más con la que aniquilarnos por completo.


Eclipse Esmeralda fue la particular Saga del Ángel Oscuro de los Green Lanterns, que hacía presagiar que -si seguíamos in crescendo- con La Noche Más Oscura solo podíamos encontrar una obra maestra irrepetible del cómic de superhéroes. No fue así desgraciadamente, y aunque si se lee la macrosaga que va de los números 39 a 45 de Green Lantern Corps (edición original) pasando de cualquier otro número o añadido del crossover volvemos a poder disfrutar de Patrick Gleason y Tomasi en estado puro, en el 46 se ve inevitablemente arrastrada por los vicios del todo el jaleo orquestado por Geoff Johns, siendo imposible tener una conclusión sin acudir a la maxiserie central de este.

Aun con todo, es un lastre aceptable considerando las inconmensurables virtudes de las que Green Lantern Corps hace gala a lo largo de su recorrido, y que tampoco es que requiera leer ese Heroes Reborn del que Iron hablaba hace unos días. Tras firmar un número epílogo tras la conclusión del evento, Patrick Gleason y Peter J. Tomasi siguieron caminos separados, mientras la serie continuaba a cargo de Tony Beddard. Tampoco es que se fueran muy lejos, ya que el guionista continúo escribiendo a Guy Gardner en Guerrero Esmeralda, y ambos a volver a coincidir con la trama del Detective Marciano en El Día Más Brillante (primera de una serie de colaboraciones mutuas a las que luego seguirían Batman y Robin, y la actual serie de Superman). Sin embargo nada volvería a ser lo mismo, pudiéndose considerar esa última página del número 47 de Green Lantern Corps con la cerveza fría sobre los restos de lo que habían construido como el fin de una era gloriosa para los amantes de la épica espacial.

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Sin hacer más ruído que el necesario en sus comienzos, la serie supo engancharnos con una sucesión de historias donde cada nuevo arco argumental era una nueva puerta a la aventura, y en los que de vez en cuando aparecía Patrick Gleason para dilatarnos las pupilas y hacer que el latido cardíaco se acelerase a mil. Nos mantuvo gracias a un magistral uso de personajes que no necesitó tirar de nostalgia ni zarandear una figura de acción hueca de nuestra infancia delante de nosotros para que desarrollaramos vínculos con ellos. Y cuando parecía que ya no tenía que demostrar nada más, que muchas de las series actuales deberían aprender de su manejo de un elenco coral, llegó Peter J. Tomasi para preguntarse porqué no se estaba potenciando más a Patrick Gleason, convirtiendo la serie en una vertiginosa montaña rusa de emoción sin descanso.

Con un carismático pelotón de docena y media de Lanterns en mitad de una imparable espiral de cataclísmicas batallas al borde de la destrucción, donde la sinergia entre guionista y dibujante hizo magia para que nos sintieramos engullidos por aquella apabullante odisea. Su etapa en Green Lantern Corps nos dejó una de esas colecciones que van directamente a las tripas, apelando a las emociones más viscerales del lector en una mezcla perfecta de acción, camaradería, tragedia, horror, diversión y un acidísimo descaro infatigable frente a las situaciones más desesperadas. Una colección que pide leerse con un album de Two Steps from Hell sonando a todo trapo, dejándose arrastrar por el desbordante poderío e imaginación de Patrick Gleason. Él fue la gran estrella de la serie, y gracias al que junto a Tomasi, Gibbons, Champagne y compañía los nombres de Kyle, Guy, Soranik, Arisia, Sodam, Killowog, Salaak, Mogo, Sarn, Isamot Kol, Bzzd, Stel, Green Man estarán grabados con intenso fuego esmeralda para toda la eternidad. 


Las casualidades de la vida querrían que su décimo aniversario tuviese lugar justo cuando la web especializada en cómics y cultura de ocio general Zona Zhero se encontraba haciendo lo propio con su tercer año de vida, por lo que -cuando surgió la oportunidad de hacer esta serie no suficientemente valorada frente a la más popular andadura de Johns- se antojo como un homenaje perfecto para el trabajo de los compañeros. En mi caso, Green Lantern Corps fue una de esas series que arraigan afición y se recuerdan con la pasión del que revive las emociones que vivió a flor de piel. Fundada el 12 de noviembre de 2013, la creación de Zona Zhero me pilló con algunas canas de veterano entre mi participación en Zona Negativa, CTT y demás, pero igualmente me engancharon con su trabajo de seguimiento y sus añorados podcasts por algo que comparten con el trabajo de Patrick Gleason y Peter J. Tomas: Su dedicación y contagioso entusiasmo por el medio, con el que seguramente han enganchado a la afición a otros muchos, picándoles el gusanillo de leer grandes obras pasadas y presentes que en muchos casos seguramente no sabía ni que existían o que necesitaban leer. No siendo tampoco pocas las que me han descubierto a mi, y pudiendo hablar de encontrar a grandes compañeros de afición en la web, solo puedo desearles muchas felicidades, y que vengan otros muchos años más. 



2 comentarios:

  1. Grandísimo artículo Daniel, en serio. Me flipa. Sabes que las puertas de ZZ las tienes abiertas siempre que te apetezca pasarte por allí. Un abrazo y muchísimas gracias compañero!

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  2. Articulazo, señor Gavilán. Muchas gracias por el trabajo, el esfuerzo y el regalo que nos has hecho. Con compañeros como tú este medio estaría menos maltratado. Gracias otra vez, y como dice Joe, nuestras puertaZZ están abiertas para lo que quieras/necesites. Un abrazo!

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