Mis
primeros recuerdos de las aventuras clásicas de El
Caballero Luna consisten
en un justiciero enmascarado con pasado como mercenario, y que además
tener varios alias -incluyendo el millonario que pagaba todas sus
facturas- pululaba por manicomios semi abandonados, partiéndose la
cara contra matones reprogramados con electrodos cargados por
piercings y apariencia de haber salido de algún 'Double Dragon'. No
era difícil imaginarse que aquel tipo probablemente no estaba en sus
cabales, pero no fue hasta la etapa de Charlie
Houston y David Finch
cuando de verdad comenzó a fascinarme su condición como trastornado
peligroso.